El país de Hizbolá

Víctor de Currea-Lugo | 21 de septiembre de 2013

¿Quiénes son? ¿Por quién dicen luchar? Un reporte escrito desde el corazón de uno de los grupos protagonistas de la realidad de Oriente Medio.

En un país llamado Líbano (con sólo 10.452 kilómetros cuadrados), que nació, creció y permanece dividido, hay otro “país” incrustado. Y Líbano no se entiende sin Hizbollah: el Partido de Dios (‘hizb’ es partido y ‘Alá’ es Dios, en árabe), cuyo nombre está inspirado en el Corán. Algunos lo castellanizan como «Hizbolá».

Nacido en 1982 como coalición militar de grupos que se oponían a la ocupación israelí del Líbano, en el marco de la guerra civil (que había empezado cuatro años antes) y se configuró como partido tres años después, Hizbollah ha tenido mucho de mito y de leyenda a lo largo de sus 31 años de historia.

En el sur de Beirut está la zona chiita donde Hizbollah tiene parte de su gran base social y sus instituciones. Sus miembros controlan quién entra y sale del vecindario, especialmente por los ataques que sufrieron en agosto pasado debido a su papel en Siria.

En un control me dijo uno de sus miembros: “Si no controlamos esto, vamos a terminar como en Irak, y eso no lo queremos”, en alusión a los carros bomba que sacuden a Bagdad. Allí tuve la segunda reunión con sus voceros. La primera la había tenido cerca del centro de Beirut, donde exploraron cuidadosamente quién era yo y qué quería.

Hizbollah es una mezcla compleja de partido, guerrilla y movimiento social, y es acusado de ser un grupo terrorista. Pregunté a uno de sus cuadros cómo se puede definir la naturaleza de Hizbollah. “Ni siquiera trate de definirla”, y soltó la risa.

Continuó así: “Es imposible desde esos parámetros. Es la única resistencia que funciona en Líbano y en el mundo árabe. Nos consolidó el ejemplo del ayatolá Jomeini y su revolución iraní. El partido creó una conciencia colectiva, nacida de tradiciones de aquí. Por eso no es algo que se pueda exportar. Es una práctica de vida, no una fórmula mágica. No es tampoco una tribu. No es una doctrina política, es una opción espiritual. No se enseña en la escuela, casi que se nace con ello, por eso no se puede definir”.

Con esa figura seguimos visitando sus instituciones y discutiendo con líderes religiosos y políticos. Uno de los primeros aclaraba: “Hizbollah no es un proyecto nacional, sino una propuesta universal basada en los valores del islam”. Se refiere al islam chiita, una de las ramas de la fe musulmana en la que el martirio es bienvenido.

Su consolidación como organización en contra de Israel, por apoyo a Palestina y por rechazo a la presencia de Israel en Líbano desde 1978, los define como la “resistencia islámica”.

Así, el qué de su lucha (contra Israel) y el cómo (hasta el martirio, si es necesario) configuran su base doctrinal. El problema aparece a la hora de definir a favor de qué luchan. ¿Son acaso un grupo simplemente antijudío? Mis preguntas no les molestan. Al contrario, parece que les gustara el desafío.

Uno de sus académicos responde: “En principio, distinguimos entre sionismo y judaísmo, sin embargo, cada judío que vive en Palestina roba tierra ajena, lo sabe. Si ellos apoyan el sionismo a sabiendas, niegan cualquier posible distinción entre lo judío y lo sionista. Ese es el caso de los colonos de los asentamientos israelíes en Palestina”.

Días después fuimos al monumento a sus mártires. No hablan de muertos. Allí está la tumba de Hadi Nasrallah, hijo de Hassan Nasrallah, actual secretario general de Hizbollah, quien murió en combate en 1997. Algunos murieron en 2006, otros recientemente en Damasco y Qusayr, en la guerra de Siria. Sobre las tumbas hay copias del Corán, fotos de los muertos y banderas del partido.

La tumba más emblemática es de un miembro que luchó clandestino durante 26 años, era buscado internacionalmente y fue asesinado en Damasco en 2008. Sólo después de su muerte se conoció su foto: Emad Magneih, conocido como el “Hombre Fantasma”.

Trato de precisar su relación con la población local chiita y me responden: “Nosotros vivimos en la sociedad, somos parte de ella; no estamos aislados en un desierto. Una sociedad que ha sido herida y ocupada. Nadie la protegía de Israel. No sólo se trata de ganarle al enemigo sino que es un deber proteger a la sociedad. Por eso tenemos redes de hospitales, escuelas, becas, etc.”.

En el sur, a sólo 10 metros de la frontera con Israel, visito a una de las familias y pregunto lo mismo, sobre su relación con la resistencia. Una señora me mira extrañada, se acomoda el velo y dice: “¡Pero es que nosotros somos la resistencia!”.

Al día siguiente tengo una entrevista con la agencia de prensa Al Manar (“el faro”, en árabe). Mientras llegan a la agencia, un sheik (líder religioso) discute conmigo sobre la tendencia histórica que, según él, quebró Hizbollah en la guerra de 2006.

“Hizbollah ya había derrotado a Israel en 2000, al sacarlo de Líbano. Luego vino la guerra de Afganistán de 2001, la iniciativa árabe de 2002 sobre el conflicto palestino, la ocupación de Irak en 2003, el retiro forzado de las tropas sirias del Líbano en 2005. Estos hechos apuntaban a la construcción de un nuevo Oriente Medio. La guerra de 2006 fue la vía como Hizbollah cortó esa tendencia frustrando el proyecto de EE.UU. y de Israel”.

Finalmente llega una periodista, con estricta vestimenta musulmana. Pregunto por la subordinación de Al-Manar a los dictados del partido. “Nadie puede ser objetivo”, empieza su respuesta.

“No somos exactamente una agencia de prensa, somos parte de un proyecto más grande que se llama Hizbollah”. Reconoce que reproducen artículos de Noam Chomsky, que Franklin Lamb tiene allí una columna en la que publica lo que quiere, “pero tenemos una línea roja”.

Hizbollah insiste mucho en que su proyecto no es nacional sino internacional, en que en su lucha como resistencia los acompañan Irán, Siria y Hamás. Participar en la vida política de Líbano no es más que “una forma de garantizar la protección a nuestro pueblo”, dice uno de ellos.

La siguiente escala fue un viaje hacia el sur de Líbano, por la autopista que fue, especialmente en 2006, la “ruta de aprovisionamiento hacia el sur”. En la guerra de ese año, Israel “tumbó todos los puentes”. A lado y lado de la autopista se ven edificios nuevos, reconstruidos sobre los escombros, pagados por Irán, Arabia Saudita y Qatar.

En la frontera con Israel nos encontramos con las Fuerzas de Paz de la ONU y mi guía dice: “Mire, eso es lo que hace la ONU aquí: nada”. Cada ciudad o villa que pasamos es motivo para que cuenten un acto de guerra o muestren la foto de un mártir. Comemos algo con una familia y pregunto si temen una nueva guerra. “Esperamos una nueva guerra: la última”, y ríen.

Al oriente está Mleeta. Desde allí se divisa todo el sur de Líbano, en el pasado un fortín militar y ahora un museo. Hay un túnel original “a lo Vietnam”, de los usados por Hizbollah, un dron y restos de tanques israelíes convertidos en piezas del museo. Todo gira en torno a la guerra de 2006: “Todos conocen el reporte Winograd: Israel perdió la guerra”, sentencia el guía del museo.

El último día subimos al valle de Beeka, hasta la frontera con Siria, con intención de llegar hasta Qusayr. Hay un retén del ejército libanés y a menos de 50 metros otro de Hizbollah. Cruzamos la frontera, pero por seguridad no avanzamos más allá de unos cuantos kilómetros. Pregunto sin rodeos: ¿por qué morir por Siria? Y uno de ellos me responde: “Ninguno de Hizbollah muere por un gobierno o por un país, no. Se muere por la doctrina. Se muere por la defensa de la umma (la comunidad) como defensa de la especie humana. Hizbollah lucha contra la injusticia, y si puede hacer un cambio lo hace: por eso estamos en Siria”.

En las oficinas de Hizbollah formulo la última pregunta: Hizbollah es parte del Líbano y el Líbano parte de un mundo árabe convulso, por tanto, ¿qué piensa Hizbollah de las revueltas árabes? Y un académico responde: “Una revolución no es posible sin tres factores: un liderazgo, un proyecto y demandas legítimas. En el mundo árabe tenemos gente genuinamente descontenta y gente pobre. Tenemos además una serie de medios de comunicación  relacionados con servicios de inteligencia, y tenemos gente en medio de estas dos fuerzas. En la actual protesta árabe no hay un líder ni un proyecto, a pesar de tener demandas legítimas no del todo claras”.

Y continúa: “En ese nebuloso ambiente político es claro algo: hay necesidad de cambios políticos, como en Libia, Baréin, Yemen y Egipto. Pero no se le dio a la gente la posibilidad real del cambio. Tenemos que esperar cinco o diez años antes de poder ver cambios reales. Lo fundamental son los cambios en la mentalidad, y eso toma tiempo. Yo le pregunté a uno de los Hermanos Musulmanes en Egipto: ‘¿Realmente crees que los Estados Unidos te dejarán hacer cambio alguno? No seas ingenuo. Haz tú el cambio con la gente’. Los Hermanos Musulmanes en Egipto se perdieron por estar peleando por el Gobierno en vez de pelear por la sociedad. Pero soy optimista, estamos viviendo una época de cambio en la mentalidad”.

Hassan, quien estuvo conmigo todos estos días, me regala en la despedida unas banderas pequeñas de Hizbollah y varios videos. Él, que me ha dicho que no abren sus puertas a periodistas y menos extranjeros, me pide que escriba un artículo que se llame “Una semana con Hizbollah”. Me deja cerca de la mezquita donde está enterrado el asesinado presidente Hariri —en el centro de Beirut— y se marcha. De él, como individuo, sólo me queda claro que su nombre no es Hassan.

Publicado originalmente en El Espectador