Europa, dice la mitología, es un ser femenino de origen fenicio. Ella cruzó el mar a caballo sobre el Dios Zeus, que la engañó y la raptó. Llegó desde las costas del actual Líbano hasta la isla de Creta, hoy parte de la Unión Europea. Siglos después, siguiendo la misma ruta, llegan miles de personas de Oriente Medio al llamado Viejo Continente; entre ellas algunos musulmanes.
En 2017 fue un año de frustración para los refugiados que arribaron a Europa. 172.301 personas llegaron a través del Mediterráneo a las costas europeas, pero 3.119 murieron o desaparecieron en el intento. Los cinco principales países de origen, según el número de emigrantes fueron: Nigeria, Siria, Costa de Marfil, Guinea y Marruecos. Una mezcla de guerras, exclusión y pobreza.
Pero tales cifras, que constituyen la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, no fueron argumentos para los gobiernos europeos que optaron, en general, más por blindarse que por ofrecer una mano solidaria. Al contrario, los partidos xenófobos aumentaron su popularidad entre el electorado. Incluso, hubo ataques físicos contra refugiados en Bélgica, Francia y Alemania.
Hoy el sueño de una Europa blindada se beneficia de enemigos inexistentes: el islam es terrorismo y los extranjeros son un peligro. El problema fundamental de la islamización de Europa es que, como tal, no es cierta, pero frente a una mentira extendida es muy difícil actuar. El desmonte de esa mentira no depende, para nada, de lo que hagan los sirios y los iraquíes, hoy refugiados, sino de lo que piensan y creen los europeos frente al islam y frente a la migración.
Poco importa que los musulmanes salgan a pedir perdón después de cada crimen, que los teólogos expliquen el mensaje de paz incluido en el Corán, que los economistas señalen los aportes de la migración. Nada de eso sirve si los europeos siguen mirando al extranjero por la rejilla del miedo o del prejuicio.
Por eso, la solución hay que buscarla en las organizaciones y los líderes europeos que tengan credibilidad y mantengan vivas las exiguas llamas de la tolerancia. En otras palabras, hagan lo que hagan los refugiados, actúen o no dentro de las normas, invoquen o no el derecho internacional, su suerte no depende ni dependerá de su nivel de inglés ni del respeto a las leyes nacionales del país que los acoge.
La xenofobia es un monstruo de más de siete cabezas que siempre encuentra una excusa para atacar, un monstruo alimentado por el miedo que siembra la extrema derecha europea, por una cultura judeo-cristiana que mira al musulmán como el enemigo y unos medios de comunicación que crean unos mitos en los que se mezclan lo árabe y lo musulmán con el terrorismo.
A esto se suman los pobres europeos que temen perder sus empleos. El miedo a los inmigrantes está más asociado, demuestran las investigaciones, con los niveles de desempleo existentes que con el porcentaje de los recién llegados.
Hoy hay por lo menos dos formas de ser europeo. Una, la que defiende la Europa privilegiada, la que se hizo a sí misma aprovechándose de sus antiguas colonias, la que olvida su pasado migratorio. Y dos, una forma basada en la Europa de los derechos, de la democracia y de la tolerancia. Esta última parece más una entelequia inexistente, reducida a la mitología, secuestrada por Zeus que, como todo Dios, le gusta el statu quo y se nutre también de la mentira.