Víctor de Currea-Lugo | 14 de abril de 2014
Hace mucho acabó la época en que México era sinónimo de mariachis. El “chapo” Guzmán destronó a Pablo Escobar de los titulares y México saltó a otros estereotipos: el narcotráfico, el crimen organizado y “La Bestia”: el tren lleno de inmigrantes ilegales de camino hacia Estados Unidos.
Hoy, desde los empresarios hasta los habitantes más pobres tienen una preocupación común: la seguridad. Como nos decía un policía mexicano “la delincuencia va delante de nosotros” refiriéndose a su capacidad creativa. Por pensar en los grandes crímenes, a veces poco se dice de la violencia “menor”, los llamados delitos comunes en las calles y en los barrios populares: robos con violencia y asaltos a vehículos de transporte público.
En los camiones y las peceras (buses y busetas) y hasta en el metro, el desfile continuo de vendedores ambulantes refleja la frágil economía de un sector de la población. Uno de ellos tratando de convencer al desinteresado público del momento diciendo “no es para intimidar, pero estuve 5 años en la cárcel”.
En los años noventa, hubo una gran reforma institucional para combatir los grandes delitos, pero los pequeños robos siguen sin un doliente adecuado desde la institucionalidad. Además “la gente no denuncia”, no cree en las instituciones. El decir general es que “las denuncias las van a archivar” sin hacer nada.
Estuvimos patrullando con una parte del área metropolitana de la capital con la Policía Municipal de Naucalpan. Las faltas administrativas, que no constituyen delito, son atendidas en la Oficialía Calificadora. Allí hay unas celdas de tránsito, llamadas galeras. La mayoría de los que llegan allí están por beber licor en sitios públicos o consumir sustancias ilegales. Esos consumos reflejan un alto nivel de frustración de los jóvenes. Hay casos de menores de 10 años detenidos fumando marihuana. Uno de los detenidos en las galeras nos dijo: “he venido varias veces, pero no seguidas”.
Los infractores
Los delitos, competencia de la Policía Ministerial, son atendidos en el Centro de Justicia. Hasta allí llegamos. En la entrada había dos detenidos. Uno fue capturado al estar de cabeza robando en un carro. Vende ropa usada. Estuvo 5 años en la cárcel y dice, como en las películas “por un delito que no cometí”. El otro recién detenido fue capturado dentro de una casa. Él alega que se metió “para huir de un intento de robo”. Es recolector de basuras y vive con su esposa embarazada.
Allí también hay galeras que guardan a los detenidos. Sólo uno de ellos dijo ser inocente, los demás confesaron sin reparos sus delitos. El primero nos dice que fue capturado “robando tequila”. Ya había estado en prisión 3 años por robo con violencia. Ahora estaba de pelea con la esposa, sin dinero y desesperado. Trabaja matando puercos, de albañil, mejor dicho “en lo que se pueda, patrón”. Vive solo. Su hijo de 11 años vive en los Estados Unidos con su mamá. A la pregunta por su futuro responde “eso se lo dejo a la voluntad de Dios”.
El segundo detenido dice que uno de pobre solo tiene de futuro “la muerte, el hospital o la cárcel”. Empezó de joven a fumar marihuana “por diversión”. Luego saltó al bóxer. Tiene tres hijos, dos de los cuales cumplían años el día en que fue detenido. “Su regalo detenido es su papá en la cárcel” dice.
Un tercero fue el más impactante de la noche. Un tipo de unos treinta años. Tenía una camiseta negra. Estuvo consumiendo solventes y marihuana. Llegó a la vivienda de su hermano y violó a su sobrina de 4 años. Una vez drogado había tratado de matar a su hermano. Estuve tres meses en un centro de rehabilitación que le sirvió de poco. Uno de ellos le interrumpió su relato para decirle “la misma edad que mi hija”.
El cuarto era un señor de 44 años. Arrendó una casa hace dos mese y medio, y fue acusado de allanamiento ilegal porque el supuesto dueño no era tal. Lo van a echar a la calle. Ahora le toca demostrar que actuó de buena fe. Tiene una floristería y una familia con 4 hijos. Está allí compartiendo celda con ladrones y un sádico.
El quinto y último entrevistado tiene 19 años. Está por el robo de unas cervezas. Según él, otros robaron y huyeron pero él fue el acusado. Todavía vive con papá y mamá. Trabaja en un taller de carros. Abandonó la secundaria, no le interesa el estudio y trabaja desde los 9 años.
A despedirnos pregunté si habían tenido roces entre ellos y uno contestó irónicamente “nos queremos como una familia”. Finalmente visitamos la morgue, cada Centro de Justicia tiene una pequeña unidad médico-legal. Allí el técnico se puso a mi disposición, a lo que respondí “espero que no tenga que servirme”.
La respuesta policial
En México hay varias policías: la municipal, la estatal y la federal, con competencias diferentes e inexcusables tensiones. Minetras la Estatal se encarga de delitos, la Municipal de ‘faltas administrativas’ (lo que equivaldría en Colombia a contravenciones); pero es común a ellas sus problemas de falta de profesionalización.
La policía no tiene la capacidad de responder, ya sea porque su institucionalidad es débil, ya sea porque las causas de muchos delitos trascienden sus propias competencias: el desempleo y la falta de oportunidades condimenta la delincuencia y el consumo de sustancias ilícitas. Este consumo va desde pegamentos hasta el creciente remanente que deja el mercado de narcóticos que cruza de América del Sur hacia los Estados Unidos.
La institucionalidad de la Policía Municipal de Naucalpan fue, hasta diciembre de 2012, muy precaria. Los policías tenían que comprar sus propios uniformes y los salarios no eran los mejores. Con ese contexto, el riesgo de corrupción y abuso policial es inevitable, sobre todo cuando la cultura de lo narco ha permeado a la misma sociedad.
El Comisario jefe de la Policía de Naucalpan, Jorge Jiménez, reconoce el riesgo de corrupción y las limitaciones institucionales, por lo que hace poco crearon la “Comisión de Honor y Justicia”. Cuando llegó al cargo, en 2013, había incluso policías con sólo educación primaria y cada uno tenía que comprar su propio uniforme. Nos dice que no es posible cambiar 80 años de costumbres en un par de años. El Comisario reconoce que los retos de seguridad van más allá de lo que puede hacer la institución pues, por ejemplo, “tenemos gente viviendo en cuevas”.
Más allá de la policía
La agenda de la seguridad ha sido históricamente entendida como un problema que requiere una salida policial. Incluso, la militarización de la acción policial va en el mismo sentido. Si en vez de pensar en clave de seguridad pública se hiciera en clave de seguridad humana sería mucho más complejo, pero a la vez mucho más eficaz la acción institucional. Perseguir al que bebe licor en la calle no deja de ser una acción marginal que en la gran foto de la violencia urbana poco ayuda.
La represión da más votos, pero menos resultados a largo plazo. Como en muchos países de la región (varios de ellos entre los 5 más violentos del mundo), el énfasis en políticas de gobierno ante que en políticas de Estado sirve para ganar o perder elecciones, pero no para traer tranquilidad a los habitantes. Además, la incorporación de la lógica de los derechos humanos es percibida por la policía como un obstáculo antes que como una herramienta.
México sufre la violencia del narcotráfico y de la trata de migrantes, dinámicas que implican grupos organizados de muy alto nivel. Pero la otra violencia, pequeña para las autoridades pero grande para las víctimas que tienen pocos recursos es incluso más grave. Todo esto en parte por su vecino del norte, pues como reza la frase, “pobre de México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Y como diría Cantinflas, en parte “ahí está el detalle”.