Algunos debates sobre las revueltas árabes

Revueltas Árabes
Foto: socialistbulletin.wordpress.com

Víctor de Currea-Lugo | 8 de julio de 2012 (Desde Oriente Medio)

Algunos de los problemas que dificultan una mejor comprensión de las revueltas en los países árabes: malas traducciones, la vanguardia, los métodos, los aliados y los resultados. Invitación a un debate informado y sin distorsiones.

El problema de las malas traducciones

Estereotipos, prejuicios e ideas preconcebidas aparecen en la escena cada vez que se intenta explicar una nueva realidad política, y las revueltas árabes no son la excepción. Además de reducirlas a cosas conocidas, para hacerlas digeribles, se les redefine según lo que queremos que sean, descuidando lo que en realidad pueden ser.

Un ejemplo útil para ilustrar cómo nombramos y vemos el mundo árabo–musulmán (si es que esto existiera, más allá de una forma de nombrar una región) lo ilustra el problema de una lectura mecánica desde nuestros códigos: es el caso de la idea recurrente de los “mahometanos”.

En el mundo cristiano, Jesús es el profeta que actúa como intermediario en la relación con dios; por eso a sus seguidores se les llaman cristianos. En el mundo musulmán, no existe la idea de intermediación ante Alá (palabra que, dicho sea de paso, significa dios, sin más connotaciones), por parte de su profeta Mahoma (o Mohamed, si se prefiere).

Por tanto, hablar de mahometanos es el resultado erróneo de querer “traducir” lo musulmán en clave “cristiana” para poder ser entendido. Pero en esa traducción simplista se sacrifica de paso la esencia misma del Islam.

Lo mismo pasa con las revueltas. Para entenderlas les inventan unas vanguardias que no existen como tales (un pseudo Lenín-Mahoma dirigiendo las masas); aliados de los rebeldes que dominan por completo sus agendas y sus voluntades políticas (la CIA, Al Qaeda); métodos de movilización que remplazan a las masas movilizadas y que adquieren vida propia y hasta finalidad política (Facebook, Twitter); y agendas religiosas preexistentes a dictadores y a reyes, pero que ahora tratan de ser presentadas como una novedad en el mundo árabe, como si lo musulmán fuera algo externo que “atacara” a dichas sociedades en el marco de las revueltas, y no una cotidianidad (más allá de discutir si positiva o negativa), en algunos casos desde el año 622. Lo mismo ha sucedido con la definición de las revueltas como “la primavera árabe”, con el fin de hacerla comestible a los paladares occidentales.

El problema de la vanguardia

Los árabes se movilizan más como sociedad que como grupos políticamente organizados, y buscan mantenerse como expresiones políticas heterogéneas antes que como vanguardias.

Ese rechazo a la idea del “partido único” es, en parte, el rechazo al modelo bajo el cual han estado dominados, donde un solo partido rige sus destinos (Egipto, Siria, Irak), o en contra de liderazgos personales que incluso trascienden y niegan las formaciones políticas (Mubarak, Gadafi, Saleh).

Eso tiene unas ventajas y unos costos que no todos quieren pagar. La pluralidad de voces es positiva, porque corrige y confronta viejas lógicas pseudo–marxistas que negaron por décadas a otras agendas diferentes a la lucha de clases, lógicas dentro de las cuales los jóvenes no tenían cabida (sólo en cuanto obreros o lumpen–proletarios), ni la agenda de género (reducida a su relación con la explotación capitalista y aplazada ad eternum hasta la llegada al comunismo soñado).

Los costos se derivan de la definición de prioridades en la agenda política (lo que no es sólo un capricho de pocos, sino una necesidad dada por la dinámica de un contexto que no da espera), se complica hasta el desespero. Bajo esta lógica, la inclusión nominal de varias agendas tampoco implica una inclusión real, con lo cual el riesgo de que voces heterogéneas no mayoritarias terminen sin tener un puesto político es alto. Es decir, al final, no se gana en heterogeneidad pero sí se pierde en avanzar en una agenda común.

Tener una vanguardia podría significar tener una apuesta política sólida (aunque no necesariamente), que permitiría evitar la proliferación de poderes paralelos que hoy se observan en la región: entre los rebeldes sirios y libios, por ejemplo.

Sin embargo, podría alegarse que remplazar a los poderes paralelos de una oposición heterogénea, no resuelve el problema de los poderes intermedios típicos de las estructuras verticales, en las cuales la revolución también puede perderse.

Por eso es ingenuo esperar que conserven la heterogeneidad de sus banderas, y, al mismo tiempo, que no tengan disputas internas, mostrándose entonces al mundo como un bloque homogéneo merecedor – entonces sí – de su respeto y apoyo. Esa falta de unidad se usa, por ejemplo, para desacreditar a la oposición en Siria.

El problema de los métodos

Cada vez parecería más obvio que la distinción entre pacifistas y no–pacifistas es un invento europeo de nuevo cuño, antes que una reflexión universal. Ni los rebeldes sirios en sus testimonios, ni los grupos de manifestantes egipcios que han recurrido algunas veces a la violencia callejera, ni las mujeres y hombres combatientes en Libia, se plantean dicha dicotomía.

Entre los árabes entrevistados, no existe la falsa y hasta ingenua oposición entre los métodos pacíficos y los armados. Para la gente es simplemente una distinción entre métodos y no entre fines; no están enfrascados en la dicotomía latinoamericana respecto de la lucha armada, en la cual es más revolucionario usar armas, y más reformista no usarlas.

Los dos métodos sobreviven en Siria, y la opción por uno o por otro (en Yemen, Libia, Túnez, Siria) ha dependido del contexto político y no de una racionalidad preconcebida frente a dichos métodos.

Como he sostenido, la violencia no es menos violencia (como concepto) porque sea de masas, ni los caminos de la paz menos valiosos porque sean recorridos por unos pocos. Algunos pacifistas mencionan el caso tunecino como paradigma de una revolución pacífica, olvidando que allí hubo asaltos a estaciones de policía y quemas de edificios públicos.

La guerra que libra el pueblo sirio no fue “fabricada” por radicales, de la misma manera que las marchas pacíficas del comienzo no eran la expresión del reformismo o de cobardía. Muchos de los sirios entrevistados reconocen que hubo un proceso evolutivo desde las marchas pacíficas hasta la lucha armada donde, curiosamente, no aparece el debate (como el que se vive en otras partes del mundo) en el cual el método se fusiona en su análisis con el fin.

El problema de los aliados

Reza el refrán popular que “nadie te invita a almorzar gratis”, pero eso no significa que todos se vendan, usando ahora una expresión bíblica, “por un plato de lentejas”. Esto para introducir el debate sobre la tentación existente de negar lo auténtico y lo honesto de las banderas que se levantan en el mundo árabe.

Los indicadores muestran que el crecimiento de la llamada sociedad civil, la pauperización de las condiciones de vida, el desmonte del ya pobre Estado social, la muy sentida falta de libertades, han sido constantes determinantes de la realidad política y social del mundo árabe en los últimos años. Eso fue una base sustancial para las revueltas.

Ahora, una vez suceden, se dispara la tendencia de las superpotencias (Estados Unidos y Europa, principalmente) por posicionarse de la mejor manera para sacar provecho de ellas. Así mismo actúan los países con claras agendas regionales (Turquía, Irán, Israel, Arabia Saudita). El problema está en la tendencia inaugurada por los mismos ya exgobernantes (Mubarak, Ben Ali, Gadafi) de presentar a los opositores como “agentes al servicio” del imperialismo, de Al-Qaeda, del Mosad o de todos juntos. Hay que resaltar que el mejor escenario para los Estados Unidos y para las industrias del petróleo es un Oriente Medio sin cambios (excepto frente al caso iraní).

En otras palabras, alguien ajeno al mundo árabe reconoce inmediatamente que los aliados de los rebeldes (oportunistas o no), están controlando todas las mentes árabes y sometiendo sus agendas; pero los árabes que están en las calles, simplemente, no lo ven. Eso no sólo es incorrecto sino que presupone que el árabe es tonto, fácil de engañar.

Es cierto que hay claras tensiones por el control de la región, pero ninguna de esas argumentaciones de la geopolítica regional son suficientes para convertir al pueblo árabe (Siria, Libia, Bahréin, por ejemplo) en peones del ajedrez internacional que, por tanto, pueden sacrificarse impunemente.

El problema de los resultados

Uno de los problemas es la velocidad con que se esperan cambios: en África el fin de la colonización tuvo lugar hace ya medio siglo, sin que en el período posterior hayan aflorado (en general) modelos más justos de sociedad, y en América Latina la consolidación del sueño democrático sigue siendo eso, un sueño, doscientos años después de la independencia.

Mientras tanto, sectores críticos del proceso árabe, cuya fase final lleva apenas algo menos de año y medio, exigen resultados inmediatos a pueblos que, precisamente, se están estrenando en prácticas electorales más o menos abiertas (Túnez, Egipto y Libia), en conformación o fortalecimiento de su sociedad civil (Libia, Jordania, Bahréin, pero aplicable en general a todos los casos), en la creación de nuevas fuerzas políticas de orden nacional que enfrentar el poder previo (Libia, Siria), en la creación de mecanismos para limitar el uso de la fuerza por parte de las milicias que a su vez han sido necesarias en su lucha (Siria, Libia), y en la creación de alternativas políticas que sean capaces de rechazar y triunfar sobre partidos políticos de los poderes tradicionales (Túnez, Jordania, Yemen, Egipto), etc.

Es temprano aún para ofrecer resultados en un proceso inacabado. Fue necesario el paso del tiempo para medir las consecuencias de la caída del Muro de Berlín, del 11 de septiembre de 2001, y de la guerra de Irak. La tentación de pedir resultados en términos de la temporalidad de las personas, puede llevar a sacrificar una mirada de medir resultados en términos de la historia de los pueblos.

Para algunos, un resultado es la caída del gobierno (Túnez, Egipto, Yemen, Libia), tener elecciones (Túnez, Egipto, Libia), o haber sido capaces de superar el miedo y alzarse contra el tirano (Siria, Bahréin).

Para otros, no hay cambios sustanciales en la política económica que en el fondo sigue siendo dominada por una lógica neoliberal, la agenda de derechos humanos sigue siendo una asignatura pendiente, y las banderas de género han sido desconocidas por completo.

Ambos grupos tienen razón, pero ambos se equivocan al tener una mirada parcial. El problema es que la definición de revolución es cambiante; en las calles egipcias la palabra se usa con total convicción de que la caída de Mubarak ya es una revolución; en Yemen, por otro lado, el cambio de Saleh por su vicepresidente es una victoria algo menos que pírrica.

Invitación final

Podemos concluir con una invitación al debate en varios sentidos: a) reconociendo la importancia de la vanguardia en otras revoluciones, sin negar el riesgo, de que las revueltas terminen siendo secuestradas y hasta traicionadas, b) aceptando que la falsa dicotomía paz–guerra no existe en las calles árabes y aún mucho menos en las montañas sirias, sino en el imaginario de algunos académicos, c) admitiendo que la lógica paranoica heredada de la Guerra Fría no es la mejor consejera a la hora de reconocer aliados y enemigos de los pueblos en lucha, y d) asintiendo que pasarán muchos días antes de que podamos realmente entender los logros y fracasos de las revueltas árabes.

Publicado en Razón Pública :https://www.razonpublica.com/index.php/internacional-temas-32/3077-algunos-debates-sobre-las-revueltas-arabes.html

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