Camilo y el bipartidismo de izquierdas

Víctor de Currea-Lugo nero de 2016

El llamado camilista a insistir en lo que une y prescindir de lo que separa a las izquierdas merece una segunda oportunidad. El Frente Nacional fue una trampa. Funcionó para la derecha, marginó la ya reducida izquierda, implantó una cultura política dominada por la oferta liberal-conservadora y, lo más importante, creó una cultura política en la que la sociedad legitimó la corrupción y los crímenes, siempre y cuando fueran a nombre de alguno de los partidos tradicionales.

Razón tenía García Márquez cuando sugería que la única diferencia entre liberales y conservadores es que unos iban a misa de cinco y otros a misa de siete. Pero no hay cosa que más se parezca al bipartidismo de derechas que el bipartidismo de izquierdas (como califica a las tensiones dentro de la izquierda Carlos Alberto Benavides).

Recuerdo que hace muchos años, cuando las juventudes del Moir y del Partido Comunista salían a empapelar la ciudad, algunos solían llevar palos para estar preparados ante el eventual choque de juventudes en aras de ganar la pared.

Hoy, en medio de las siglas y las banderas, destacan dos propuestas políticas que, si bien no forman bloques homogéneos, sí comparten afinidades políticas. Por un lado tenemos lo que podríamos llamar la familia comunista: el Partido Comunista, la Unión Patriótica, la Marcha Patriótica, etc.; sin querer de ninguna manera crear bloques imaginarios, todas ellas comparten la herencia de los que miraron Moscú como un referente.

Por otro lado está lo que podríamos llamar la familia camilista: el Congreso de los Pueblos, el PUP, el Coordinador Nacional Agrario, algunas expresiones político-sociales de carácter regional, etc.; se trata de un ramillete de expresiones políticas que tienen la impronta del padre Camilo Torres Restrepo. Aunque ninguna de las dos familias constituye un bloque homogéneo, las fuertes identidades a su interior permiten sostener que se diferencian con cierta facilidad de las otras expresiones políticas.

Salvadas las obvias distancias de método de acción y rechazando cualquier estigmatización, también las insurgencias de las FARC y el ELN miraron en su momento y por su cuenta esos mismos focos de irradiación política.

Hay dirigentes de estas dos (imaginarias) familias que han llamado a la confluencia, incluso citando la famosa frase de Camilo de insistir en lo que los une y prescindir de lo que los separa. Pero ese llamado ni es compartido por todos, ni necesariamente se refleja en las relaciones cotidianas entre las izquierdas, al punto que algunas decisiones están más determinadas por el mensajero que por el mensaje. Es decir, una propuesta política es válida, si y solo si, proviene de ‘’mi propia familia. ‘’

Sin desconocer los obvios matices, en buena medida la izquierda sigue peleando sobre asuntos semánticos: que si zonas de reserva, que si zonas agroalimentarias, que si se dice cese al fuego o cese de hostilidades, que si se dice desplazado o persona en situación de desplazamiento, mientras el Gobierno impone las Zidres, continúa con la persecución al movimiento social y desconoce en la práctica a las víctimas.

El problema no es solo la pugna dogmática por imponer un criterio u otro, el problema es también que las élites del país son claramente conscientes de esta disputa, que ellos alimentan y aprovechan. Esto explica, parcialmente, el destiempo entre los procesos de paz con las FARC y el ELN: negociar al tiempo también significaría haber contribuido a crear un bloque de oposición mucho más fuerte y en franca oposición a las élites. Es conocido que el ELN durante 15 meses recibió plantón tras plantón del equipo negociador del Gobierno.

Pero además, ahora se perfila un modelo de implementación de los acuerdos de La Habana en que pareciera que zonas campesinas (pedidas por las FARC) y/o zonas de concentración de guerrilleros (sugeridas por el Gobierno) van a tener lugar en zonas de influencia del ELN. Esto implica un potencial conflicto entre familias de izquierda. La paz de las FARC podría convertirse en el caballo de Troya para atacar el proceso social del ELN.

Divide y vencerás no es una estrategia que nazca en La Habana, de hecho es tan vieja como los conflictos. En nuestro caso el problema va de lo semántico hasta la rapiña que se avecina en la feria de contratos del posacuerdo, donde el movimiento social (que algunos quieren reducir a la lógica de las ONG) podría fragmentarse peleándose un plato de lentejas. La izquierda no puede portarse como un empresario esperando el dinero de la cooperación.

La esperada paz entre insurgencia y Gobierno requiere ya de otra mesa, no me refiero a la Mesa Social por la Paz, que está tomando forma, sino a la urgente y necesaria mesa de unidad entre las familias de izquierda, que si bien no es suficiente sí que es necesaria. Una de las enseñanzas de las trabas para construcción de paz en Filipinas, de la creación de un bloque fuerte en Palestina y del fracaso de la oposición siria, ha sido la falta de coordinación entre agendas que teóricamente tenían más elementos de unión que de diferencias.

No hemos avanzado mucho si no logramos superar la vieja pelea por la pared donde colocar los carteles y seguimos desconociendo la agenda real. Y esta no solo ha perdido referentes por la caída de un muro lejano por allá en Berlín, por el ascenso posmoderno donde todo vale, por la Nueva Era que recluta creyentes, sino también por un discurso en el que la sociedad, como un todo, adquiere el adjetivo de civil, negando una verdad de a puño que para algunos suena a naftalina: todavía hay una sociedad de pobres y todavía hay una sociedad de ricos.

Además, la sociedad civil, según los clásicos, es el mercado. Y en el particular caso colombiano, las diferencias de ingresos son tan marcadas, el abismo entre ricos y pobres es tan grande, que hablar de clases sociales con agendas encontradas no es un “mamertismo” sino una obviedad.

Pero mientras la pobreza y la represión siguen, la izquierda discute si la paz con justicia social es más radical que la paz positiva, o si el ciclo progresista debe llamarse más bien espiral democrático. Romper con los vicios de izquierda no es una opción; es LA opción. Y eso implica además un debate ético sobre la corrupción de izquierda.

Si corrupción es, en esencia, poner lo público al servicio de lo privado, el clientelismo de izquierda (a veces más vulgar que el de la derecha y siempre más censurable) debe combatirse sin alcahueterías y no justificarse so pretexto de que al responsable es un izquierdista. Así como las mujeres dicen que lo que más se parece a un machista de derecha es un machista de izquierda, lo que más se parece a un corrupto de derecha es un corrupto de izquierda.

El llamado de Camilo de insistir en lo que los une y prescindir de lo que los separa merece una segunda oportunidad porque, entre otras cosas, nuestro país merece una izquierda decente.

Publicado originalmente en Las 2 Orillas