Víctor de Currea-Lugo | 10 de junio de 2024
Dice el refrán que “soldado advertido no muere en guerra”, pero eso no le importa a Israel, que está advertido de la gran capacidad militar de Hizbollah y, aun así, persiste en empujar la región hacia una guerra más amplia, sobre la cual no tiene absolutamente ninguna seguridad de triunfo y sí muchos indicios de fracaso.
Empecemos en orden: Israel invadió el Líbano en el año 1978, en el curso de la guerra civil del llamado país de los cedros. Luego llegó hasta Beirut donde, en septiembre de 1982, con el apoyo de las milicias cristianas maronitas, fue responsable del genocidio de por lo menos 3.500 palestinos civiles que vivían en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila.
Los sobrevivientes, que entrevisté allí en 2011, me contaban de muchos casos de personas que fueron detenidas y de las que nunca más se supo, de la forma en que el ejército de Israel apoyó militarmente a las milicias asesinas, y de cómo semanas antes de la masacre, la ONU convenció a Yassir Arafat de retirarse junto con otros combatientes palestinos de los campos de refugiados, con la promesa de que protegería a los civiles.
La ONU, que ya había aprobado la división de la histórica Palestina, que no había exigido a Israel cumplir las decenas de resoluciones emitidas entre 1947 y 1982, esta vez falló en su promesa; tal como lo haría años después ante los civiles de Bosnia.
En esos años, varias organizaciones armadas de credo chií pelearon contra la ocupación israelí y se fusionaron en El Partido de Dios, o Hizbollah. Su lucha no era religiosa, sino, como en el caso de Hamas, contra una ocupación. Los sionistas de hoy (especialmente los criollos) no tienen ni idea de lo que es el proyecto Hizbollah y por eso lo reducen al decir que es un “grupo terrorista”.
Hizbollah, de credo chií, ha sido un gran aliado de Hamas, de credo suní; esto muestra que allí no hay tensiones suníes-chiíes, sino un compartido sentimiento antiocupación y antisionista.
Durante su permanencia en el Líbano, los israelíes cometieron crímenes de guerra y abusos contra la población civil, como lo hacen ahora en Gaza. Es decir, los libaneses saben, en primera persona, de lo que es capaz el sionismo. No lo leyeron, lo sufrieron.
Finalmente, los israelíes permanecieron en el sur del Líbano, hasta 2000, cuando finalmente se retiraron; no por voluntad propia sino, en buena parte, por la acción de la resistencia libanesa, liderada por Hizbollah.
La guerra de 2006 con Hizbollah
En verano de 2006, estando en Ramallah, recuerdo que empezó la por muchos llamada “Guerra de los 33 días”, en la que se enfrentaron de nuevo Israel y Hizbollah. Las hostilidades empezaron por un incidente militar en la frontera entre los dos países y ambos optaron por dar el paso hacia la guerra.
En ese conflicto, Israel volvió a mostrar su total irrespeto hacia las normas de la guerra: atacó bienes civiles y usó armamento prohibido. Al final, Israel mismo propuso una tregua que fuera supervisada por la ONU. Tres días antes de que entrara en vigor la tregua, ya firmada, Israel dejó caer más de 100.000 bombas racimo sobre zonas habitadas por civiles en el sur del Líbano.
Israel, que había ganado las guerras de 1948, 1967 y 1973, esta vez no era un claro ganador; más bien había perdido ante un actor armado no estatal: Hizbollah. Es más, un informe interno del Gobierno de Israel, llamado Winograd, reconoció que el profesionalismo y la capacidad militar de Israel eran altamente discutibles.
Después de esta guerra, hasta el presente, todo indica que Israel no hizo la reingeniería que le recomendaron en el informe Winograd y siguió, como muchos indican, teniendo, más que un ejército, un cuerpo armado parapolicial dedicado a perseguir palestinos civiles.
Los crímenes de guerra por parte del ejército son una constante, no solo por la política de tolerancia absoluta del Estado, sino también como reflejo de lo que algunos diarios israelíes reportan: una gran desorganización en la línea de mando.
Hizbollah tomó nota de sus errores de 2006, estuvo en la guerra de Siria en donde aprendió, y mucho, de los combates contra el Estado Islámico. En 2013, pasé una semana con algunos miembros de Hizbollah; y me sorprendió descubrir que no eran un grupo militar aislado, sino una propuesta política.
Me explico, Hizbollah es un partido político legal, que ha tenido puestos en el gabinete de ministros del Líbano; una bancada parlamentaria, una sociedad civil organizada, una red de organizaciones de solidaridad con las víctimas y, por último, un brazo armado. Visité varias de esas expresiones y recorrí la ya cerrada frontera entre los dos países, separada por un muro de concreto de 6 metros de alto.
La ofensiva de 2023
Esa frontera nunca ha estado calmada, pero tan pronto se dio la Operación Diluvio de Al-Aqsa por parte de los grupos de resistencia palestina (7 de octubre de 2023) Israel respondió con toda crudeza y Hizbollah empezó una campaña de operaciones cotidianas de baja intensidad contra Israel.
En noviembre de 2023, regresé al sur del Líbano y pude visitar varias de las casas civiles víctimas de ataques indiscriminados por Israel. Incluso, en esos días, tres colegas del medio de comunicación “Almayadeen” fueron asesinados en territorio libanés por drones israelíes.
Durante esta fase de la confrontación, Israel se ha visto obligado a desplegar buena parte de su ejército en el frente norte, lo que no ha impedido ni el desplazamiento de miles de colonos israelíes del norte, ni el grave impacto a la economía israelí; todo esto por los ataques de Hizbollah.
Hassan Nasrallah, el secretario general de Hizbollah, ha hecho varias declaraciones que Occidente no entiende o no quiere entender. Hay dos líneas rojas para ellos: los civiles libaneses, especialmente los ubicados en el sur del Líbano; y una eventual derrota de la resistencia palestina.
Hoy, incluso a pesar de los ataques a Rafah, Hamas y Jihad Islámico (solo por mencionar las dos organizaciones más grandes de la resistencia) están de pie y atacando día a día a las tropas israelíes, causando bajas y una gran desmoralización.
Israel ha seguido y ha incrementado sus ataques al sur del Líbano, usando incluso fósforo blanco; a comienzos de 2024 atacó un barrio de Beirut para asesinar a uno de los comandantes de Hamas. Y Hizbollah ha continuado su guerra de desgaste con una aclaración: hasta hace poco seguían con las armas usuales y sin haber abierto todavía “los arsenales para la guerra”.
Sea esto último especulación o realidad, lo cierto es que varios expertos calculan que Hizbollah tendría, entre cohetes y misiles, alrededor de 150.000 proyectiles. Es más, si se ve el mapa de la guerra de 2006 y se compara con el de ahora, el cambio más significativo es el aumento de acciones en territorio israelí.
Andanadas recientes han mostrado que Israel es altamente vulnerable, que no tiene la capacidad de proteger a su propia población, y que los sistemas antimisiles tienen deficiencias ya identificadas por Hizbollah. Así que las amenazas de Israel tienen cada vez menos bases sólidas.
Israel no aprende
Recordemos que, en los incidentes con Irán, Israel se vio obligado a suspender por unas horas los ataques en Gaza. Es decir, no tiene la capacidad militar para tener dos frentes abiertos y, menos aún, después de ocho meses de desgaste sin logros militares relevantes.
¿Qué nos enseña todo esto? Que Israel trata de aumentar la intensidad de la guerra en el norte con una única esperanza: lograr involucrar a Estados Unidos, pero lo cierto es que no lo logró en el intercambio de acciones militares contra Irán y es difícil afirmar que lo lograría en una guerra contra Hizbollah.
Israel no aprendió de 2006; mientras Hizbollah ha mejorado no solo su sistema de túneles (que ha sido ejemplo para Hamas), sino sus arsenales y su capacidad de combate. Si en 2006 Israel no pudo ganar, nada indica que ahora sí lo hará.
En las guerras anteriores, no había una red regional antisionista como la que ahora existe: Yemen, las brigadas de Irak, Hizbollah, la resistencia palestina encabezada por Hamas e Irán. Israel simplemente no podría ganar.
Ni Hamas, ni Irán, ni Hizbollah son de 100 metros planos, sino actores de maratón. No es la angustia de querer resolver 76 años de ocupación de Palestina en una tarde lo que los mueve. En estos más de siete meses, la resistencia ha aprendido mucho de los errores de Israel.
Más allá de bravatas sionistas, en el norte hay un ejército llamado Hizbollah, con una amplia popularidad, organizado y maduro para la guerra. Y hay miles y miles de refugiados palestinos viviendo en el Líbano y dispuestos a empuñar las armas por sus hermanos de Gaza; de hecho, varios ya lo han hecho.
Israel ha prometido devolver al Líbano “a la edad de piedra”, pero lo cierto es que esa edad de piedra también podría ser el futuro del Estado sionista. Los combatientes de Hizbollah tienen una convicción en su causa (más allá de si es justa o no) que he percibido como una constante en las entrevistas que les he hecho.
Israel fracasó en su incapacidad de controlar Gaza: siguen los combates en barrios de la ciudad de Gaza, las tropas tuvieron que retirarse en Khan Younis y hasta en la ofensiva de Rafah siguen enfrentando una gran resistencia.
Políticamente, Israel está quebrado; desde su sociedad hasta su liderazgo político. Económicamente, si no fuera por Estados Unidos, estaría peleando con palos y piedras; y, militarmente, el desgaste del no triunfo huele a derrota.
En lo internacional, la opinión pública en los países que son sus principales aliados (Estados Unidos y Alemania), está en su contra; cada vez se suman más países a los procesos en contra de Israel ante tribunales internacionales; y ya la humanidad tiene muy claro que ser antisionista no es ser antisemita. Aun así, Israel no aprende que sionista avisado sí muere en guerra.
PD: les recomiendo mi documental (de 17 minutos) “Palestina, genocidio y resistencia”, que explica parte de la crisis en curso.