Víctor de Currea-Lugo | 22 de enero de 2024
Fue un honor hablar con un grupo de más de veinte mujeres palestinas, madres y abuelas que han crecido y vivido como refugiadas. También estaban cuatro viejos palestinos.
Esto fue en un campo de refugiados en Beirut, a finales de 2023, mientras Gaza era bombardeada. Allá al final me dijeron «Mabruk Petro, shukran Colombia»
Empiezan diciéndome que sus abuelos y sus padres resistieron, y que sus hijos y nietos resistirán. Y me precisan: “resistimos porque somos”; así de simple. Amanecen y anochecen como refugiadas.
No es una situación pasajera, sino algo que se ha convertido en una identidad. “Solo resistimos, no sabríamos decir exactamente por qué, pero resistimos”.
Están reunidas y pintan olivos que adornan con los colores de la bandera palestina. Allí reciben atención médica, fisioterapia, hacen comidas y celebran días especiales. Pregunto sobre cómo conservan la memoria, ya que, como diría el poeta: “la memoria es un agua que se agota”.
Me responden que suelen hacer reuniones entre palestinos de diferentes generaciones, incluso entre los más pequeños y los más viejos, para mantener viva la memoria. Ellas son “las niñas de la Nakba”, algunas tenían pocos años cuando sus familias fueron expulsadas; a sus nietos los llaman “los niños del retorno a Palestina”.
Pienso en el desafío de mantener la historia viva, cuando una meta del sionismo es precisamente esperar que los viejos mueran y que los jóvenes olviden. Ellas me aclaran que no solo de trata de reuniones y de memoria oral, allí van estudiantes universitarios y hacen sus tesis y sus trabajos escribiendo y conservando la memoria de los viejos.
Han organizado un pequeño museo, en el segundo piso, una reproducción de una sala palestina: amoblada y con lámparas, radios y fotos que los viejos han ido donando para que trasciendan, para que cada una de esas cositas regrese algún día a Palestina, cuando vuelvan todos los refugiados.
Hay una tetera que una mujer palestina donó. Tuvo la suerte, antes de 1982, de volver a su casa natal, abandonada y medio en ruinas, y allí encontró la tetera. Ella es madre de cuatro mártires y sueña con que, así sea al morir, la tetera regrese a la casa de su infancia. Me compartieron la historia de otra anciana con demencia senil que había olvidado todo, excepto que su casa quedaba en un pueblo pequeño de Palestina.
Durante 75 años se han sentido oprimidas por el mundo y dicen que necesitarían el mismo tiempo para explicar por lo que han pasado. Ante la pregunta por la Operación Diluvio de Al-Aqsa, responden que sintieron esperanza, quisieran estar allí y ser parte de la batalla por Palestina. “Mi padre, de 85 años, recuperó la esperanza de regresar a nuestra tierra”.
Saben que los pueblos árabes están de su lado, incluso los pueblos de Europa, pero también que los líderes árabes los han abandonado. “Nosotros tenemos esperanzas, el mundo está con nosotros, Dios está con nosotros. Este campo de refugiados lo hemos construido y reconstruido, y podemos hacerlo nuevamente”. No entiendo su tierna terquedad de reconstruir, ni de dónde sacan fuerza para hacerlo. “No es la casa, es la tierra. La casa es piedras, no es nada; la tierra es todo”, me dice una de ellas.
Me cuentan que cuando empezó la pausa humanitaria (de noviembre de 2023), la gente salió a las calles de Gaza a celebrar la vida, como si hubieran ganado la guerra por haberse mantenido vivos. Ven la resistencia de Gaza como un ejemplo, como el camino que debieron intentar hace mucho tiempo. Y saben de lo que hablan porque han enterrado a sus hijos y a sus nietos.
A la entrada del campo, hay una foto de cinco jóvenes palestinos que habían muerto días antes en una acción militar contra Israel desde territorio libanés. “Ser mártir es un honor. Hemos sido creados de la tierra, cuando una persona sufre, quiere volver a su origen y morir es volver a la tierra de donde salimos”.
Algunas conservan las llaves originales que usaban en sus casas antes de 1948. Son el símbolo, “mi llave es mi casa y yo llevo mi casa conmigo”. Otra de las abuelas me dice: “Tenemos aquí toda Palestina, la comida, la ropa, el idioma, el baile; todo, excepto la tierra”. Les rompe el corazón ir hasta el límite entre el Líbano e Israel, ver desde lo lejos, más allá del muro fronterizo, a la Palestina histórica, sin poder pisarla y mucho menos cultivarla.
Han oído hablar de Colombia y dicen que su presidente he hecho más que los líderes árabes. Al final una de ellas, en nombre de todas, me dijo algo y pude reconocer algunas palabras: Mabruk (felicitaciones), shukran jazilan (muchas gracias), seguido de “Colombia” y “Petro”. No se sienten solas.