Víctor de Currea Lugo | 20 de diciembre de 2016
Los hechos son claros: un musulmán, invocando su fe religiosa, dolido por la situación de Alepo, dispara contra el representante de Rusia, país responsable de bombardeos tanto en Alepo como en el resto de Siria.
Recordemos que el archiduque Fernando fue asesinado en Sarajevo, alimentando las tensiones que dieron lugar a la Primera Guerra Mundial. Al egipcio Anwar El-Sadat lo mataron durante una ceremonia militar por su política contra los grupos radicales, pero, sobre todo, por haber renunciado al sueño palestino y haberse doblegado ante Israel. Al israelí Isaac Rabin lo asesinó otro israelí acusándolo de traición por haber firmado los Acuerdos de Oslo con los palestinos. Todos los asesinos parten de un principio: justicia por mano propia. Pero, además, cada muerte encierra un mensaje y ellos se asumen mensajeros.
En Ankara, Mevlüt Mert Altintas gritó: “No olviden Alepo”. Con estas tres palabras, el asesino del embajador ruso en Turquía trató de justificar el crimen. Lo terrible no es sólo que sea un joven musulmán que empezó su ataque gritando “Alá es grande” (lo que será excusa para aumentar la islamofobia); tampoco que esto tense las ya frágiles relaciones entre Turquía y Rusia. Ni la preocupación debería ser que la violencia de Oriente Medio parece no tener fin. El problema real es que el asesino tiene razón.
Y este reconocimiento no implica, para nada, justificar esos actos ni mucho menos promoverlos. Podemos gastar cuartillas rechazando el crimen, prometiendo una exhaustiva investigación, como ya lo prometieron los gobiernos de Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin; podemos aplaudir la detención de toda la familia del policía responsable de la muerte del embajador; podemos decir que “la violencia sólo genera violencia”, pero Alepo sigue ahí.
Es más, podemos repetir el cántico de los amigos del régimen sirio que insisten en que todo es una conspiración de la CIA o de Al Qaeda, que armas químicas nunca han caído sobre civiles sirios, que los muertos no son tantos (como se dijo también en Sarajevo y en Darfur).
Podemos decir incluso que no estamos cerca de una Tercera Guerra Mundial, aunque en Siria estén peleando Siria, Turquía, Irán, las monarquías del Golfo (por medio de terceros), Francia, Inglaterra, Estados Unidos y el país del embajador asesinado: Rusia. Pero Alepo sigue ahí.
¿Qué hacer cuando el asesino que blande el arma grita una verdad? Reducirse al debate de los métodos no resuelve el problema. Ya Donald Trump se pronunció sobre este asesinato y sobre los hechos de Berlín, fomentando la islamofobia y la xenofobia. Esto no sirve en Turquía, porque el asesino era turco y allí más del 98 % de la población es musulmana.
El problema no es el mensajero, ni siquiera sólo la forma en que entrega el mensaje. Hay que mirar lo que dice, no para justificar su crimen sino, incluso, para prevenir otros. Porque hasta ahora las lógicas de más soldados y más bombardeos no han servido en Siria y parece que no van a servir.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/opinion/no-olviden-alepo-columna-671333