Víctor de Currea-Lugo | 4 de julio de 2024
Más allá de las especificidades y de las agendas internas, hay tres batallas en las que Estados Unidos huele a derrota: Ucrania, Palestina y Taiwán. Y son tres frentes contra sus enemigos: Rusia, Irán y China.
La primera ya está en su fase de cierre, a pesar del oxígeno que Estados Unidos y sus aliados le quieren dar. La segunda guerra, en curso, muestra cada vez más que un «no-triunfo» de un país, frente a un actor armado no estatal, es equivalente a una derrota. Y, la tercera, en ciernes, sería un acto de suicidio por parte de Estados Unidos.
En la primera guerra, en el plano militar, es impensable que Ucrania remonte el territorio perdido ante Rusia; en lo internacional, ya la OTAN está mirando a otro lado; y, en la política interna, Zelensky ya perdió la popularidad inicial. La suerte está echada.
En la segunda guerra, ¿cómo podría llamarse a un desgaste de ocho meses, sin ni siquiera controlar la ciudad de Gaza, con una resistencia en pie, un frente norte abierto y una pérdida de liderazgo social y militar por parte del Gobierno israelí? Eso se llama derrota.
Y, en la tercera, es cierto que la capacidad militar de China es inferior a la de Estados Unidos; pero no está sola: Rusia ha dejado claro que, en caso de un ataque, se pondrá de manera activa del lado chino.
Estados Unidos azuza a la OTAN en Ucrania, a Israel en Oriente Medio, y a Filipinas y a Taiwan en Asia Pacífico. Recientemente, en abril de 2024, el legislativo estadounidense aprobó una ayuda militar por $ 95.000 millones de dólares para Ucrania, Israel y Taiwán; todos tres en un mismo paquete.
Batallas con agendas propias
Claro que cada frente tiene sus agendas propias: la primera de las guerras no puede explicarse sin la construcción aparatosa de lo que llamamos Ucrania, sin el incumplimiento de la OTAN de su promesa de no ampliarse hacia el oriente y sin la guerra en el oriente del país desde 2014, en la que miles fueron asesinados y muchos más desplazados.
Más allá de la presencia activa de grupos neonazis en las calles ucranianas, de la corrupción del Gobierno de Zelensky, del (vale decirlo) crimen de agresión de Putin, lo cierto es que hay una disputa mucho más grande: el choque de dos gigantes.
En el caso de Palestina, la agenda sigue siendo esencialmente la misma desde, por lo menos, 1967. El problema es que, por primera vez, Israel está recogiendo los vientos que sembró; claro, en forma de tempestades.
Ya se quebró por completo el crónico chantaje de Israel citando el holocausto; la resistencia ya no es solo una acción puntual, sino un frente organizado que, ocho meses después, sigue causando bajas a Israel; la fama de que el ejército sionista era de los mejores del mundo se ha desvanecido. Israel no puede siquiera responder a Irán sin tener que suspender los ataques en Gaza. Si entra de lleno en guerra con Líbano perderá; y si no lo hace, también.
La tercera guerra es un debate con varias ramas: las reivindicaciones territoriales de China, la gran industria de semiconductores, la carrera armamentística de Taiwán, la consolidación de China. Igualmente, más allá de esto, lo que está en juego es el control del área Indo-Pacífico central.
Con tres heridas viene
El problema es que Estados Unidos actúa más por el desespero que por el análisis. La invasión a Afganistán de 2001 inauguró una política reduccionista que entiende los conflictos (guerra contra el terror) solo como un asunto solo militar. Allá perdió por completo la posibilidad de mostrar la reconstrucción de un país. Salió con el rabo entre las piernas en 2021.
En Irak, 2003, el mensaje es claro: es mejor tener armas, como Corea del Norte; que no tenerlas, como Irak. La invasión de Irak estuvo basada únicamente en cálculos económicos: el petróleo. Como decía un connotado periodista: si Irak produjera solo zanahorias no la hubieran invadido. Y allí, en esa guerra, nació el embrión del Estado Islámico.
Cuando ocurrieron las revueltas árabes, Estados Unidos fue incapaz de leer la coyuntura. Y, al margen de las teorías de la conspiración, no entendió ni las protestas de Egipto, ni el proyecto político de Túnez, ni mucho menos la guerra civil de Siria. Por esa misma dinámica, ahora no es capaz de leer el caso palestino y su impacto en el mundo.
En Ucrania, Estados Unidos pensó que bastaría con el envío de armas (error que ya había cometido en Somalia, cuando armó a Etiopía), el concurso de algunos asesores (como ha hecho en todo el mundo) o con empujar a sus aliados de la OTAN a regalar sus viejos arsenales para derrotar a Rusia. Se le olvidó que Putin tiene en su haber las guerras de Chechenia, Osetia del Sur, Abjasia, Crimea y Siria.
Y esos mismos errores de prepotencia, sobrevaloración de la agenda militar, desprecio por las comunidades locales, desconocimiento del derecho internacional, comisión de crímenes de guerra, falta de olfato para leer la política exterior y unos cuantos más, se ven ahora en Ucrania, Palestina y Taiwán.
Ucrania es la batalla por Europa del Este; Palestina es la batalla (de frente a Irán) por Oriente Medio; y Taiwán, por el Asia Pacífico. Pero las tres, en su conjunto, son parte de la gran batalla por preservar la hegemonía (hoy ya resquebrajada) de Estados Unidos.
El problema de fondo es ¿quién lidera el mundo? Y, en ese nivel, poco o nada importan los niños de Palestina, los refugiados de Ucrania o la economía de Taiwán. La disputa es por control y por expansión. Es una confrontación imperial, en la cual las otras agendas no cuentan; sino, a lo sumo, como excusa para el Imperio.
No podemos idealizar los bandos; pero tampoco podemos pedirles que sean perfectos, cuando son simplemente humanos. Las tensiones en el resto del mundo se debaten entre lo correcto y lo pragmático, lo posible.
Francia, Alemania e Inglaterra ya sabemos de qué lado estarán, como lo han demostrado en Palestina y en Ucrania. La balanza está, en parte, en otros países como India, Turquía, Brasil y Sudáfrica.
Los BRICS ahora se presentan como una alternativa, pero esto no deja de ser más que capitalismo reformulado y, del capitalismo, no se puede esperar lo que no es de su naturaleza. Y, lo peor, es que no hay alternativas sobre la mesa.
En otras palabras, todo indica que Estados Unidos va cuesta abajo; pero no será una caída pacífica, ni rápida; se llevará por delante lo que pueda (en la política de morir matando) y, aunque caiga, no se ve claro que el remplazo será algo diferente o simplemente pasar la antorcha a otro imperio igual o peor.