Víctor de Currea-Lugo | 13 de octubre de 2007
Cuando un actor social o un sujeto político se hace visible, aparece en escena, necesariamente ocupa un porcentaje y desplaza a otro; mejor dicho, toma inevitablemente un porcentaje de otro, porque el cien por ciento es el límite donde deben acomodarse todos, por lo menos los visibles.
Cuando alguien desorganiza al resto, como un recién llegado a un sofá lleno, el resto se molesta, lo normal se ve amenazado, hay espacio para la angustia y energías para usar la angustia como un arma arrojadiza. Se invoca la inercia de la seguridad y la seguridad de la inercia. Esto pasa en Bolivia en esta coyuntura con la aparición del llamado «instrumento político» MAS: Movimiento al Socialismo.
Al recién visibilizado se le da naturaleza de extraño, de quien viene de lejos, de quien no pertenece, se le presenta como intruso, así haya existido siempre en calidad de invisible. Esa persona nueva molesta: el inmigrante en el norte, el árabe en Occidente, el indio en la ciudad, el pobre en el poder.
Existe una teoría de que en las comunidades de primates hay un mono Alfa y uno Omega, lo que haga o diga el mono Alfa se celebra y se sigue, lo que haga el Omega se condena y se rechaza. Si la estupidez la dijera el mono Alfa se celebraría, como se rechazaría la idea inteligente del mono Omega. Poco o nada importa el contenido del mensaje, sino el mensajero.
Lo mismo pasa con lo que diga el intruso, el nuevo, pues éste parece que estuviera predestinado a ser el Omega, poco importa lo que diga. Reformar la Constitución en Colombia para reelegir a Uribe es de Alfas, reformarla en Bolivia para reelegir a Evo sería de Omegas; defender el derecho de los noruegos al petróleo noruego es lo normal, defender el derecho de los bolivianos al gas boliviano es anormal. Lo importante no es ser vendedor ni comprador para ser responsables, sino si tienes poder. Si vendes cocaína, la responsabilidad no es del consumidor sino del productor de hoja de coca; si vendes armas, es al revés.
Haber mantenido nacionalizadas las minas en Chile durante la dictadura neoliberal de Pinochet era una decisión estratégica, nacionalizar los hidrocarburos en la Bolivia de Evo es un acto contra lo que dicta la economía neoliberal.
Yo no soy indio, no compartiría un hipotético indigenismo excluyente, me asusta la idea de la dictadura de la etnia, dudo de la noción de derechos humanos ‘colectivos’, no creo en las costumbres milenarias de cultivar quemando el monte, critico las prácticas tradicionales médicas que hacen más daños que beneficios y no defiendo las tradiciones que violan derechos humanos. Pero eso no son los indios, mejor dicho: no sólo los indios hacen eso y no sólo eso hacen los indios. Pero cuando algo de esto sucede, la ecuación es automática: indios igual error, cual omegas.
A los que estamos a favor de la justicia social y de principios universales se nos mira de ambas orillas con desconfianza: de un lado dizque por vendernos a los indios y, peor aun, a los pobres en general, del otro lado se nos acusa de no abrazar, sin crítica alguna, el paquete completo de lo popular, incluido en ello estar a favor de las trampas de la cultura y de las tradiciones, se nos acusa de no ser «posmodernamente pluri-multi correctos».
Yo no creo que los indios tengan la razón por ser indios, pero tampoco creo que no la tengan precisamente por ser indios. No creo que alguien sea inocente por ser indio pero, sea indio o no, tiene derecho a la presunción de inocencia.
A Evo Morales se le puede aplaudir por muchas cosas y criticar por otras, pero es una realidad política innegable que se hizo visible gracias a otros invisibles como él, y llegó a incomodar por una razón fundamental: porque para eso lo eligieron, para incomodar el sofá de las elites, para hacer visibles a los invisibles.
A Evo no se le puede exigir que se porte como un blanco de las elites de Santa Cruz, porque precisamente lo eligieron por ser indio y por no ser de las elites. La democracia es cosa de mayorías si gana el Alfa, pero cosa de matices si gana el Omega.
Cuesta trabajo creer que sea verdad lo que dijo Evo Morales cuando recibió el cargo de presidente: «Hace 50 años nuestros antepasados no tenían derecho a caminar en las aceras de la plaza Murillo», y lo decía desde dentro del Palacio Quemado, frente a la plaza Murillo.
Los que le critican, los que antes rechazaban la propuesta de Asamblea Constituyente, luego buscaron espacios de revalidación política a la sombra de la Constituyente, los que antes defendían con la uñas el centralismo, para defender la unidad de Bolivia en contra de cualquier tipo de autonomía territorial indígena, hoy reivindican autonomías regionales para consolidar su poder regional contra el poder central del indio. Repito, poco o nada importa el contenido del mensaje, sino el mensajero. La lógica del poder se impone y el poder no necesita argumentos.
Para el poder es mejor mantener invisibles a los invisibles, para que no molesten ni desordenen el sofá. Por eso, aunque suene increíble, «a los primeros aymaras y quechuas que aprendieron a leer y a escribir les sacaron los ojos y les cortaron la mano», recordaba Evo Morales. Por eso al mismo Evo lo expulsaron en 2002 del Parlamento, acusándole de tres cosas: asesino, terrorista y narcotraficante, acusaciones por demás muy de moda.
Y si se hacen visibles, hay que mostrar sus caries, señalar sus arrugas, exagerar sus cicatrices, ridiculizar su forma de hablar y hacerlos pelear entre ellos. Por mucho se les deja pensar como indios, no como personas, se les reduce a su carácter particular y se les niega toda capacidad universal. Por ejemplo, hablar de que estamos en el año 5514 de los aymaras bolivianos es «ridículo», pero hablar de que estamos en el año 5766 de los judíos es respetuoso. A esto se contestará diciendo que la cosa es más compleja, cuando no lo es, o que es simple, cuando es compleja.
Y luego, si fracasan, se muestra su fracaso, entre otras cosas, como la justificación de que no haya inmigrantes en el norte, ni mujeres en las plazas, ni indios en la ciudad ni, por supuesto, pobres en el poder.
Una versión es este texto fue publicada en “El juguete rabioso”, en La Paz, Bolivia (2006)