Víctor de Currea-Lugo | 16 de marzo de 2016
Colombia no solo tiene un inventario de guerras eternizadas sino también paces incompletas.
A la paz con Guadalupe Salcedo, sobrevivieron otros grupos liberales que desembocaron, algunos en bandas de cuatreros y otros en nuevas guerrillas liberales. De estas últimas nacieron las FARC.
La negociación del M-19 sirvió, además, para formular una Asamblea Constituyente, pero no incluyó el fin del conflicto con las FARC y con el ELN. La negociación con el movimiento armado Quintín Lame significo un proceso de desmovilización pero no el fin de la violencia en el Cauca, ni de la persecución contra el movimiento indígena.
El proceso de “Justicia y Paz” no produjo el fin del paramilitarismo sino juegos semánticos para renombrar tales grupos, tratando de exorcizar con palabras lo que no se logró en la práctica, mientras subsisten connivencias entre poderes regionales y miembros de las Fuerzas Armadas con grupos paramilitares.
En días pasados varios miembros de la sociedad, con el apoyo de algunos miembros del parlamento, lanzaron la campaña “Por una paz completa”, insistiendo en una frase cada día más cierta: sin el ELN la paz sería incompleta.
También recientemente, fue presentada en público la “Comisión Étnica para la Paz y la Defensa de los Derechos Territoriales”, encabezada por el movimiento indígena y el movimiento afro-colombiano, con grandes preocupaciones relacionadas con la construcción de un mejor país.
Además, los grupos armados y bandas de Medellín agrupados en la Oficina de Envigado, hicieron saber de su voluntad de hablar de negociación, aclarando que “no estamos pidiendo impunidad”. Este es sin duda un hecho relevante, en un país que no ha sido capaz de “urbanizar” las propuestas de paz. Si bien su naturaleza es diferente a la de las demás propuestas mencionadas, apunta a algo similar: sumar a todo el país a la idea de la paz.
En contravía, desde unos sectores del Gobierno la idea de que el único grupo armado relevante para negociar es las FARC, que en La Habana no se firmaría solo un acuerdo entre Gobierno y FARC, sino que allí se firmaría La Paz (así, en mayúscula), y que lo que viene posteriormente es el esperado “posconflicto”.
Según esto último, el uso de la fuerza sería la respuesta para los grupos no incluidos en el proceso. Así, la paz no llegara a los territorios donde el ELN hace presencia política y militar; la paz de las FARC entraría a imponer una geografía que violenta a las comunidades étnicas, indígenas y afro-descendientes; los acuerdos (en el mejor de los casos) mirarían a lo rural, sin mirar a las ciudades. Los hacedores de paz (y los incitadores de la guerra) tienen que entender que la guerra la pueden negociar los que están armados, pero la paz la construyen las sociedades.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/paz/paz-completa-articulo-622641