Víctor de Currea-Lugo | 9 de junio de 2019.
Hay ciudades simbólicas de resistencia, como Stalingrado y Varsovia, donde la guerra tocó a la puerta y la gente le plantó cara a la muerte. Eso es Kobane, una ciudad kurda en Siria, en la frontera con Turquía. ¿Recuerdan a Alan? Era el nombre del niño muerto en las playas de Turquía, con su camiseta roja y su pantalón azul, cuya foto le dio la vuelta al mundo. Alan Kurdi era de aquí, de hecho, una escuela donde hay huérfanos por la guerra, lleva su nombre.
Kobane hace parte del corredor kurdo en el norte de Siria y ha sido víctima de la política de discriminación del gobierno central. Incluso, decir Kobane es un acto de rebeldía, porque es el nombre en kurdo, un idioma prohibido. Para entender la magnitud de no poder hablar en su propia lengua, basta con imaginarse que un niño no le puede pedir a la mamá un vaso de agua en la lengua de sus abuelos.
Camino a Kobane
El viaje a Kobane toma varias horas. Pasamos cerca al campo Ain Issa, donde hay alrededor de 20.000 desplazados, así como las esposas y los hijos de miembros del Estado Islámico. Cerca hay una planta cerrada de cemento, hoy convertida en el cuartel de las tropas francesas.
La batalla por Kobane fue violenta. En el lado kurdo han estado las Unidades de Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de Protección (YPJ), milicias que aguantaron en una ciudad amenazada. El ataque a los kurdos por parte de los islamistas en Siria empezó a finales de 2011, pero el enfrentamiento armado entre las dos partes se agravó desde julio de 2013 . En septiembre de 2014, las milicias de Daesh entraron en ella para izar su bandera. La ofensiva contra las comunidades kurdas había empezado tres meses antes, apenas fue anunciado el Estado Islámico. El 85% de la ciudad cayó en manos de los islamistas, me cuentan ya estando en Kobane.
A la entrada de la ciudad, hay un cementerio de mártires de la guerra. Gente kurda y, en menor medida, árabe que viajó a defender una ciudad por la que muy pocos apostaban. Los kurdos vinieron de Turquía, de Irán, muchos de Irak e, incluso, de muchas otras partes del mundo. En una de las calles de la entrada está la estatua en homenaje a Arin Mirkan, nombre de guerra de una kurda que prefirió morir antes de ser capturada por los hombres de Daesh. Era consciente de lo que le sucedía a las capturadas.
Desde el lado de Turquía, cientos de kurdos trataron de cruzar la frontera para incorporarse a la defensa de la ciudad, pero las tropas turcas parcialmente lo impidieron. El cementerio da fe de ello: las lápidas están llenas de ciudades kurdas de diferentes países de la región y un final común: Kobane.
El paso del Estado Islámico por pequeñas aldeas kurdas causó el éxodo de más de 180.000 personas . Los kurdos fueron los grandes sacrificados por la comunidad internacional en la Primera Guerra Mundial al negarles su derecho a un estado propio, después fueron abandonados en los años noventa en su lucha contra Sadam Hussein en Irak y, de nuevo, sacrificados por la misma comunidad internacional que establece categorías entre víctimas y causas para actuar. El miedo durante esos meses de guerra fue que, si cayese Kobane, los que perderían no serían solo los kurdos. Por eso allí se jugaba parte del futuro de Oriente Medio.
Los últimos 150
En Kobane sobró coraje, pero faltaba todo el resto. Muchos civiles huyeron y otros se incorporan a la resistencia. Las esperanzas de ayuda humanitaria o de un corredor para proteger civiles kurdos se desvanecieron, mientras los bombardeos de la coalición contra el Estado Islámico algo ayudaron, en una batalla entre septiembre de 2014 y febrero de 2015.
Ya tarde en la noche, me recibe en su casa Amed, ese fue su nombre de guerra. Con él está Yassir, dos de los pocos combatientes que estuvieron durante toda la batalla. Podrían recordar a alguien diferente en cada casa destruida. “No luchamos para proteger nuestra ciudad, sino la humanidad”, dice Amed; mientras Yassir abre su computador para mostrarme cientos de fotos y videos de la guerra. Es como si temiera que yo no les fuera a creer tanto heroísmo.
Subrayan que un par de años antes, los islamistas del entonces llamado Frente Al-Nusra fueron copando los pueblos alrededor de Kobane. En 2013, ya controlaban la ciudad de Tal-Abyad y habían engullido las fuerzas del Ejército Libre Sirio, que había girado de una propuesta nacionalista a una propuesta islamista. En 2014, el Estado Islámico apareció como tal, teniendo un cordón de la ciudad, excepto por el norte, que limita directamente con Turquía. Horas antes, me habían mostrado una parte todavía destruida de la ciudad y la frontera turca a unos cien metros.
Duraron los primeros meses de 2014 bajo un bloqueo impuesto por el también llamado Daesh: no había suficientes alimentos, ni agua, ni medicamentos en la ciudad. Los kurdos tienen fama de hacer buenos pozos, así que la mayoría de casas hoy tiene un pozo de agua subterránea construido durante ese tiempo. La comida y las medicinas las conseguían de contrabando, con la ayuda de algunos árabes. Pero no podían moverse mucho, en los controles militares de Daesh detenían a los que tuvieran identificación de Kobane y eran tratados como “infieles”. La comida era costosa porque, como en toda guerra, la especulación se impuso.
Daesh estaba más y más cerca. Los kurdos decidieron reunir a sus comunidades, como parte de los preparativos para la guerra. “Les dijimos que esperaran lo peor; que esto no iba a ser fácil. Nos sentíamos fuertes en el corazón, pero limitados en recursos. Teníamos algunos fusiles y los de Daesh tenían hasta ametralladoras Doshka” me dijo Yassir.
Y entre frases cruzadas, los dos me decían que “de nada sirve tener solo armas, si no tienes coraje. Mire lo de Mosul: 20.000 hombres bien armados fueron vencidos por unos pocos de Daesh y la ciudad cayó; pero claro con solo coraje tampoco se ganan las guerras. Pero aquí aguantamos seis meses”.
Amed sabía lo que habían hecho los extremistas en Sinjar y allí no esperaban algo diferente. Se apoyaron en las organizaciones tribales. Trataron de evacuar ancianos y niños. “No servía de nada tener miedo”. En una avanzada, 11 kurdos quedaron atrapados en una escuela. Ellos le comunicaron por radio a sus camaradas que no se rendirían y así lo hicieron. El ejemplo de esos muertos fue una dura realidad para todos.
Desde mucho tiempo atrás habían creado milicias kurdas: las YPG y las YPJ. A estas, se sumaron jóvenes voluntarios que venían de las otras regiones del Kurdistán: de Irán, Turquía e Irak. “Algunos fueron directo al frente de batalla y murieron sin que siquiera hubiéramos podido registrar sus nombres”, dice Amed. También llegaron unos internacionalistas de Europa. Y se sumó un grupo del Ejército Libre Sirio llamado “Los Hijos del Norte”. Ellos eran 42 y solo sobrevivieron cinco.
Yassir me interrumpe para mostrarme un video donde ellos se abrazan y se despiden de algunas unidades que van a tratar de romper el cerco. Me dice Amed, que nada parecía impedir el avance de Daesh. Los 150 combatientes restantes, con pocos recursos, reducidos al 15% de la ciudad, sabían, igual que Arin Mirkan, que era preferible morir que caer prisionero. Entonces tomaron una decisión radical: colocarse todos explosivos en el cuerpo.
En esos últimos momentos, se juntó el último aliento de esos 150, donde había muchas mujeres, la llegada de refuerzos del PKK de Turquía y alrededor de 150 Peshmerga de Irak con armas pesadas, y los bombardeos de la coalición contra posiciones de Daesh. Finalmente, el sol volvió a salir. La ciudad fue recuperada por los kurdos a mediados de marzo de 215.
Y Kobane sobrevive
Kobane resistió, gracias, entre otras cosas, a su unidad. Esa pequeña ciudad se había convertido en la prueba de que era posible derrotar al Estado Islámico. Importó mucho la convicción kurda de defender su tierra, no por simple voluntad sino porque era una situación de vida o muerte, una guerra de supervivencia. Pero no solo es obra de los valientes kurdos de Siria sino también de los de Turquía, Irak e Irán, que corrieron en su ayuda, destacándose la valerosa acción en la lucha armada de unidades de mujeres.
Fueron 12.000 los combatientes que intentaron tomar Kobane. Amed me explica que ellos, directamente, recogieron más de 800 cuerpo de islamistas, pero el cálculo que hay es que Daesh perdió allí 8.000 militantes.
El apoyo de los bombardeos de la coalición internacional fue útil, lo que no convierte de ninguna manera a los kurdos en agentes de los Estados Unidos o de Europa, pero los bombardeos por sí solos no hubieran funcionado.
El triunfo dependió de haber superado las tensiones internas para defender Kobane, perder el miedo ante el Estado Islámico (del que sufrió el ejército iraquí), aprovechar la ayuda internacional sin vender el alma al diablo, y la capacidad de entender las diferentes fases de la guerra y desarrollar una razonable política de alianzas.
Los kurdos salieron ganadores tanto militar como políticamente. Eso no deja de ser un dolor de cabeza para los regímenes de Irak, Turquía y Siria. La derrota de Daesh es, para los kurdos, el fracaso de la política de Turquía en la región. Creo que la humanidad en su conjunto debería reconocer su deuda con los kurdos, por marcar el camino hacia la derrota del Daesh.
Publicado en La Opinión: La lucha kurda por la supervivencia en Siria