Víctor de Currea-Lugo | 8 de marzo de 2017
Sobre la construcción del embalse Hidrosogamoso dicen los afectados y rematan: “Este desplazamiento es peor que el de un grupo armado, nunca podremos volver a la tierra inundada”
“Quedamos desempleados; todas esas fincas grandes quedaron tapadas por el agua”, dice uno de los 500 trabajadores de Capitancito afectado por la construcción del embalse de Hidrosogamoso. Este embalse se localiza en los municipios de Girón, Betulia, Zapatoca, Los Santos y San Vicente de Chucurí. Es esperable que la construcción de una represa cause cambios y hasta desplace personas; pero esa fatalidad no puede ser ajena a una reparación justa. Hoy los habitantes de la región se reúnen y se organizan para “luchar por el reconocimiento de los afectados”, en el marco del Movimiento Social en Defensa de los Ríos Sogamoso y Chucurí.
Es la economía, Isagén
“Hablar con esa gente de Isagén no sirve. Ellos miran mucho, escuchan un poco, pero no hacen nada” me dice un poblador del municipio de Lebrija. La hidroeléctrica de Hidrosogamoso no solo cambió el paisaje de los municipios, sino que cambió la vida cotidiana de los habitantes de la región. Se definen a sí mismos como desplazados, como gente que abandonó sus propiedades. Marco Fidel Suárez, que menciona su nombre con algo de orgullo y algo de ironía, me dice: “aquí acabaron con el río, rico en pescado, rico en bocachico”.
Pero los seres humanos no son los únicos desplazados. Una habitante me dice: “ahora, cuando vamos a coger cacao, encontramos culebras enrolladas al palo de la mata y a veces no tenemos otra alternativa que matarlas”. Y eso genera no solo un problema transitorio que amenace su economía de ese día, sino que es un asunto que afecta su esencia. “Ya no vivimos de lo que somos, campesinos, sino nos empujan a cambiar de profesión si los cultivos se acaban”.
La región tenía una tradición pesquera que ha ido disminuyendo de manera dramática: “Antes vivíamos de la pesca, así fue durante 50 años en El Tablazo”. Érica Sandoval me dice: “uno estaba acostumbrado a la pesca, a prepararlo en su casita con toda la familia reunida; ahora, para comerse un pescado toca comprarlo”.
El trato
El trato, en palabras, incluía hasta apoyo psicosocial “para cambiar de ser pescadores a trabajar el campo”. Pero, según uno de los entrevistados, la ayuda psicológica fue decirles: “vaya y pídasela a su mamá que para eso a ella se le pagó”.
La arrogancia de los funcionarios raya en la grosería pues: “me dijeron: antes agradezca que le estamos dando algo porque ustedes antes no tenían nada”. Les dieron unas casas: “qué casas tan bonitas, me dicen, pero uno vive es de lo que da la tierra no de una casa bonita”. Según Suárez: “algunos viejitos en La Leal les dijeron que no tenían derecho a nada y ellos se fueron así, sin nada”.
La gente se siente mal-tratada en dos acepciones. Isagén no respeta a las personas reclamantes, no las escucha y no las atiende. Y por otro lado, los terrenos que les dio y las condiciones de reparación no son para ellos las más justas. El líder comunal Benjamín Espinosa me cuenta que toda la cosecha de limón se perdió. También me explica que los de Isagén: “lo buscan a uno para cerrar la escritura, pero luego no cumplen los acuerdos, uno los llama y ya no contestan. Ya no tenemos ni para hacer mercado, los cultivos no sirven”.
Benjamín vuelve a la carga: “por ejemplo, no nos ha cumplido con las obras de riego; cada año hacen una topografía, pero igual no cumplen”. Otra persona me explica que les prometieron las obras de riego en 2011: “y ya estamos en el 2017 y nada de (obras de) riego, me acuerdo que lo prometieron cuando los árboles estaban chiquitos”.
Otro poblador interrumpe para decir que: “Hubo un mes que Isagén nos prometió $650 000 y apenas nos dio $200 000”. Pero más allá del incumplimiento a promesas puntuales, preocupa el proceso de escrituración. Las diferencias entre la tierra escriturada y la otorgada no son menores, ni las presiones para obligar a la gente a firman la escritura.
“Si usted no recibe la escritura, se la dejamos en la defensoría del pueblo y además le tocará pagar todos los gastos de escrituración”, dijo un funcionario de Isagén a una de las personas reubicadas. Según Suárez: “nos decían que si no recibíamos así (con ese trato), se irían por catastro (los funcionarios de Isagén) y ahí sí no recibiríamos nada”. De las 30 familias del sector La Leal (vereda Sogamoso), la mitad arregló para “evitar problemas”.
Eduardo, de la vereda Panorama, me dice que en su escritura: “me están metiendo hectáreas de la carretera y de la zona de reserva”; una mujer lo interrumpe e irónicamente le dice: “pues ponga un peaje”. Al mismo Eduardo le dieron dos parcelas en dos municipios diferentes. Otro afectado me dice: “es una estafa: el mapa dice 5 hectáreas, pero uno mide y eso no da 5 hectáreas por ningún lado”.
Los cultivos
Cuando abrieron las compuertas del nuevo embalse, el agua inundó fincas y destruyó cultivos. Dejar de cultivar pescado y pasar a cultivar la tierra no es un simple acto mecánico, es jugar con una vocación y una historia, lo que es más grave cuando los cultivos no producen lo esperado: “en El Tablazo a veces sacábamos hasta $2 millones en pescado y ahora vendiendo limones nos ganamos apenas de $300 000 a $400 000 ”.
Según lo acordado, la empresa apoyaría a los afectados por un tiempo prudencial hasta que fueran autosuficientes: “Isagén dijo que no nos soltaba, que nos seguirían apoyando hasta que estuviéramos produciendo, pero con una mata de cacao producida, con eso justifican dejar de ayudarnos”.
Además de las personas, muchos animales sobrevivieron a la inundación de las tierras: “llegaron ñeques y tinajos a comerse la yuca; cogen una mata de maíz y solo dejan la mera caña”, me dice Eduardo. Los agrónomos que los han visitado les han recomendado que “le pusieramos perfume a cada mata para espantar los animales”.
Otro poblador me aclara que: “Isagén nos dio tierra para un cultivo, pero estamos es alimentando a la fauna desplazada; hasta los pericos se comen el cacao”. Además, “se ha incrementado la monilla (una enfermedad) en el cacao”.
Según Roque Helí: “Antes sacábamos 1000 o 1500 canastillas de aguacate al año, el año pasado apenas sacamos 12 canastillas; no sacamos aguacate ni para hacer un ají”. El daño a los aguacatales está dado, en parte, por los pájaros pequeños que han sido desplazados por el embalse. Isaías Ortíz nos dice que: “compramos una camioneta para transportar el aguacate, pero ahora con la represa no sale ni un viaje de frutas”.
“Isagén hizo detener a un viejito porque tumbó un árbol”, me explican. También, por regulación medioambiental es prohibido matar esos animales, así se trate de una serpiente. Isaías Ortíz nos cuenta que: “a mí las culebras me han matado 3 cabros”. En términos de salud el riesgo también es alto, porque: “en Lebrija no se consigue suero antiofídico, para la mordedura de culebras”.
Isagen y sus obras
El desarraigo no es menos doloroso porque se haga en nombre del progreso: “De El Tablazo salimos 40 familias, allí teníamos nuestros cultivos, allí estábamos desde niños, somos nacidos y criados en El Tablazo”.
Desde el año 2008, empezó el censo poblacional de los potenciales afectados. En 2010 hubo otro censo hecho por Comfenalco, pero a este censo le critican dos cosas: hubo gente excluida que no se encontraba ese día en su parcela y, además, se hacía por casa y no por familias; es decir, una casa compartida por dos familias quedaba reducida a una única unidad familiar. Esto ha generado problemas después de la reubicación
Me explican que “cuando abrieron las compuertas, Isagén decía que los pescados subían por los túneles, pero eso era pura mentira; por eso dejamos el pescado y nos vinimos a trabajar la agricultura”.
Según los pobladores, Isagén no hizo la reposición de árboles como estaba acordado y, en lo que concuerdan todos los habitantes entrevistados, Isagén estratégicamente ha ido desmontando las reuniones con la comunidad. Incluso les amenazó con que: “si buscaban asesoría por fuera, les darían más poco”. Según funcionarios de la empresa: “si invitan a ONG a las reuniones, entonces, no les damos nada”. La información parcializada hace más vulnerables a las comunidades pues: “no sabíamos ni a qué teníamos derecho”.
Ante el daño en los cultivos, los técnicos de Isagén recomiendan cosas que hace reír a la gente. Según Socorro: “para proteger la maicera, me dijeron que pusiera una cabeza de vaca; eso ahuyenta a la gente pero no a los animales”. Según Gustavo: “siembro maíz y cosecho es un bulto de tusa; siembro yuca y a los 15 días se la han comido los animales”.
Los técnicos le dicen a los afectados que “todo es culpa del cambio climático” y que, por eso, el cacao ya no da. Pero en zonas más apartadas la producción de cacao se mantiene. Según Gustavo: “en San Vicente sí siguen sacando aguacates”. Isaías me cuenta, que en sus 64 años de vida, nunca ha visto la quebrada El Ramo tan seca como en el año 2015.
El desarraigo y el desplazamiento, a nombre del progreso, requiere ser entendido desde la cotidianidad de las personas y no solo desde las obras faraónicas. Como decía un poblador de La Leal: “Este desplazamiento es peor que el de un grupo armado, de niño fui desplazado por la violencia y pude volver a mi casa, pero nunca podremos volver a la tierra ahora inundada”. Dice Socorro que “ni la guerrilla sacó la gente a la carrera, ni los paracos; a nosotros nos sacó corriendo el progreso”.