Kim Jong-un y Donald Trump

 Víctor de Currea-Lugo  | ‎21 ‎de ‎septiembre ‎de ‎2017

Todo sería más fácil si, como al final de la jornada escolar, los niños guardaran sus armas de juguete, se quitaran la máscara de sus personajes y apartaran el fingido odio de guerreros. Pero no: las armas no son de juguete, no hay fin de la jornada y los niños no solo tienen armas de verdad, sino que tienen las armas más potentes hasta ahora creadas y, como si fuera poco, el poder y las ganas de usarlas: Kim Jong-un y Donald Trump.

Un poco de historia

Corea es una península, ubicada entre China y Japón, y tiene fronteras con Rusia. El mismo año en que finaliza la Segunda Guerra Mundial, terminó la ocupación japonesa a Corea, de 4 décadas de duración. La entonces Unión Soviética, apoyó a los comunistas que tomaron control del norte del país; mientras el sur, con el apoyo de Estados Unidos, realizó unas elecciones en 1948 y dio origen a una nueva Constitución. Así, la península quedó dividida en dos países.

En 1950, el abuelo del actual presidente de Corea del Norte, Kim Il-sung, cruzó la frontera entre los dos países: el paralelo 38 e invadió a Corea del Sur. En poco tiempo logró controlar casi la totalidad de la península. Los Estados Unidos (junto con sus aliados) entraron en la guerra a favor del Sur y lograron balancear las cargas, aunque esto mismo precipitó la entrada en el conflicto de China, a favor del Norte.

Luego de tres años y más de dos millones de muertos, se firmó un armisticio, pero el conflicto no fue resuelto. Durante años el gobierno del Norte ha soñado con la reunificación, vía la anexión militar del Sur. Como frontera, fue creada la llamada Zona Desmilitarizada (DMZ, por sus siglas en inglés), paradójicamente una de las zonas más militarizadas del mundo. Allí, los dos ejércitos se ven, cara a cara, a pocos centímetros.

L’enfant terrible

A Kim Il-sung le sucedió en el poder su hijo, Kim Jong-Il y a este, su hijo: Kim Jong-un. Tres generaciones en el poder, con un sistema de facto hereditario. Kim Jong-un tiene 34 años, lleva en el poder seis años y se hace llamar: “El sol del Siglo XXI”. Controla todo el poder: es el líder supremo: jefe de gobierno, Secretario General del Partido del Trabajo de Corea, presidente de la Comisión Militar Central y comandante supremo del Ejército, entre muchos otros títulos.

Su padre, quien murió en 2011, dejó el camino allanado a su favor, no solo en la rígida institucionalidad sino, también, en la cultura política. De hecho, promovió el culto a la personalidad de Kim Jong-Il, garantizando la lealtad necesaria para que su sucesión estuviera garantizada.

El joven líder continuó la política de su padre y de su abuelo: un control férreo del poder, la persecución a cualquier disidencia y el rechazo a Estados Unidos. Más allá de lo anecdótico, a los niveles de represión política y a las precarias condiciones de vida (que se observan por ejemplo en el nivel de desnutrición), se suma el aislamiento en una región en la que todas las economías tratan de tejer relaciones comerciales.

A diferencia de su abuelo y con más capacidad logística que su padre, Kim Jong-Il se caracteriza por la tenencia de armas, de verdad peligrosas, capaces de incendiar el mundo. En 2013, recordó el estado de guerra no resuelto con Corea del Sur.

Las tensiones nucleares

Corea del Norte hace, cada vez con más empeño, demostraciones de su capacidad nuclear, declarando inválido el cese al fuego de una guerra congelada desde 1953. El rechazo a la tregua ya había sido expresado en 2003 y 2009, mientras la situación interna de Corea del Norte se mantiene gracias a dispositivos de control social de corte estalinista. La reciente escalada de tensiones genera inquietudes entre Corea del Sur, Estados Unidos, Rusia, China y Japón.

Aunque la Guerra Fría llegó a su fin, la presencia de más de 28.000 soldados de los Estados Unidos en suelo surcoreano, garantiza tanto la respuesta militar inmediata de Corea del Sur ante un ataque pero, paradójicamente, la existencia de objetivos estadounidenses al alcance de Corea del Norte.

Rusia es mucho menos beligerante contra Corea del Norte en parte porque necesitaría de su territorio para llevar el gas que le planea vender a Corea del Sur, segundo importador mundial de gas natural.

China, a pesar de que ha apoyado las negociaciones de Corea del Norte con la comunidad internacional, ha demostrado su descontento por el camino iniciado por Corea del Norte. En caso de guerra, China se vería involucrada tanto por la cercanía geográfica a las dos Coreas como por el flujo de refugiados que llegaría a su territorio. Pero China, en vez de castigar a Corea del Norte, aumentó su intercambio comercial en un 10% durante el primer semestre de 2017. China representa el 90% del comercio exterior de Corea del Norte y su proveedor de petróleo. Para China, el problema no es si Kim Jong-un lo hace bien, sino que no va a dejar la situación fácil ni mucho menos el terreno libre a los Estados Unidos.

Al comienzo del siglo XX y durante 35 años, Japón ocupó la entonces unificada Corea sometiéndola a un modo de explotación que alimenta el nacionalismo y “justifica” los actuales deseos de agresión a Japón, a menos de 1.000 kilómetros y, por tanto, al alcance de los misiles norcoreanos. Japón cuenta con su sistema moderno de defensas, pero es más determinante su acuerdo militar con los Estados Unidos, lo que involucraría directamente a este país en caso de un ataque de Corea del Norte.

Siembra vientos…

Corea del Norte se queja de que hay otros países que han desarrollado armamento nuclear sin que la comunidad internacional haya actuado contra ellos de la misma manera, son los casos de India, Pakistán e Israel. Y las sanciones económicas no han hecho efecto en Corea del Norte -y prácticamente en ningún otro caso- porque quienes sufren sus consecuencias no son las élites sino la gente de a pie que, paradójicamente, afianza su nacionalismo. En el caso de Corea del Norte, salvo que China se sume, no hay muchas posibilidades de éxito de presiones económicas.

Las tensiones de hoy entre las dos Coreas son producto, también, de las torpezas de ayer de la llamada comunidad internacional: al final de la Segunda Guerra Mundial, los dos enemigos triunfadores, la Unión Soviética y los Estados Unidos, se repartieron el territorio de Corea creando dos países, una división que fue responsabilidad de las potencias ganadoras.

Ese comportamiento errático de dividirse el mundo en la Segunda Guerra Mundial, de militarizarlo en la Guerra Fría, y de perpetuar presencias militares y territoriales en la post-Guerra Fría, explican la importancia de hoy de Corea demarcado por una frontera militarizada, un país dividido, y una superpotencia detrás de cada parte en la confrontación.

No basta pues satanizar al líder coreano Kim Jong-un, quien habría sido solo un personaje pintoresco sin la coyuntura internacional que lo convirtió en un actor esencial de una posible guerra donde las armas nucleares sí existen.

La crisis de 2017

Las pruebas nucleares llevan ya once años, desde la primera en 2006. Otras pruebas fueron hechas en 2009 y 2013. Y dos pruebas más fueron realizadas en 2016. En la última se produjo un sismo de 5.3 grados en la escala de Richter.

En 1985, en época del abuelo del actual líder, Corea del Norte se hizo parte del Tratado de No Proliferación Nuclear. Incluso, en 1994, firmó un acuerdo con Estados Unidos para desmantelar el programa nuclear por la construcción de unos reactores, pero en 2000 amenazó con reiniciar su programa por incumplimiento de los Estados Unidos.

En 2003, Corea del Norte se retiró del tratado de No Proliferación Nuclear y aseguró tener la posesión de armas nucleares. Un año después, se intentó el “Diálogo a Seis Partes”: EEUU, Corea del Norte, Corea del Sur, China, Japón y Rusia, que no dio los resultados esperados.

Pero coinciden en el tiempo dos personas igual de belicosas, peligrosas e impulsivas: Kim Jong-un y Donald Trump. Este último ha cerrado las puertas a una salida negociada de la amenaza nuclear. Trump frente a Corea se reduce a armar al Sur y desafiar al Norte. El discurso de Donald Trump, frente a la ONU, en septiembre de 2017 amenazó con la “total destrucción de Corea del Norte”, acusando a Kim Jong-un de ser un “hombre cohete” con ideas suicidas. Antes había amenazado con un ataque “con fuego y furia”.

Enseñanzas

Irak dejó un pésimo precedente sobre la suerte que les corresponde a los líderes que se oponen a los Estados Unidos, pero Sadam Hussein no tenía armas de destrucción masiva, ni mucho menos armas nucleares. Irak fue invadido en 2003.

La posibilidad de que Irán desarrollara rápidamente armas nucleares, llevó a que la ONU firmara un tratado con Irán en 2015. Ese acuerdo, que fue un triunfo de la diplomacia internacional (a pesar de la presión de Israel) y también gracias a los cambios en la política exterior de Irán. Pero con Trump, crece el riesgo de que EEUU rompa el pacto ONU-Irán, que tanto esfuerzo costó.

A diferencia de Irak que no tenía armas de destrucción masiva o de Irán que sólo reconoce su desarrollo pacífico de energía nuclear, Corea del Norte sí tiene armas nucleares, lo acepta y amenaza con usarlas.

¿Qué queda? Por extraño que parezca, sólo queda el diálogo. Es el momento de Rusia y más aún de China. La esperanza de que Kim Jong-un sea radical, pero no suicida, alimenta la posibilidad de llegar a un acuerdo, a cambio de medidas concretas que beneficien a Corea del Norte, como en las propuestas de alimentos a cambio de suspender la carrera nuclear. Pero las potencias no se dan cuenta que el incumplimiento a Irán, del Acuerdo firmado en 2015, lanza un pésimo precedente para el paranoico Kim Jong-un.

El problema es que al otro lado de la mesa estaría otro personaje igual de impulsivo, peligrosamente irresponsable, con aún mayor capacidad de destrucción y quien tampoco está dispuesto a ceder: Donald Trump.

Publicado en: https://revistadiners.com.co/actualidad/cronicas/50575_donald-trump-kim-jong-dos-ninos-jugando-la-guerra/