Eran otras épocas: carta a los optimistas

Víctor de Currea-Lugo arzo de 2016

En memoria de William Castillo, asesinado el 7 de marzo en El Bagre; una semana antes lo había entrevistado para hablar de paz y de garantías de participación.

Cada vez que me aflora el pesimismo, no falta el que me enrostra la idea de que el país ha cambiado, que no es siquiera imaginable otra cascada de asesinatos de opositores al gobierno como a finales de los años ochenta: “eso eran otras épocas”, me dicen los optimistas mientras apuran un trago de cerveza. Y creen que la frase, dicha con convicción, es suficiente para espantar el fantasma de la muerte.

El argumento más trillado es que tenemos una nueva Constitución, de 1991, que reconoce derechos a diestra y siniestra. Es difícil encontrar una Constitución que no lo haga e imposible encontrar una que, por formular un derecho, por arte de magia lo haga real.

Nuestra Constitución es tan triste que incluye la prohibición de la desaparición. Es decir, reconoce que aquí desaparecen y tiene que prohibirlo, como si el sentido común y la decencia no fueran suficientes. Ya lo decía Aristóteles “la norma no tiene que ver con la justicia, sino con la injusticia”. Además, la misma Constitución que nos da derechos, nos entrega a las fauces del libre mercado.

Y esa misma Constitución ha tenido tantas reformas y traiciones, de hecho y de derecho, que parece una vieja moneda que al pasar por tantas manos ha perdido su brillo y su texto se ha vuelto ilegible.

Me dicen también que el país ha cambiado porque ya no existe el Frente Nacional, que llegó el fin del bipartidismo. Lo que pasa es que los apellidos del Frente Nacional se siguen repitiendo y no por abundancia entre la sociedad (como Rodríguez) sino por monopolio del poder: Santos, Lleras, López, Pastrana, Gaviria, y sus delfines. El cambio de la forma no garantiza el cambio del fondo. Colombia en el fondo tiene una cultura política bipartidista que muta, pero que no se extingue.

El DAS de hace algunos años chuzaba, en cambio ahora, simplemente no lo hace porque desapareció, pero hay operaciones encubiertas de gran envergadura, como la Operación Andrómeda, donde se interceptan a los mismísimos negociadores del Gobierno ante la insurgencia y periodistas que pongan en duda , por ejemplo, el honor policial.

Ya esto cambió, me dicen, porque no hay Autodefensas Unidas de Colombia, las macabras AUC, porque se desmovilizaron. Es más: ya no hay paras sino neoparas; no hay sino bacrimes (así en plural), de nuevo como si la forma cambiara el fondo. El informe de Indepaz habla de presencia de paramilitares en 338 municipios, un tercio del país, y de esos solo en más de 290 hay presencia constante registrada en los últimos 6 años. Los muertos siguen ya no en grupos sino uno a uno, gota a gota, como el que desangra lenta e imperceptible.

Ya es diferente, me repiten, porque ahora hay presencia de la comunidad internacional, concepto del que echan mano los internacionalistas y los periodistas cuando quieren nombrar a un grupo de extranjeros. Pero es que yo he visto lo que hace esa comunidad en Sahara Occidental, Darfur, Palestina, Birmania, entre otros muchos lados, y la verdad me entra una desconfianza creciente. Sé que hay gente bien intencionada, pero no se la van a jugar por la gente (si esto se prende) más allá de unas declaraciones.

Es más, los llamados falsos positivos judiciales no son tampoco una novedad, vienen por lo menos desde los ochenta, el paramilitarismo desde los años treinta del siglo pasado, la corrupción es eterna, el clasismo, el machismo, la exclusión y el racismo son otras constantes.

Me dicen que la paz con las Farc hará que el gobierno cambie su estrategia; como si la paz con el M-19 hubiera evitado que, mientras se anunciaba, con bombas y platillos, la Asamblea Constituyente, el presidente Gaviria ordenase el ataque, con bombas y cohetes, a Casa Verde, el cuartel de esa guerrilla reacia a negociar en los años noventa: las Farc.

Y los nombres de los hacedores de paz tampoco me dan confianza: Rafael Pardo, el Ministro del “Posconflicto” fue Ministro de Defensa en las peores épocas del genocidio contra la UP, el flamante Alto Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, fue el creador del plan de consolidación y exviceministro de Defensa de Uribe, etc.

En 2015, fueron asesinados 54 trabajadores de derechos humanos, más de uno por semana, en este país tan diferente. Los niños de la Guajira se mueren de hambre hoy, en el país diferente, como en décadas pasadas en Cauca y Chocó (que también siguen muriendo).

Tal vez los avances radican en que, en este país diferente, existe Internet para poder consultar el índice Gini y la concentración de tierras que siguen en el mismo nivel. Otro cambio, por ejemplo en Bogotá, además del Transmilenio, es que a la zona de indigentes consumidos por las drogas ya no se llama Cartucho sino Bronx.

Esta semana, en el país diferente, asesinaron a William Castillo, lo mataron unos sicarios en El Bagre. William era un militante de izquierda, un luchador social y un buen conversador. En los primeros 7 días de marzo mataron 4 activistas sociales, incluyendo a Klaus Zapata en Soacha, Marisela Tombé en Tambo (Cauca), y a Alexander Oime en Rioblanco (Cauca). Difícil decirles a sus compañeros de sueños y a sus familiares que el país es diferente.

Aclaro, para finalizar, que espero que los optimistas tengan razón; que ojalá el país fuera diferente, que el rito de la paz realmente apuntara a un exorcismo colectivo que nos permitiera superar tanta sangre, pero al poder, parece, poco le afectan los exorcismos.

Decía el viejo Marx que alguien “creía vencer al enemigo con solo descartarlo mágicamente con la fantasía, y perdía toda la comprensión del presente ante la glorificación pasiva del futuro que le esperaba.” Pensando en la promesa de un país diferente y en la amenaza de no serlo, temo que la paz sea el opio de los colombianos.

Publicado originalmente en Las 2 Orillas