Víctor de Currea-Lugo | 3 de mayo de 2017
El problema de fondo es quién dice la verdad sobre Siria. Una cosa es Amnistía Internacional y Médicos Sin Fronteras y otra Eva Bartlett, la periodista de moda
Eva Bartlett es una periodista, muy de moda en las redes sociales, dedicada a defender al régimen de Siria y a desmentir los ataques en su contra. Ella es la “prueba” que me envían algunos conocidos sobre la verdad de lo que pasa en Siria.
Otra “prueba” es la entrevista de una monja, la hermana Guadalupe
Eva se autodefine como independiente (eso hacemos todos) y que ha cubierto la guerra de Siria (eso hemos hecho algunos). Eva defiende a Bashar Al-Asad y lo presentó ante la ONU (en diciembre de 2016) como una figura amada por su pueblo, a lo que ella tiene todo el derecho. La hermana Guadalupe, por su parte, hace una apología a la teoría de la conspiración para explicar la guerra y afirma que el gobierno de Al-Asad jamás atacaría a su propio pueblo.
Eva repite el discurso oficial de que todos los alzados en armas contra el gobierno sirio son terroristas y cita a algunos entrevistados. Es cierto que la propaganda contra Al-Asad ha usado fotos de otras guerras para denigrar del régimen, pero eso no es una prueba de que el régimen no haya hecho masacres. Citar, como hace ella, las elecciones de 2014 como un termómetro de legitimidad es desconocer lo que han sido los procesos electorales allí, más aún en un país donde prácticamente la mitad de la población es desplazada o refugiada. Y usar ese viejo truco de comparar quién es el más malo para deducir quién es el bueno, no solo es ingenuo sino perverso.
El problema de fondo es quién dice la verdad sobre Siria. Partamos de que muchos tienen intereses allí: los locales, Irán, Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita, Europa y una lista que ocuparía varias cuartillas. Algunos tienen medios de comunicación claramente sesgados, pero sería un juicio a priori asumir que todo el que diga algo en CNN, por dar un ejemplo, miente.
Recuerdo cuando hace tres años visité la sede de la Agencia Al-Manar, de Hizbollah, en Beirut. Su responsable me aclaró que no buscaban ser una agencia de prensa imparcial sino que son abiertamente el instrumento de comunicación de su organización, yo agradecí la honestidad. Pero esa postura tampoco permite deducir que solo digan mentiras o solo sea una fábrica de propaganda.
No me bastan las consignas prefabricadas. Que Al-Asad hable mal de Estados Unidos no lo hace bueno, que algunos grupos rebeldes reciban recursos de Occidente no los hacen malos. La extensa lista de dictadores africanos que buscan posicionarse hablando mal de las potencias es un claro ejemplo. Y la lista de beneficiarios de ayudas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial es otro.
El periodista sueco Gunnar Bergstrom apoyó fervientemente a los Jemeres Rojos, responsables del genocidio de Camboya. Él creó una asociación de amistad sueco-camboyana y visitó el país en 1978. En sus informes decía que las acusaciones contra los Jemeres Rojos eran fruto de la prensa occidental. Lo cierto es que fueron otros antiestadounidenses, los vietnamitas, quienes detuvieron el genocidio. ¿Hay que ser comunista para tener razón y querer detener un genocidio?
Bergstrom vio cómo funcionaban las cooperativas agrícolas y las escuelas de los Jemeres, organizadas para extranjeros partidarios del régimen. Como Al-Asad, el líder camboyano Pol Pot le dijo a Bergstrom que las acusaciones de genocidio eran “calumnias occidentales”. Las fotos de él y de otros suecos mostraron al mundo niños camboyanos sonriendo, mientras se consumaba una masacre. En Camboya se le recuerda como un cómplice del genocidio.
Otro ejemplo es el de Pierre Piccinin, un profesor de Bélgica; él fue capturado en su tercer viaje a Siria en la ciudad de Homs por el ejército. Había defendido el régimen hasta que cayó en una de sus cárceles, fue testigo de torturas hasta la muerte de los detenidos. Ese día cambió de parecer sobre las bondades del régimen. De hecho, uno de sus argumentos para tomar distancia del régimen es la manipulación de lo electoral, que Eva defiende
Yo, por mi parte, he construido mi propia idea de Siria luego de pisar pocas veces su suelo desde 2011 (muy pocas en comparación con algunos colegas), de hablar por mucho tiempo con periodistas que han entrado muchas veces y, sobre todo, de entrevistar víctimas allí y refugiados en países limítrofes como Jordania, Líbano, Turquía e Irak. Eso tampoco me hace poseedor de la verdad pero me permite identificar unas tendencias.
Hay centros de pensamiento con más o menos credibilidad. A algunos les gusta Human Rights Watch cuando habla mal del paramilitarismo en Colombia pero no cuando habla del gobierno de Venezuela, así que lo dejaré de lado.
Hay otras dos organizaciones que leen, contrastan, van al terreno, han cubierto muchas guerras y merecen respeto. En derechos humanos: Amnistía Internacional; y en acción humanitaria: Médicos Sin Fronteras (MSF). Conozco las dos organizaciones de primera mano, son muy cuidadosas para decir algo, demasiado diría yo, las he visto dudar antes de hablar y no lo hacen hasta tener información que esté ampliamente confirmada.
MSF informó en 2014 del uso de armas químicas contra el pueblo sirio, ha denunciado el ataque sistemático a hospitales; sus trabajadores conocen la guerra y se mueven en el frente de muchas guerras. A ellos les creo, no a Eva, porque todo indica que llamarse independiente no significa necesariamente serlo. Gunnar Bergstrom y Pierre Piccinin comparten con Eva Bartlett su voluntad de informar desde el terreno y, también, su error de pensar con el deseo. Pero cada uno decide cómo quiere desinformarse.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas:https://www.las2orillas.co/siria-la-posverdad/