Víctor de Currea-Lugo | 2 de junio de 2011
Las mujeres son tal vez quienes tienen más razones para rebelarse en el mundo árabe, no sólo porque reciben menores salarios que los hombres, sino porque gozan de menos libertades y —dependiendo el país— están sujetas a la ley islámica, enfrentan prácticas como la mutilación, tienen los niveles más bajos de analfabetismo y más altos de desempleo.
En Libia, el famoso Libro Verde dedica una parte a la mujer: “De acuerdo con los ginecólogos, las mujeres menstrúan cada mes más o menos, mientras que los hombres no menstrúan”. Con ese derroche de “sabiduría” y esa forma de reducir a la mujer a su biología, poco se puede esperar en materia de derechos.
En Egipto, desde el comienzo de las revueltas, las mujeres se encargaron de esos detalles que no preocupan a los grandes “oradores”: desde el arreglo de las tiendas en la plaza hasta el aprovisionamiento de agua y de comida. Sin embargo, otra cosa es lo que pasa con ellas en lo político: cuando decidieron hacer su propia ‘marcha del millón de mujeres’, el 8 de marzo, con sus reivindicaciones específicas, fueron rechazadas incluso por muchos de sus compañeros de revuelta. Algunas de ellas fueron capturadas y la policía les obligó a ser sometidas a un “test de virginidad”, a riesgo de ser acusadas de prostitución si no eran vírgenes.
En Arabia Saudita, la principal reivindicación de las mujeres es que les permitan conducir, no para ejercer la libertad que no tienen, sino para ir al supermercado y recoger a sus hijos. En Siria, el arresto masivo de hombres, casa a casa, fue respondido por marchas de mujeres que se organizaron para exigir la libertad de los detenidos.
En todos los países con revueltas, las mujeres han jugado un papel decisivo. Hay médicas cuidando heridos, activistas arengando desde los micrófonos, mujeres al frente de la organización de servicios básicos en las plazas, profesoras, blogueras, abogadas, madres y compañeras de víctimas, periodistas con y sin velo, incluso mujeres que, como en Libia, empuñan el fusil.
La participación de las mujeres en el parlamento varía, desde 0% en Arabia Saudita, hasta 23% en Túnez, pasando por 2% en Egipto en 2008. En el nuevo Túnez, las listas para la Asamblea Nacional Constituyente deben tener hombres y mujeres de manera intercalada y para ser electas no tienen que renunciar al velo, si lo quieren usar.
La Organización de Mujeres Árabes ha llamado a diálogos nacionales que tengan en cuenta los instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos de las mujeres. El asunto no es sólo la participación femenina, sino las agendas en que esa participación surge. El riesgo de que el discurso de género sea ya no rechazado sino, peor aún, tergiversado y manipulado, es grande.
Sin que la agenda de género tenga un puesto en las revueltas, es muy difícil hablar de revoluciones, en el sentido de progreso que esta palabra tiene. El Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe de 2002 menciona las tres más grandes faltas de la región: inequidad de género, gobierno autoritario y restricciones al conocimiento (estos dos últimos también con sesgos de género). El problema es si podemos llamar revoluciones democráticas a procesos que sólo apuntan a uno de los tres problemas —el del gobierno autoritario— sin revisar su agenda patriarcal.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/la-mujer-en-las-revueltas-arabes-columna-274775