Víctor de Currea-Lugo | 11 de junio de 2013
El presidente colombiano Juan Manuel Santos concluyó su visita a Oriente Medio. La política exterior colombiana, además de querer mediar en la crisis entre las Coreas y de pedir ingresar a la OTAN, ahora insiste en resolver el conflicto palestino. Más allá de lo anecdótico, Colombia sería tal vez el mediador menos adecuado, por su política pro-israelí, por su sometimiento a Washington y por su poco peso político.
El conflicto palestino es básica, pero no exclusivamente, como una ocupación militar con un pueblo ocupado desde 1967 (Palestina), un ejército ocupante (Israel) y un derecho explícito aplicable en este caso (el IV Convenio de Ginebra de 1949, así como las normas de derechos humanos). Esta ocupación produjo en 1967 el desplazamiento de alrededor de medio millón de personas, que se sumaron a los 700.000 refugiados de la guerra de 1948, cuyo drama es imprescindible en la comprensión del conflicto.
Para recordar algo de la historia, una vez finalizado el mandado británico sobre la Palestina histórica, la ONU propuso una solución sobre el tema: el Plan de Partición que otorga un 56% del territorio del Mandato a los judíos y a los palestinos el 42 %. Esta Resolución, de iure, reconoce la existencia del Estado palestino –igual que otras normas internacionales- en la misma condición del Estado israelí: pero este aspecto es, en la práctica actual, irrelevante.
Palestina no tiene una moneda propia y su economía -altamente dependiente de la israelí- está seriamente afectada por la ocupación. Su territorio ha sido fragmentado por un sistema de vías de uso exclusivo de judíos y poblado por asentamientos construidos con el apoyo del gobierno israelí. Ese sistema ilegal de asentamientos representa una estrategia de colonización que, hoy por hoy, hace que alrededor de medio millón de judíos vivan en territorio palestino de manera permanente, violando abiertamente el DIH.
La ocupación ha ido acompañada de rigurosas medidas de control de la vida de los palestinos aislando villas, controlando el tránsito de personas y de mercancías, limitando el ejercicio de derechos, dificultando el acceso a servicios de salud y de educación, al punto que varios usan la palabra Apartheid para definir, tanto política como jurídicamente, el régimen establecido por Israel.
La situación de los derechos humanos en Palestina es un drama real, permanente y sistemático: asesinatos, torturas, detenciones ilegales, toques de queda, demolición de casas, destrucción y expropiación son algunos rasgos cotidianos de la ocupación. Los perpetradores de las violaciones de derechos humanos no son solo los miembros del ejército israelí sino también los colonos judíos, quienes cuentan con el apoyo del ejército.
Colombia y Palestina
En 1947, frente al Plan de Partición, el entonces embajador colombiano ante la ONU, Alfonso López Pumarejo, generó la “Doctrina López” que consiste “en mantener un equilibrio sensato ante las decisiones apresuradas que se estaban tomando en las Naciones Unidas, en particular en el Consejo de Seguridad, relacionadas con el tema de la partición de la Palestina Histórica y la creación sobre su suelo del Estado de Israel”.
Sobre la ocupación y sus puntos centrales (Jerusalén, Refugiados, Asentamientos, situación de derechos humanos, Fronteras y aplicación de los Convenios de Ginebra), Colombia se ha pronunciado repetidamente. Sobre la ocupación en sí, Colombia comparte el objetivo trazado por la ONU “de poner fin a la ocupación”. Así mismo, en 1976, la resolución 3120 apoyada por Colombia, exige el retiro de las tropas de Israel de los territorios ocupados desde 1967, reitera el derecho a la libre determinación del pueblo palestino y el derecho de los refugiados palestinos al retorno.
Colombia fue quien propuso, con audacia en los años 1940, “la internacionalización de Jerusalén” otorgando neutralidad permanente a esta ciudad y otros considerados lugares santos, por medio de un “Estatuto Especial”: “[…] Jerusalén y sus alrededores merecen ser considerados como un patrimonio internacional […entendiendo] Jerusalén y sus alrededores, incluyendo la aldea de Belén, como ‘Corpus Separatum’, esto es, con un carácter verdaderamente internacional y dependiente en forma principal del Consejo de Seguridad” de la ONU.
Sobre los refugiados, Colombia dijo que: “se deben tomar medidas eficaces a favor de los refugiados árabes. La postura de Colombia frente a los asentamientos es clara: “…si una resolución sobre el tema de los asentamientos fuera puesta a votación nosotros votaríamos a favor de esa resolución y esto no es nuevo porque Colombia ha votado a favor, de la condenación de los asentamientos”.
Sobre las fronteras, Colombia considera “que la creación de un Estado palestino viable, que viva en paz al lado de Israel, con fronteras definidas, seguras y reconocidas internacionalmente, debe ser fruto de una negociación directa entre las partes”
La tendencia de Colombia en el Consejo de Seguridad durante los diferentes períodos en los que fue miembro no permanente, consistió en reconocer la imperiosa necesidad de consolidar una salida negociada al conflicto, fijó una posición ajustada al derecho internacional en relación con los ejes centrales de la agenda del conflicto pero dichas posiciones no afectaron su política hacia Israel ni sirvieron de manera sustancial para definir la postura sobre el reconocimiento del Estado palestino en 2012.
Colombia frente al Estado palestino
La información disponible permite sugerir que la decisión de Colombia de no dar apoyo al reconocimiento al Estado palestino viene de varias dinámicas, entre otras: a) el énfasis presidencialista en la definición de las relaciones internacionales bajo un gobierno que desconoce en su real magnitud la cuestión palestina, a lo que se suma la cercanía del presidente Santos con Israel, b) con excepción de la voz de algunas académicos, la ausencia de debate social sobre el papel crucial que hubiera podido jugar Colombia en dicho reconocimiento; y c) los vínculos formales, informales y crecientes de Colombia con los dos principales países que se oponen al reconocimiento del Estado palestino: Israel y Los Estados Unidos.
En el mismo sentido se ha pronunciado el Presidente Juan Manuel Santos: “Desde 1947 Colombia ha venido sosteniendo que el pueblo palestino merece tener un Estado y el pueblo israelí también, y que los dos Estados deben vivir en paz. Confundir la paz con el reconocimiento del Estado palestino es funcional al discurso sostenido ante la ONU tanto por parte de Israel como de Los Estados Unidos.
Hoy, desde el derecho internacional, es claro que Colombia no está forzada a reconocer a Palestina, esa es una decisión autónoma del gobierno colombiano. Es decir, si bien tiene autonomía de reconocer o no el Estado palestino, no la tendría para callar frente a los crímenes de guerra, y dicha obligación dependería no sólo de un deber moral sino de una clara norma de derecho internacional que en este sentido le obliga.
Los argumentos colombianos no resuelven el problema de fondo: si Colombia reconoce el derecho de los pueblos o no, o, más grave aún, si Colombia tiene una política exterior independiente y respetuosa del derecho internacional. Sugerir que el voto favorable al Estado palestino por parte de Colombia “podría iniciar un conflicto en Oriente Medio” es desconocer que ya hay un conflicto; decir que Colombia actúa con responsabilidad es insinuar que la inmensa mayoría de la comunidad internacional es irresponsable por reconocer a los palestinos. Para Colombia el orden de las cosas es que cuando haya paz, reconocerán un Estado palestino, sin ver la realidad: cuando haya un Estado palestino se abrirá un camino real hacia la paz, no antes.
Estados Unidos, Colombia e Israel
Algunos identifican de manera mecánica el papel jugado por Israel en Oriente Medio con el papel que juega Colombia en América Latina: socio predilecto de Los Estados Unidos, receptor de ayuda militar a gran escala, país rodeado por regímenes más o menos opuestos a la agenda estadounidense, aliado en la lucha contra el terror y actor de un conflicto armado que por algunos trata de ser reducido a un problema de terrorismo. Si a esto sumamos la influencia de Los Estados Unidos en la política exterior colombiana y las relaciones entre Colombia e Israel, podemos esperar cierto grado de incidencia de la política de estos dos países al momento en que Colombia mira al mundo árabe.
La influencia de los Estados Unidos en la política exterior colombiana no es nueva: “Un férreo anticomunismo y una identificación sin matices con Estados Unidos definió la política externa colombiana hasta muy entrados los años sesenta. La subordinación consentida pasó a convertirse en un alineamiento prácticamente automático de Bogotá a Washington”.
Los lazos entre Colombia e Israel van más allá: el intercambio militar (Israel apoyó al comando colombiano que realizó la famosa operación “Jaque” contra las FARC), la compra de Colombia de la licencia para fabricar fusiles Galil y otros negocios de orden militar. “El comandante del Ejército israelí en la franja de Gaza se retiró y pasó al sector privado a asesorar al entonces ministro Juan Manuel Santos. Colombia gastó cerca del 40 por ciento del presupuesto de compra de armas del Ministerio en Israel”.
Es significativo que, “según reportes del Ministerio de Comercio Exterior, Israel es el primer socio comercial de Colombia en Oriente Medio. 315 empresas de ese Estado exportan a Colombia. Este mercado representa más del 80% del intercambio comercial entre Colombia y Oriente Medio. Israel le compra a Colombia más del 30% del carbón que consume.
Hoy día, como reconoce el Ministerio de Relaciones Exteriores, “Israel es nuestro principal socio en la región y Colombia es su segundo socio comercial en Suramérica después de Brasil. Las relaciones bilaterales se han profundizado a través de visitas de alto nivel. Israel cuenta con un gran potencial económico y existe una gran posibilidad de complementariedad con los mercados colombianos.”
La política exterior de ese socio colombiano con relación al proceso de paz con los palestinos ha sido muy clara: busca hablar de paz para negarla, y hablar del diálogo que eterniza para hacerlo funcional a la consolidación del control territorial. Como dijo Dov Weisglass, asesor presidencial israelí, “…cuando tú congelas el proceso de paz, tú impides el establecimiento del Estado palestino, y previenes la discusión sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén. Efectivamente, ese paquete completo llamado Estado palestino, con todo lo que encierra, ha sido removido indefinidamente de nuestra agenda”. Y la política exterior colombiana ha sido funcional, en ese sentido, a remover la agenda de la paz en el caso palestino. En 2011, el presidente Santos frente una delegación del Congreso Judío Mundial (CJM) ratificó que “Colombia no reconocerá a un Estado palestino unilateral”.
Un diálogo entre partes iguales, reconocidas por la comunidad internacional y basadas en el derecho internacional, es un escenario que hace la paz algo más posible que lo sucedido hasta ahora. Por eso Colombia debería haber votado a favor de Palestina.
La postura de Colombia podría ser tachada de ingenua si no fuera porque es más exactamente una jugada política. Sería ingenuo que Colombia intentase posicionarse en la arena internacional al mismo nivel de los miembros del Cuarteto (ONU, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia) como facilitadores en el proceso de paz, máxime cuando Colombia tiene un conflicto armado crónico. Aunque en esta coyuntura Colombia salió más o menos bien librada, incluso durante la visita del Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, el problema es que el conflicto palestino continúa y el dilema colombiano también.
Colombia apuesta en su política de declaraciones no acompañadas de medidas concretas a que las palabras resuelvan el conflicto como si en la realidad no se tratara de una ocupación sino de un malentendido que se puede resolver aclarando el significado de las palabras El pueblo palestino tiene derecho a su propia patria y a vivir en paz. Por esta razón, vemos con esperanza las iniciativas diplomáticas que se han llevado a cabo recientemente». Estas palabras, con variables, se repiten 23 años después, mientras la ocupación se eterniza.
Hoy día, el título recibido por Santos de “verdadero amigo de Israel”, no es gratuito, tampoco son los homenajes que ha recibido últimamente del lobby judío en Colombia. Un TLC con Israel bien vale un no reconocimiento a Palestina, lo demás es como la vieja canción: “palabritas que se dicen al azar”.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/colombia-y-el-estado-palestino-articulo-427182