Víctor de Currea-Lugo | 26 de julio de 2021
No empiecen por decirme que no son lo mismo porque lo sé, así que discutir por obviedades poco nos ayuda, pero si pudiéramos decir algo de Daniel Quintero, de Claudia López y de Jorge Iván Ospina es que son tres alcaldes alternativos de tres de las ciudades más grandes del país (Bogotá, Cali y Medellín) y, además, que llegaron al poder con proyectos aparentemente diferentes frente a las élites.
No voy a cazar una pelea con los verdes ni este es un artículo para discutir quién es más neoliberal que el otro o cuál tiene mejores políticas sociales. Esta es una carta pública que obedece a una sola cosa: una advertencia.
Ya sé que pasará desapercibida. Aunque alguna vez he chateado con Daniel Quintero, un par de veces me he visto en la vida con Jorge Iván Ospina, y he participado en varios foros de opinión con Claudia López, no soy una persona influyente frente a los tres, más allá de lo que pueda ser cualquier ciudadano de a pie.
Publico esto para que no digan que mi problema es con Claudia López (porque sea verde) o que es una actitud rola contra las alcaldías de las periferias o que desconozco otras acciones positivas. No, el tema es uno solo y es del que me he dedicado a escribir desde hace tiempo: el paro nacional.
Entiendo la crisis, no es que yo quiera polarizar, es que el país está polarizado. Nadie quiere hablar de la polarización económica. Por ejemplo, según el índice de Gini, unos pocos tienen la mayoría del poder; hay una polarización en los efectos de la covid y frente a una respuesta digna frente a la pandemia; hay una polarización a la hora de pagar impuestos. Así que el cuento de evitar la polarización no sirve.
También es cierto que desde los sectores alternativos, los que queremos cambiar el país, nos habíamos acercado a los verdes. Entonces, tenemos que aclarar que no es malo ser verde. Como decía el poeta Aurelio Arturo: Hay diferentes tonos de verdes en Colombia. Por supuesto, no voy a meter en el mismo cajón a Camilo Romero o a Katherine Miranda, que son verdes, con otros que prefiero no mencionar, porque son tonos absolutamente diferentes.
Hablando con el alcalde de Cartago, en el Valle del Cauca, no hice más que ratificar la vieja tesis de que en Colombia no ha habido descentralización, sino desconcentración de problemas; en otras palabras que no hay plata para tanto alcalde, y no porque no haya plata, sino porque las élites locales la han manejado de una manera brutalmente discrecional. En las regiones no se tienen los recursos adecuados según su tamaño, para responder por una descentralización realmente responsable.
El Estado no es solo Duque
Y en todo eso, los alcaldes no quieren entender que el paro nacional no es contra ellos, pero sí tiene que ver con ellos. Me explico: no es contra ellos en tanto se condena una reforma tributaria que no depende del alcalde, unas políticas de salud terribles como las EPS que no dependen del poder local, un problema de política social y de atención de los sectores sociales vulnerables que no dependen de ellos.
La crítica absoluta, mayoritaria e implacable del paro nacional es contra el señor Iván Duque, no contra los alcaldes. Pero sí tiene que ver con ellos en la medida de que los alcaldes representan definitivamente al Estado en lo local, y esa representación no es nominal.
No se puede decir que los alcaldes sí son el Estado, cuando les conviene, pero negarlo cuando no les conviene. Un ejemplo de ello es el control de la Policía, que es exactamente la reproducción de lo que pasa, en cuanto a descentralización, con la administración pública, porque dicen que está descentralizada, pero en la práctica no renuncia a un Estado central.
En este sentido, los alcaldes tienen muy pocas opciones, pero deben tomar una decisión: o mandan al Esmad o lo desautorizan. Lo que no pueden hacer los alcaldes es mandar al Esmad a contener la protesta y luego pretender que no les pasen la factura por los abusos que cometen.
Y si además de esto la política de seguridad se basa en nombrar en Bogotá a una persona que ha apoyado abiertamente a la gente de bien, como es el caso de de Anibal Fernández de Soto, o en Cali al coronel (r) Carlos Javier Soler, quien sale con pistola al cinto cual cowboy, pues, no es posible que se avance hacia un modelo diferente.
En el caso de Medellín, muchos de los que acompañaron a Daniel Quintero en las elecciones fueron traicionados muy tempranamente cuando en febrero de 2020, recién posesionado en su cargo, ordenó al Esmad el ingreso a la Universidad de Antioquia. Además, recordemos que en plena pandemia, Claudia López autorizó los desalojos en el sur de la ciudad contra gente vulnerable. Algo similar sucedió en el corregimiento de La Viga, por orden del alcalde de Cali.
No niego el uso de la violencia, y me refiero a la violencia estatal (para que no digan que estoy haciendo apología). Claro que el Estado es violento, tanto que tiene el monopolio de las fuerzas armadas, porque estas no están hechas para coger café. Eso hay que entenderlo. Lo que no se puede aceptar es el uso de la fuerza ilegal e ilegítima, como se observa. Tampoco es posible permanecer impávidos o en silencio ante esto.
Los silencios de esos tres alcaldes, más la ambigüedad frente a los estándares internacionales y la no denuncia e impunidad por los crímenes cometidos por la Policía nos llevan a que dentro de esa polarización en la que vivimos ya tomaron partido. Sin embargo, intentan seguir apareciendo como alternativos para no perder el voto de los sectores populares y, como caraduras, no perder el apoyo de los poderosos.
El memento mori
Ese aparente acercamiento a los poderosos no es más que la renuncia a su propio pasado: Claudia López, tan inteligente que ayudó a demostrar las redes del paramilitarismo en Colombia; Jorge Iván Ospina, quien heredó la impronta del deseo de cambio de su padre; y Daniel Quintero, se planteó como una alternativa social diferente. Los tres quedan entrampados no en las mieles del poder, sino en las redes del mismo. Entonces, en su afán por liberarse de tales redes lo que hacen es acercarse a la derecha sin reconocer su memento mori.
El memento mori no es más que la voz que le recordaba al César que era mortal. El memento mori que rodea a muchos en este país, y me incluyo, es que somos de izquierda y eso a la derecha no se le olvida, salvo que uno llegue a una transformación vergonzosa como lo hizo Everth Bustamante u otros de su clase. De resto, no es posible que nos perdonen. De la misma manera que yo soy de Bosa y eso no se me va a caer con dos duchas con agua caliente.
Soy lo que soy, y puedo cambiar, pero no puedo renunciar a mi pasado, puedo incluso arrepentirme, pero está ahí, y lo cargo como una losa que acompaña mi existir. Claudia López, Jorge Iván Ospina y Daniel Quintero, las élites no confían en ellos, y no tienen posibilidad alguna de renunciar, desde lo democrático, a sus raíces para acceder a un poder superior como el que sueñan.
La única manera de acceder al poder para ellos es la de Bustamante: renunciando a su esencia. Ya ellos dirán si lo harán. Lo que sí es cierto es que en ese juego tibio han perdido el apoyo de los sectores populares y, lo más grave, el respeto. Tampoco han ganado el beneplácito y la bendición de las élites porque en el caso de Cali y Medellín son esas élites de la gente de bien las que han salido a pedir la revocatoria de sus mandatos.
Dicen que dice la Biblia que uno no puede servir a dos amos; dicen que dice la Biblia que por sus actos los conoceréis; y dicen que dice la Biblia que a los tibios Jehová los vomitará. Ya no se trata del calificativo de tibieza porque en el silencio no hay tibieza ni mucho menos en las órdenes explícitas a favor de la Policía.
¿Para dónde iba con toda esta perorata? Más allá de la discusión sobre políticas neoliberales, hay una política represiva muy grande, sutil o directa, por parte de esas tres alcaldías. Recuerden o revisen por qué está la gente en la calle con el paro nacional: un Estado represor y un Estado inequitativo.
En lo inequitativo podría uno sondear un afán de Daniel, una preocupación genuina de Jorge Iván Ospina y hasta unas declaraciones antiguas de Claudia López, pero ese no es el debate al que los invito. Los invito es a pensar si acaso se puede hacer política decente apoyando la brutalidad del Esmad que en datos de represión y en cifras de víctimas es absolutamente contundente.
Y el impacto que esto produce en la juventud es enorme: estos alcaldes llegaron al poder con banderas de diversidad sexual, animalismo e inclusión social, temas que precisamente tienen gran impacto entre las nuevas generaciones.
Si van a seguir diciendo que hay más víctimas policiales que civiles, si van a seguir diciendo que no tienen el control de la Policía, sin asumir como gobierno local alguna responsabilidad, si van a seguir jugando a manejar el paro y la pandemia sin entender que sí son el Estado en lo local, su sueño de ser Estado central está fracasando estrepitosamente.
Por simple oportunismo político, piénsenlo. Creo que lo están haciendo mal, no solo porque la Policía no vota, sino porque las élites son minoría a pesar de que cuenten con el apoyo de la Registraduría. En las redes sociales (aclarando que no son la panacea) se percibe que hay un alcalde de día y otro de noche, una suerte de doctor Jekyll y señor Hyde.
Esta es solo una reflexión de un ciudadano más, y mañana, cuando salga a las calles de nuevo, como lo he hecho hasta ahora en Cali, Medellín o Bogotá, seguiré insistiendo en que el Estado local sí es responsable.
Una gran enseñanza para el Pacto Histórico: si en 2022 llega al poder que ojalá sus mieles no lo seduzcan hasta alejarse de lo que un día soñó hacer; que sus miembros no traicionen lo prometido a los electores; que las consignas no remplacen a los programas; que la improvisación no se justifique en que están aprendiendo (como se dijo de Duque); y que no hagan (como el resto de la izquierda latinoamericana) responsables de sus propios errores a los enemigos y al imperialismo yanqui. Si se recorre el mismo camino y las mismas prácticas de la derecha, no se puede hablar de una gestión de izquierda. Fin del comunicado.