Víctor de Currea Lugo | 14 de marzo de 2016
Dice la leyenda que la diosa de la discordia arrojó una manzana de oro en una boda, lo que terminó produciendo una cascada de cosas que, al final, terminaron en la guerra de Troya. La diosa sólo quería dar una pequeña reprimenda, pero nadie sabe la suerte de las pequeñas cosas. Así pasa con Siria.
En 2011, unas protestas locales por un acumulado de descontentos dieron lugar a la guerra civil siria. El presidente sirio, Bashar Al-Assad, nunca imaginó que una reprimenda local en la ciudad sureña de Daraa, produjera (hasta hoy) la acción militar de estadounidenses y rusos en su territorio. Ni tampoco pensó que fuese precisamente su cabeza la manzana de la discordia entre la comunidad internacional. Al presidente “le hubiera bastado haber castigado a algunos policías” para recuperar su prestigio, me decían en el mercado de Damasco, dos meses después de las protestas de Daraa, pero optó por culpar de todo a la CIA.
Esta guerra de cinco años ya destruyó Siria. Hoy no es ni sombra de la legendaria tierra del califato de los Omeya, cuya mezquita ha sido también golpeada por la guerra, así como la tumba del gran Saladino. Lo cierto es que, con tanto actor armado, si esto mismo sucediera en Europa, hablaríamos sin duda de una tercera guerra mundial.
La guerra en 2011 tenía unos frentes más nítidos: el Estado, sus paramilitares (conocidos como los shabiha) y algunos asesores iraníes. Del otro lado, los rebeldes del Ejército Libre Sirio (ELS) y una coalición política llamada Consejo Nacional Sirio (CNS).
Pero los vacíos de poder fueron ocupados por muchos grupos en los años siguientes. De hecho, el ELS es más exactamente una agrupación de decenas de katibas (brigadas) que un grupo homogéneo; mientras muchos grupos locales de oposición en cada ciudad se articularon en torno a los llamados Comités Locales de Coordinación, así me lo explicaron en Turquía y Líbano, los propios rebeldes.
A finales de 2011, por mandato de Al-Qaeda, varios de sus militantes llegaron de Irak a Siria para contribuir en la creación del Frente Al-Nusra, el cual se convirtió en la expresión armada del islam radical, que se enfrentó incluso contra el ELS, como me lo contaba Khaled Hoya, líder del CNS.
En los años siguientes los frentes se hicieron más complejos: al lado del gobierno sirio llegaron a pelear tropas iraníes y milicianos de Hizbolá, la milicia chií libanesa. Del lado opositor aparecieron un sinnúmero de nuevas organizaciones, algunas más laicas, otras más islamistas.
En ese caldo de cultivo afloró el Estado Islámico, el Daesh por sus siglas en árabe. La guerra pasó de dos a tres frentes en la teoría, pero a muchos en la realidad: hubo sectores del ELS que migraron a las milicias islamistas, los kurdos crearon sus propias tropas: las Unidades de Protección Popular (YPG), y hubo sectores de Al-Nusra que se pelearon contra el Estado Islámico.
Un rebelde me contaba en el norte de Líbano que muchas milicias tenían dos nombres: uno más “laico” para acceder al apoyo de Occidente, y otro más islamista para hacerse con el dinero que llegaba de las monarquías del Golfo Pérsico.
En la guerra mediática, el gobierno sirio mantiene la tesis de que todos los opositores son de Al-Qaeda. Cuando entré a Siria la última vez, en septiembre de 2013, los combatientes de Hizbolá me traducían ELS como Al-Qaeda. Pero la maquinaria de publicidad que se impone no es la oficial ni de la menguada oposición, sino la del Estado Islámico.
En círculos internacionales también prevalece una lectura más desde el ajedrez internacional que desde las agendas locales. Los muertos civiles no importan, sólo sirven de excusa para que allí estén bombardeando Rusia, Francia, Turquía e Israel, cada cual con su propia agenda.
Veamos sólo algunos ejemplos de las agendas cruzadas: Rusia cuida su base militar en Tartus, en territorio sirio; Estados Unidos sabe que un triunfo en Siria es una derrota para Irán; Israel pesca en río revuelto ayudando soterradamente a algunos grupos mientras le sean funcionales en su afán de atacar a Hizbolá e indirectamente a Irán; Turquía aprovecha la excusa del Daesh para bombardear kurdos; Irán se adentra en territorios iraquí y sirio pensando en su propia sobrevivencia como Estado; los kurdos resucitan su sueño nacionalista; los cristianos y los yazidíes huyen; Arabia Saudita puja por crear una coalición con sus aliados para meterse de frente en la guerra, y así podríamos emborronar cuartillas con ejemplos de agendas culturales, religiosas, políticas, militares y de todo orden.
La guerra también ha empujado a intentos de negociación que se acumulan en Ginebra I, Ginebra II y Ginebra III. Ni las propuestas de la Liga Árabe, del Consejo de Cooperación del Golfo, ni las de Naciones Unidas han dado frutos. La oposición sigue altamente fragmentada, el gobierno insiste en no negociar la permanencia de Al-Asad en el poder y se excluye de cualquier negociación a los islamistas radicales (como Al-Nusra y Daesh) que son, hoy por hoy, el mayor impedimento para lograr el fin del conflicto armado.
Ni el uso de armas químicas por el régimen, ni las graves violaciones al derecho internacional (que involucran cada vez más a una oposición militar que se degrada) son argumentos suficientes para la llamada comunidad internacional. Pareciera que todos prefieren una guerra de desgaste, antes que actuar, de acuerdo con el mandato que les impone la Responsabilidad de Proteger (R2P). Por eso los bombardeos, como táctica, se imponen, a pesar de que es claro que afecta aún más a los civiles y que no producen un impacto militar efectivo.
Tampoco mueve a la comunidad internacional el flujo de millones de refugiados. La gran mayoría hoy en Líbano, Jordania y Turquía, donde sus condiciones de vida son precarias. La Europa de los derechos humanos, de manera vergonzosa, olvida su propio pasado y cierra la puerta a algunos miles de migrantes (pocos si se compara con el total de afectados). La xenofobia y la islamofobia como lógicas contra la migración, equivalen a apagar el fuego con gasolina.
Siria tiene la mitad de su población viviendo fuera de casa, ya sea como desplazado interno o como refugiado; sus principales ciudades están destruidas, tiene la inflación más grande del mundo, sus posibilidades de recuperación económica se cifran en décadas; ya no hay monopolio de la fuerza, y el gobierno es más simbólico que real; el derecho interno no ofrece nada de justicia a los miles de detenidos en las cárceles, y la frontera de Siria con Irak está siendo borrada por el Estado Islámico. Siria ya (casi) no existe.
Siria es un elemento de discordia entre Irán y Arabia Saudita, entre Rusia y Estados Unidos, entre suníes y chiíes. La leyenda dice que la manzana de la discordia dio origen al Juicio de París donde ganó la diosa del amor: Afrodita. Pero en la reciente reunión de la comunidad internacional en Viena, sobre Siria, sin duda salió sonriendo otra ganadora, Palas Atenea: la diosa de la guerra.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/siria-manzana-de-discordia-articulo-622137