El retorno de un califato

Víctor de Currea-Lugo | 23 de agosto de 2014

El Estado Islámico es la fase superior del proyecto de Al-Qaeda, un alumno que supera al maestro. Cualquier intento que haga EE.UU. en su contra está condenado al fracaso.

Han pasado más de dos meses desde la espectacular toma de la segunda ciudad de Irak, Mosul, por parte de unas milicias radicales suníes, en ese momento llamadas Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) y hoy simplemente Estado Islámico (EI). Su presencia militar se consolida en ciertos territorios y su proyecto crece hasta autodenominarse Califato. Hoy vemos los frutos, pero las raíces y las ramas llevan tiempo en Oriente Medio.

Orígenes del califato

El proyecto del Califato es el de una cebolla de capas encadenadas. Su fundación se da en el marco de la ofensiva de milicias suníes radicales en el norte de Irak, en junio. Sus antecedentes inmediatos están en la conformación de una organización armada que apunta a controlar Siria e Irak bajo un discurso islamista (el EIIL), fruto de la ampliación de la presencia de Al-Qaeda en la zona.

Y antes de esto, en 2003, su embrión aparece en el marco de la proliferación de grupos de resistencia ante la ocupación de Estados Unidos. Más atrás, a la configuración de una práctica y un discurso radical nacido en las montañas de Afganistán y que fue sustento de los talibanes y de Al-Qaeda y mucho antes, con la creación de Irak por los ingleses en 1920, arbitraria y colonialista, sin tener en cuenta las agendas locales de suníes, chiíes, árabes, kurdos, y otras comunidades.

La solución buscada en el presente estaba en el pasado: no crear Irak en 1920 desconociendo las dinámicas locales, no invadir el país en 2003, no excluir a los suníes de la participación política y social, no actuar cuando los islamistas empezaron a desplazar a los rebeldes sirios moderados, no reaccionar ante la alarma temprana que fue el ataque en el occidente de Irak a finales de 2013.

Sus avances

El Estado Islámico o Califato ha logrado canalizar el descontento suní tanto en Siria como en Irak, e incluso en Líbano. Tiene una amplia base social que explica no solo su actual control territorial, sino su crecimiento. De Irak pasó a Siria, donde su nutrió de los recursos que llegaban del Golfo Pérsico para la oposición armada al gobierno de Al Asad. Allí enfrentó a los rebeldes moderados, absorbió a otro grupo radical (Al-Nusra) y logró imponer el discurso religioso a una parte de la oposición siria. Algunas fuentes consideran que tendría 50.000 combatientes solo en Siria.

De regreso a Irak, retomó sus antiguos bastiones y a finales de 2013 tomó control de una parte importante de la provincia occidental de Ánbar, donde algunos suníes los recibieron como liberadores ante un gobierno central discriminador, excluyente y violento. Bagdad creyó que la respuesta militar sería la solución. En junio, el proyecto del Califato tomó buena parte del norte de Irak, persiguiendo todo tipo de comunidad que no se sometía a sus designios. Así, los kurdos, los yazidíes, los cristianos, los chiíes, y hasta los árabes suníes que mostraban desacuerdo han sido perseguidos y asesinados.

Su ideología

Como todos los grupos fanáticos, poco importa que sus argumentos sean débiles o ilógicos, mientras sus seguidores los crean. No es un proceso racional lo que moviliza a sus combatientes y a sus seguidores, sino un acto de fe. Aupados en una lectura radical del Corán, en una peligrosa convicción de ser dirigidos por un heredero del profeta Mahoma (el ahora califa Al-Bagdadhi), y una aplicación a rajatabla de la Sharia (la ley islámica), avanzan sin dejar espacio para la duda que es asociada con el pensamiento de los kuffar, los infieles. Muchachos de muy corta edad se incorporan en sus filas. “Esta es la generación del Califato”, llamada a combatir a los no creyentes.

Inspirados en esa promesa de recrear un Califato para todos los musulmanes del mundo, han llegado a las filas del Estado Islámico combatientes de más de 80 países. El crimen del periodista James Foley es, en términos de nacionalidades, el asesinato de un estadounidense por parte de un inglés.

El Estado Islámico es la fase superior del proyecto de Al-Qaeda, un alumno que supera a su maestro. El 11 de septiembre era un símbolo, pero no ofrecía ni un frente preciso de guerra, una geografía ni un avance más allá de lo emblemático. El Califato ofrece un escenario concreto para los radicales del mundo que se suman bajo un tipo de grito de guerra; ofrece una causa, una bandera, un arma, un enemigo, un discurso y una razón para morir.

Sus enemigos

La gran mayoría que combate al Estado Islámico está compuesta precisamente por musulmanes. Lo son las milicias chiíes movilizadas desde varias ciudades de Irak ante el llamado de sus líderes, como Alí Al-Sastani y Moqtada Al-Sadr. La mayoría de soldados kurdos, los peshmergas, también lo son, como la mayoría de miembros del ejército de Irak. Y los suníes que se oponen al Califato no lo son menos; no es pues una guerra de civilizaciones. Resulta paradójico que sean estos radicales los que unen, por lo menos en la acción, a Estados Unidos y a Irán, el primero por su agenda petrolera y el segundo porque el Califato considera a los chiíes (credo oficial iraní) como falsos musulmanes.

La jugada de remover a Nuri Al-Maliki del cargo de primer ministro de Irak no ha generado en la práctica ningún tipo de avance, pues ya es tarde para esa decisión y además es muy poco para lo que podría acercar a algunos de los suníes que dudan ante el avance del Califato.

Su futuro

Los peshmergas kurdos parecían ser la esperanza al detener en varias zonas el avance del Estado Islámico, pero los últimos informes hacen dudar de la real capacidad militar kurda. El hecho de que a pesar de los bombardeos de Estados Unidos los radicales sigan avanzando demuestra que reducirlo a tres locos es tan inexacto como peligroso. Tal vez la entrada de lleno del PKK, guerrilla kurda, podría ayudar a mejorar el frente norte.

El Estado Islámico no mira solo a Irak, combate en Siria y además tiene capacidad militar mostrada en Líbano. Sus pretensiones son universales, un tipo de revolución permanente guiada por su lectura del Islam. El dinero y las armas que han ganado con la captura de ciudades y pueblos aumentan su capacidad militar.

Los europeos y otros occidentales musulmanes que llegan a las filas del Califato representan un flujo de ideas que acrecienta el uso de nuevas tecnologías, así como un ejemplo a seguir por musulmanes de Europa y del resto del mundo. En esta guerra, el flujo de personas desplazadas, torturadas, violadas y asesinadas crece de manera exponencial.

Por último, parece que cualquier cosa que Estados Unidos haga, por el contexto y por lo tarde para actuar, está condenada a ser un fracaso. Barack Obama solo tenía que hacerlo un poco mejor que Bush y no fue capaz. Obama traicionó su promesa de diálogo de civilizaciones hecha en El Cairo en 2009, incumplió cerrar Guantánamo, les falló a los inmigrantes latinos y defraudó a la comunidad negra de los Estados Unidos, ¿por qué habría de cumplirles a los iraquíes?

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/el-retorno-de-un-califato-articulo-512356