Víctor de Currea-Lugo, PhD | 9 de Julio de 2020
De niños, nos asustaban con la mano peluda. Nunca supimos exactamente qué era pero para mí era la responsable de que muchas cosas desaparecieran. Después, en la vida universitaria, se nos volvió un lugar común hablar de la mano negra, esas organizaciones paramilitares encargadas de hacer el trabajo sucio a la fuerza pública. Y ya, en la vida laboral, vivimos los estragos de lo que llamaban los economistas yuppies: la mano invisible del mercado. Esas ms tres metáforas de las opciones políticas.
La verdad es que esas tres nociones me sirven para explicar mi preocupación a la hora de analizar el espectro político colombiano, más allá de verde y petristas, de seguidores de Uribe y de los tibios de Fajardo. Y es simple: con cuál de las tres manos están de acuerdo. Empecemos en el mismo orden que me las fue mostrando la vida.
La mano peluda es la figura metafórica de la corrupción. Está ahí, se mueve entre las sombras, se aprovecha de los débiles, nadie la defiende en público pero algunos la usan para sus fines personales, como hacía una tía, que en paz descanse. Esa mano peluda es responsable del desangre de una parte del país. Pero a veces se nos olvida que no se manda sola, que es simplemente el pedazo que vemos de un cuerpo que tiene cabeza, pero lo más seguro es que no tiene corazón.
Hay un sector de políticos que vive de la corrupción o se alimenta de ella, se beneficia de refilón o, simplemente la banaliza porque total “la ocasión hace al ladrón”. Contra esos es más fácil hablar mal y hasta la gente duda por reconocer que votó por ellos porque, como dirían parodiando al rey Enrique IV, el voto bien vale un tamal.
La segunda mano, la mano negra, es el símbolo del Estado represivo. En nuestra cultura, donde golpear a los niños para educarlos no se cuestiona, donde “la letra con sangre entra”, pues hay algunos que apoyan las salidas violentas, encarnadas en el Esmad o en cualquier otra institución similar y cuyos integrantes se presentan como “héroes” para que se acerque más al refrán de “porque te quiero, te aporrio”, como se pronuncia informalmente.
En otras palabras, hay un grupo de políticos criados en el uribismo y sus ancestros, donde el país es una finca y el presidente un capataz. Claro, no hay que preguntar por el dueño de la finca, sino poner orden porque, “la orden se cumple o la milicia se acaba”. Una sociedad autoritaria, poco dada a la reflexión y embelesada en los liderazgos mesiánicos y en las soluciones violentas, pues vota y aplaude a los que se portan como “varones”, así se lleve por delante las normas que juraron cumplir.
Y la mano invisible del mercado, fue y sigue siendo un acto de fe, mediante el cual se explicaba que el mercado tenía una mano invisible, lejos del cuerpo financiero o del cerebro empresarial, que automáticamente regulaba el mercado y hasta brindaba justicia social al redistribuir la riqueza.
Esa mano es, de las tres, la que más adeptos tiene entre la política. Porque, como me dijo Carlos Gaviria, el neoliberalismo (que es el verdadero cerebro que gobierna esta mano), no es un modelo económico sino una propuesta política. Por décadas, a pesar de las evidencias, nos siguen haciendo creer que las privatizaciones y la gestión privada de lo público nos salva.
Lo cierto es que las manos a veces se alían. La historia nos ha demostrado que la mano negra es necesaria para el trabajo de la mano invisible, porque las medidas neoliberales necesitan para su implementación del control de las “externalidades”, que es como algunos llaman a las protestas sociales cuando vienen los recortes, las privatizaciones, el fin de los subsidios y todas esas cosas típicas del Estado social.
La mano peluda y la mano negra pues se dan la mano, la represión abre la puerta a un manejo secreto de fondos, solo para dar un ejemplo, así como une en una sola mesa a los corruptos y a los torturadores, solo para poner otro ejemplo.
La mano invisible y la mano peluda también se juntan, cuando se trata de saquear a un Estado: unos se encargan de los contratos privatizadores, por decir algo, y otros de la compra de los funcionarios para que dichos contratos se hagan efectivos, solo por decir un poco más. Y a veces hacen un triángulo donde las tres manos se cuidan las espaldas o, mejor dicho, las palmas.
Yo no apuesto por aquella personas que apoyen a la mano peluda, por obvias razones; tampoco aplaudo a aquellos que defienden al Estado represivo de la mano negra, y tampoco me uno a aquellos que invocan a la mano invisible.
Ahora, hay políticos con los que puedo avanzar en la lucha contra la corrupción, pero se alejan de mí, o más exactamente yo de ellos, cuando llegamos al debate sobre la mano negra. Incluso hay quienes están de acuerdo en rechazar las dos manos, pero no comparten mis críticas a la mano invisible.
Me preocupa que en la sociedad colombiana no distinguimos una mano de la otra, solo vemos el dedo de la mano ajena pero no el puño de la mano propia. Incluso, algunos, entre la ingenuidad y el cinismo, tratan de convencernos que se puede defender la mano invisible sin tener que echar mano de la mano negra. Mi apuesta política, aun dentro del capitalismo para no meternos en más honduras, es por quienes decidan combatir las tres manos, aunque se nos vaya la mano en ello.