Víctor de Currea Lugo | 16 de noviembre de 2015
Hay una sutil mezcla entre el deseo de que rechacen el terrorismo y cierta forma de pedir perdón. Y aunque no es lo mismo, suena a lo mismo a muchos oídos. Pésimo suponer que los musulmanes deben portarse frente a los crímenes de manera diferente que el resto de ciudadanos, como si tuvieran responsabilidad porque los asesinos citen el Corán o griten “Alá es grande”.
Los musulmanes no deben sentirse culpables ni pedir perdón, salvo que sean del Estado Islámico (o de otros grupos similares), los reales asesinos; así como los judíos tampoco tienen que pedir perdón por lo que hace Israel en Palestina, salvo que sean sionistas. Los alemanes todavía pagan de sus impuestos una indemnización a Israel por la Segunda Guerra Mundial: dos generaciones que no fueron víctimas directas de la guerra siguen envueltas en culpas ajenas.
La práctica del islam no es un delito, por tanto, buscar complicidades por el uso de un velo o la lectura del Corán es perverso. Mis vecinos católicos no tienen que pedir perdón por los curas pedófilos; son ellos los que tienen que hacerlo. Si Occidente sigue hablando de derechos, debe respetar su promesa de que cada uno responde por sus actos, y que dicha responsabilidad no puede manipularse para justificar la cacería de izquierdistas, judíos, cristianos o musulmanes.
Pero hay quienes sí deben pedir perdón: el presidente Rajoy por su doble moral de marchar en París y en casa aplicar la llamada “ley mordaza” contra la libertad de expresión; que pida perdón Netanyahu por el asesinato de palestinos. Que pidan perdón Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia por sus recortes a las libertades civiles desde 2001 y que ahora anuncian más medidas de control a sus ciudadanos. Que pidan perdón quienes en el oportunismo del dolor ajeno hacen de la política de migración un show, como Geert Wilders y Marine Le Pen.
Que pidan perdón las organizaciones islamófobas que actúan abiertamente en más de 12 países de Europa. Que pida perdón Francia por prohibir por años la película La batalla de Argel, que muestra el asesinato de cientos de argelinos durante la época colonial por manos francesas. Y que pidan perdón, los de Al Qaeda, Boko Haram, los Talibán, el Estado Islámico y todos esos grupos similares que han hecho de la propuesta musulmana una caricatura de miedo y de sangre. Que pidan perdón los que matan creyendo que su dios es tan débil que necesita del terror humano para sobrevivir. Que pida perdón el cura pedófilo, el alemán autoritario, la pseudopacifista delincuente. Pero mi amiga Neven en Jordania, o Yassir en Irak, no tienen que pedir perdón.