Egipto y el mundo árabe: ajedrez para tres

Víctor de Currea-Lugo | 11 de febrero de 2011

Las protestas en Egipto, que durante los últimos días fueron en aumento, mantuvieron al mundo en una gran expectativa. Lo esencial ahora es calcular si el resultado de las protestas, es decir la renuncia del presidente Hosni Mubarak y la transferencia de poder a los militares, logra cambiar la correlación en el poder.

Definir a todos los manifestantes como pro-democráticos es erróneo porque hay muchas agendas en juego. El problema es quién se queda con el poder: los más neoliberales, los más demócratas o los musulmanes. El efecto de las protestas ya se siente en otros países y en diferentes niveles. Para algunos observadores, por ejemplo, las protestas de Aman sólo piden un cambio en la política jordana, pero no un cambio en el régimen. Ya se anuncian cambios por parte del presidente sirio y del rey de Jordania.

En Yemen, el presidente dijo que no presentaría su candidatura a un nuevo período Estas décadas de de ausente democracia no hubieran sido posibles sin, entre otras cosas, la complicidad internacional. El papel de China en Sudán, de Francia en Argelia, de Estados Unidos en Egipto, y de Italia en Libia, es parte de la ecuación de las dictaduras.

¿La alternativa musulmana?

Los Hermanos Musulmanes cuentan con 300.000 miembros y 1.5 millones de seguidores, más el apoyo de Irán. En 2005 ganaron 88 escaños en el parlamento (el 20%). Ofrecen “el islam como la solución” (ese es su lema) y a partir de ahí proponen el tipo de sociedad que proponen construir. Tienen a su favor el anti-americanismo alimentado en las guerras de Afganistán, Irak, el conflicto palestino, Guantánamo y hasta la islamofobia creciente en Europa y los Estados Unidos. Tienen gran capacidad para crear políticas y redes sociales muy fuertes, además de materializar la recuperación de una identidad pérdida. Dirigen hospitales, escuelas, bancos, empresas, fundaciones centros de caridad, tiendas, clubes sociales y sitios para discapacitados.

En su contra juega su ambigüedad para con los derechos humanos y, especialmente, con los derechos de las mujeres. A su favor cuenta su capacidad de garantizar cero corrupción aún en contextos difíciles (caso de Hamas en Gaza) y de reorganizar la sociedad (como hace Hizbollah en Líbano). Su prioridad es la islamización de la sociedad, y ese es un proceso a largo plazo que no puede imponerse por decreto sino que se hace con trabajo cotidiano. Para ellos, el poder político no es un fin sino un medio.

Quien más teme su llegada al poder es Israel, quien monitorea ansiosamente la situación. En el caso de una islamización de un nuevo gobierno, Israel ya no tendría un aliado, como ha sido Mubarak, sino a un enemigo que, sumado a Hizbollah e Irán, generaría un nuevo balance en la región, haciendo posible que eso sí obligue –por fin- a Israel a ser serio en sus negociaciones con Palestina. Los Hermanos Musulmanes no son lo suficientemente fuertes para gobernar en solitario pero sin ellos no podría resistir ningún gobierno en medio de la crisis.

¿El mercado al poder?

Basta con entender el panorama mundial para entender que el discurso que dice que la democracia y el libre mercado van de la mano, no es cierto (leer a Joseph Stiglitz, por si hay dudas). Los empresarios cada vez buscan más peso político en Egipto: en 1995 había 37 empresarios en el parlamento y en 2005, 68. A pesar de lo anterior, la capacidad árabe de competir en el mercado es muy baja. En 2008, el total de bienes manufacturados producidos en el mundo árabe fue inferior al de Filipinas; en el período 1980-2000, Arabia Saudita, Egipto, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Siria registraron 367 patentes en Estados Unidos, en ese mismo plazo Corea del Sur registró 16.328.

Túnez creció en promedio el 5% durante la década pasada, mereciendo los elogios del FMI, y la denominación que en 2007 el Foro Económico Mundial para África le otorgó como el país “más competitivo” del continente. 204 empresas públicas fueron privatizadas, pero el desempleo llegó al 36%. Así, el neoliberalismo no fue la solución sino una de las causas de la crisis.

El problema es que las empresas trasnacionales no quieren perder ese apetitoso mercado de 83 millones de egipcios, ni tampoco perder el acceso al mercado del resto del mundo árabe. Pero es posible que haya sectores liberales que temen más a un ascenso de los musulmanes que a una fórmula continuista. Los liberales aperturistas pro-mercado conseguirán rápidamente la bendición de Estados Unidos y de Europa, darán tranquilidad a Israel y abrirán la puerta a las empresas trasnacionales, marcando una ruta para otras naciones en la región. Un gobierno pro-americano y pro-mercado tendría en su contra lo que occidente significa para el mundo árabe: las guerras de Irak y Afganistán, la ocupación de Palestina, Guantánamo y la islamofobia.

Sí, ¿pero qué?

En el plano internacional, hay un consenso de que debe haber cambio, así lo han expresado Turquía, Irán y Estados Unidos que, junto con Israel, son las cuatro agendas no árabes en el mundo árabe. Pero los que están de acuerdo con el cambio no coinciden entre ellos. Irán llama a una revolución como la de 1979; Estados Unidos espera una coalición pro-Estados Unidos ó, mejor aún, más de lo mismo pero sin Mubarak, siendo Suleiman su hombre; y Turquía, por su propia naturaleza se opondría a una salida musulmana y esperaría un gobierno laico o un islam moderado, al ejemplo turco. Israel apoya, sin lugar a dudas, el continuismo de Mubarak.

Es posible que una coalición (como la que hicieron en 1979 izquierdistas, musulmanes y liberales en Irán) sea la solución, pero ninguna coalición sobrevivirá fácilmente sin el apoyo del ejército y, en menor medida, sin el apoyo de los jóvenes. El interrogante de los jóvenes no fue cómo empezar sino cómo mantenerse como actor político a la hora de tomar decisiones, mientras que el interrogante del ejército no es cómo mantenerse sino de qué lado terminará.

Se considera que el aparato de policía secreta de Egipto (conocido como Mukhabarat) tiene más de 1.5 millones de integrantes. Esta fuerza está intacta. La estrategia de palo y zanahoria de un ejército expectante aguanta un tiempo pero no mucho, así que sus apuestas deben ser rápidas y efectivas. No hay que olvidar que fue el ejército el creador del sistema que hoy detenta Mubarak y sería un error ver en este cuerpo armado un actor de progreso.

Se habla mucho del papel de las nuevas tecnologías acompañando viejas consignas. Hay que hacer varios matices, lo primero es que la protesta ya venía dándose y el descontento no dependía solo de las redes sociales; lo segundo es que la movilización no sólo se hizo por la Internet, la red de mezquitas fue la gran movilizadora de los Hermanos Musulmanes. Ganar en la Internet no es ganar en las calles, ganar en las calles no es ganar en las urnas, ganar en las urnas es ganar el gobierno pero no ganar el poder.

Todos quisieran gobernar pero pocos se atreverán, un barco en plena tormenta no es ninguna tentación. Una coalición bajo la batuta de El-Baradei (Premio Nobel de Paz y líder opositor) podría ser una solución (dudando mucho que una coalición similar sea posible bajo la tutela de Suleiman). Pero un matrimonio así, entre musulmanes y pro-occidentales liberales, sería para ambos como dormir con el enemigo. La pregunta es quién abandonará primero la casa. El problema no es que caiga Mubarak sino quien lo reemplazaría y con qué agenda. La crisis es, entre muchas otras cosas, una oportunidad para que el mundo se dé cuenta de la heterogeneidad, pluralidad y contradicciones que pueblan el mundo árabe.

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/egipto-y-elmundo-arabe-ajedrez-tres-articulo-250281