Víctor de Currea-Lugo | 30 de junio de 2015
Daesh es como se nombra en Oriente Medio a lo que se conoce en Occidente como el Estado Islámico de Irak y Siria (al-Dawla al-Islamiya fi al-Iraq wa al-Sham).
Estando en julio de 2014 en Erbil, al norte de Irak, me contaron que los combatientes del Daesh huían cuando sabían que en las filas enemigas de los peshmerga había mujeres combatientes, porque estaban convencidos de que si morían a manos de una mujer no irían al paraíso. Esto obligó a la proclamación de una fatwa (una forma de decreto religioso) por parte de Daesh, aclarando que las almas de los caídos a manos de las combatientes también se salvarían.
Ahora, de regreso a Oriente Medio, me cuentan otra serie de fatwas que, si no fuera porque son parte de toda una propuesta real de control social, no pasarían de ser una sarta de ocurrencias. Pero lo que está en juego son dos cosas: el dominio sobre la población de Siria e Irak y la imposición de lógicas que desdibujan el mundo musulmán.
Por ejemplo, como la palabra pared en árabe es masculina (yedar), entonces Daesh ha prohibido que una mujer duerma cerca de una. La misma lógica aplica para el uso de sillas, palabra que también es masculina en árabe (cursi). Igualmente han legislado prohibiendo que una mujer coma banano, por su forma, salvo que su esposo se lo dé en rodajas.
Otra fatwa prohíbe criar y jugar con palomas (aunque no creo que sepan que esas aves transmiten la histoplasmosis), porque estas aves al volar muestran sus genitales, mientras otra fatwa establece que las mujeres no muestren siquiera sus ojos. Ninguna mujer debe estar a solas con un hombre que no sea familiar, así sea por razones médicas. No hay tampoco compasión con el no musulmán en la guerra, el cual no puede ser liberado pagando recompensa (aunque el Corán así lo estipula). No hay permiso alguno para vestir ropa occidental porque la usan los infieles, así como está prohibido fumar, escuchar música y afeitarse.
Algunos de los combatientes de Daesh capturados llevan una cuchara entre su equipo, convencidos de que al momento siguiente de su muerte cenarán con el profeta Mohamed en el más allá. Uno de ellos, que fracasó en un atentado suicida, en el momento de su detención llevaba un paquete de blusas con él “para las mujeres del paraíso”.
Es cierto que toda religión presupone la aceptación de cosas irracionales. “Creemos porque no se puede explicar racionalmente”, decía un filósofo cristiano. Toda religión implica misterios y metáforas inexplicables, como que Jesús camine sobre el agua. El problema es cuando la aceptación de algo en principio irracional no es una opción individual del creyente sino una imposición: en Arabia Saudita, con la excusa de que manejar un carro puede afectar la fertilidad, las mujeres tienen prohibido conducir.
Pero los saudíes no son los únicos. Los hinduistas defienden sus ceremonias de sanación en las contaminadas aguas del río Ganges, en Nigeria un presidente negaba la importancia de la vacuna contra la polio diciendo que era un arma del imperialismo, y en la Inquisición se pesaba a las brujas para tratar de probar su condición de tales.
No hay una escala que permita decir que un mito es más creíble que otro. Minerva nació de la cabeza de Zeus, y esto podría ser visto como algo tan ridículo como prohibir dormir cerca de una pared. El problema es cuando la fe es impuesta, cuando con ella se justifican el crimen y la opresión, como en el caso del Estado Islámico. Las medidas de control recuerdan fatwas de los talibán en Afganistán y de Boko Haram en Nigeria, pero también el código penal saudí, país aliado de Estados Unidos y responsable de la propagación del wabahismo, una versión radical del islam del que beben precisamente grupos como Daesh. También hay fatwas que justifican la lucha contra el Estado Islámico, como las proclamadas por Alí Al-Sistani, el más importante líder religioso chií en Irak, que han movilizado a miles de voluntarios para proteger Bagdad y han hecho retroceder al Estado Islámico en la provincia de Diyala.
Si EE.UU. quisiera de verdad frenar tales grupos debería golpear a la puerta de Arabia Saudita antes de seguir bombardeando civiles en Oriente Medio. Esto lo saben muy bien en la Casa Blanca, donde hay otro tipo de leyes: las que justifican Guantánamo o la fracasada guerra contra el terror.
Publicado originalmente en El Espectador: http://nota.elespectador.com/nodes/articulo/2015/06/n-569357.html