Víctor de Currea-Lugo | 20 de noviembre de 2013
Dos ataques cerca de la embajada de Irán en Líbano dejaron 24 muertos y 145 heridos.
No bastó que las gestiones de la Liga Árabe en 2011 y de Naciones Unidas en 2012 hayan caído en saco roto, no bastó que los 300 observadores internacionales finalmente no dieran cuenta de mucho, ni tampoco que se partiera la mesa de Ginebra II recién convocada: la paz en Siria por medio de la negociación se aleja con cada bomba. Ahora, más de veinte muertos y de un centenar de heridos dejan atentados en Beirut cerca de la embajada de Irán y de las oficinas del grupo armado chií Hizbolá.
Si entendemos que Siria ya no es -desde hace mucho tiempo- un conflicto interno sino una guerra en la cual se enfrentan varios de los actores de Oriente Medio más las agendas de varias potencias, entonces el ataque a la embajada de Irán en Beirut, en el corazón de un barrio chií bajo influencia de Hizbolá, significa varias cosas.
Primero, el eje Hizbolá-Siria-Irán refuerza su causa y fortalece su unidad en medio de los muertos de Beirut. Es difícil ahora esperar una ruptura en dicho eje, a pesar de los debates internos en Irán y en las filas de Hizbolá sobre la conveniencia (o no) de hacer presencia militar en Siria.
Segundo, la guerra adquiere aún más una geografía regional, lo que ya se veía en las acciones militares esporádicas en el norte de Líbano entre partidarios y opositores del régimen sirio, especialmente en la ciudad de Trípoli. De hecho, según Irán detrás de los ataques estarían Israel y Arabia Saudita, sus dos rivales en la llamada “Guerra Fría de Oriente Medio”.
Tercero, Líbano está ya en la guerra, no sólo por la llegada de cientos de miles de refugiados sirios, por la presencia militar de Hizbolá, sino además porque a las dos carros-bomba de agosto pasado contra barrios chiíes en Beirut, el ataque a la embajada iraní repite -con diferencias- la dinámica internacional de usar Líbano como patio para dirimir otros conflictos.
Cuarto, el elemento religioso que ha sido avivado en Siria y en Irak ahora toma fuerza en el caso de Líbano, pues la lectura simplista reduce el escenario a una confrontación entre chiíes y suníes. Poco importa que tan cierto sea el argumento, la pasión religiosa se encargará del resto.
Se fortalece el discurso de la guerra contra el terror. Los que aparentemente pusieron la bomba en Beirut fueron miembros de un grupo suní pro-Al Qaeda. Tampoco importa si esto es cierto, la verdad es que en el imaginario libanés y del gobierno sirio ya está sembrado el discurso. Rusia tiene otra razón más -si acaso las necesitara- para mantener su apoyo a Siria.
Quinto, la posibilidad de una negociación entre las partes del conflicto se diluye aún más. Luego de cada masacre, de cada torturado, de cada explosión, será más difícil sentar a las partes, ya a punto de resignarse a una guerra de desgaste mientras la comunidad internacional sólo mira crecer la lista de muertos.