Víctor de Currea-Lugo | 8 de abril de 2013
Análisis de un testigo presencial del encuentro ritual de la izquierda mundial, centrado esta vez en rendir homenaje a los movimientos árabes. ¿“Otro mundo es posible”? Las realidades políticas y económicas tienden a desinflar las ilusiones.
Túnez, un destino común
En marzo pasado, Túnez fue la casa del Foro Social Mundial (FSM): casi 5.000 organizaciones y miles de activistas nos encontramos para hablar bajo la consigna habitual, “otro mundo es posible”. El lema de esta edición fue la palabra “dignidad”.
Por el sitio de la reunión, en el Norte de África, es entendible que tanto los temas como los participantes fueron mayoritariamente árabes. La escogencia misma de la sede ya contenía un mensaje simbólico: como en Túnez empezaron las revueltas árabes, se quiso rendir un homenaje de dimensiones históricas al despertar de los movimientos sociales árabes y específicamente a ese pueblo que en 28 días tumbó un gobierno de 24 años, proceso cuyas consecuencias todavía están por verse.
Pero no sólo había árabes: llegamos latinos, kurdos, tuaregs, españoles, monjas, musulmanes, en una mezcla de naciones, etnias y credos que bien servía de espacio para discutir sin excusas sobre el mundo actual.
La mujer en el FSM
La ceremonia de inauguración fue la asamblea de mujeres, donde se insistió en la feminización de la pobreza y de la injusticia social, se rindió homenaje al papel de las mujeres en las revueltas árabes, y se discutió la delgada línea roja entre las libertades religiosas y culturales y los derechos de las mujeres.
En Túnez, el debate de las agendas de género está sobre la mesa: mientras los salafistas — musulmanes radicales— buscan ahondar en las prácticas islamistas (el 98 por ciento de la población de Túnez es musulmana), las organizaciones de derechos humanos insisten en abolir las leyes sexistas que se nutren, precisamente, de la religión musulmana y de la cultura árabe. Este debate está vivo también en Egipto y en Libia.
En las conclusiones de la asamblea de mujeres se incluyeron temas como la violencia sexual en los conflictos armados y la respuesta obligada del movimiento social mundial de luchar contra ella, teniendo en cuenta el derecho internacional vigente. Las mujeres también exhortaron especialmente a los países árabes a ratificar el derecho internacional relativo a la explotación sexual y a la violencia de género.
El proceso árabe
Túnez estaba de fiesta, pero resulta preocupante la complejidad de su proceso político, que explicaré más abajo. En general, se siente dolor en las filas de los activistas por la incapacidad de un sector de la izquierda mundial para entender la complejidad árabe, pues insiste en la idea de que las revueltas son artificiales y dependientes de potencias internacionales.
El conflicto libio se resume en la tensión entre dos palabras: esperanza y seguridad. La gran participación y los resultados electorales libios dan una luz de esperanza para la construcción de democracia, a pesar de la mala prensa que se cierne sobre Libia. Pero los problemas de seguridad subsisten, especialmente por las dificultades derivadas de la mala respuesta institucional, la crónica violación de derechos humanos, la pervivencia de detenciones arbitrarias y la agenda pendiente de la reforma de la justicia.
En el caso de Egipto, el movimiento social se enfrenta al creciente proceso de islamización, ya no solo desde grupos salafistas en la sociedad, sino desde el gobierno de los Hermanos Musulmanes. Las ideas de ‘liberación’ y de ‘revolución’ son diferentes para islamistas y para laicos, aunque ambos sean musulmanes. La agrupación de coaliciones laicas que canalizan la oposición de la sociedad frente al gobierno es una fuente de esperanza.
El debate de fondo consiste en cómo construir democracia en medio de la tradición autoritaria y en medio del ascenso islamista.
Pero el gran problema no es el salafismo ni la cultura política vertical, sino la falta de recursos: Túnez podría quebrarse. Una de las salidas es un préstamo internacional, pero el Fondo Monetario Internacional (FMI) exigiría la reducción del subsidio a la energía eléctrica y la reforma del sistema de pensiones. Con lo cual, para salvar la revuelta hay que sacrificar la revuelta. Eso mismo pasa en Libia y en Egipto. Así las cosas, el principal enemigo de las revueltas árabes es el FMI.
La agenda tunecina
Tuve la oportunidad de hablar sobre la situación de Túnez con el Ministro de Asuntos Sociales, Khalil Zaouia, un activista de derechos humanos, quien luchó contra el gobierno dictatorial, sufrió la persecución y ahora es parte de la cuota de las minorías políticas en el nuevo gobierno.
Una de sus dificultades es la falta de un programa claro: aunque existía un consenso para luchar contra la reforma neoliberal en Túnez, subsisten sectores sociales que siguen confiando en el credo neoliberal como fórmula de una posible salvación. Por otro lado, el salafismo sigue muy presente y busca influir especialmente en dos áreas de las nuevas políticas públicas: el tema de género y la educación.
Durante el primer año del gobierno de coalición, las tensiones principales se derivaron de dos agendas paralelas: la construcción de la democracia y la (re)construcción del Estado social, enmarcada en un programa mínimo para mantener la unidad. Además, se complicó la situación económica con la caída en la producción de fosfatos, las tensiones en las fronteras —Libia, Sahel— y la herencia de Ben-Alí.
La agenda de gobierno está tan sobrecargada, que desde fuera éste parece un ente inmóvil: la corrupción policial, la relación con las Fuerzas Armadas, el impacto de la recesión mundial en Túnez, la crisis del turismo, y —en medio de ese tsunami de temas— la urgencia de reformar el aparato estatal.
El ritual del Foro
El Foro Social Mundial tiene una cierta cuota de ritualismo: se repite con regularidad y muchas actividades son previsibles, como en misa. Pero eso no demerita su objetivo, al contrario: los rituales alimentan la fe y reiteran la esperanza. El problema es reducir la agenda al ritual: pensar, querer y creer que el Foro Social Mundial da respuestas directas o fórmulas mágicas a los interrogantes sobre cómo crear un mundo más decente.
El problema de fondo es querer convertir al Foro en el think tank de la izquierda mundial o, peor aún, forzarlo a convertirse en una organización de organizaciones, una especie de Internacional que haga las veces de vanguardia en un mundo donde los movimientos sociales —especialmente los árabes— rechazan justamente la idea de un partido único y de una vanguardia de la sociedad.
El Foro Social Mundial también es fiesta, además de debates y de planteamientos. Así que la sonoridad de la música árabe solo fue superada por el amplio consenso que despierta el apoyo a la causa palestina. Más allá de la bulla, me repetía la pregunta que ya me había formulado en el Foro Social Mundial de Mumbay (India): ¿otro Foro es posible?
Más en las calles que en los foros
La pregunta que queda en el aire es: ¿la revuelta árabe fue solo flor de un día? Los sindicatos independientes de la región trabajan intensamente para crear coordinaciones regionales, pero el movimiento social árabe parece encerrado en la idea de los Estados naciones ante que de la región árabe.
No me parece que trasnoche a los árabes la confusión entre sociedad civil, movimiento social, partido político, instrumento político y un largo etcétera: la forma poco les importa y el nombre menos.
Si en las revueltas árabes, en la cultura política se impone el salafismo, si en la economía se impone el FMI y si en la institucionalidad estatal se perpetúan las viejas formas y prácticas, el fracaso será total. Por eso la revolución árabe empieza realmente ahora y los movimientos sociales tienen que jugar, al mismo tiempo, a ser actores del proceso y veedores de las acciones y de los resultados.
Mientras tanto, el movimiento social árabe y mundial sigue su camino, más en las calles que en los foros.