Víctor de Currea-Lugo | 27 de junio de 2021
Hace algunos años vi un cartel que, si recuerdo bien, decía “tuvimos que cubrirnos el rostro para que nos vieran”. Eso mismo dijeron en Cartago cientos de muchachos.
El paro que invadió el país desde finales de abril tocó las puertas de esta ciudad colonial llamada como la legendaria Cartago. Ahí, como en toda Colombia, se acumulan injusticias sociales: desempleo, inequidad, lavado de activos, discriminación, violencia, jóvenes sin posibilidades. En este mismo espacio conviven grandes empresas y barrios en condiciones miserables.
Estuve de invitado en una reunión entre voceros de la primera línea y el alcalde de Cartago, Víctor Álvarez Mejía, en un edificio colonial, donde, contrario a lo que yo esperaba, en vez de primar la formalidad y las caras largas, hubo un espíritu de confianza trabajada.
De las razones del paro
Quienes salen a protestar son personas que rechazan la reforma tributaria, aunque no puedan precisar con exactitud de qué se trata. Están cansadas de un Gobierno desacreditado, viven sin oportunidades y desean un cambio en su realidad.
En esas protestas está el país; hay desempleados, universitarios frustrados, madres solteras, jóvenes con hambre y hasta delincuentes. Sería ridículo esperar que en la protesta solo haya gente con doctorado o empresarios. Empezaron a reconocerse entre ellos mismos, a ver que su vecino comparte un hastío frente al poder y un deseo de mejorar sus condiciones.
Rápidamente los muchachos distinguieron la agenda local de la nacional. Reconocieron que hubo desorganización en la primera semana de protesta y, luego, con la ayuda de las barras de futbol, empezaron a darle sentido; allí confluyeron las de los equipos América de Cali, Cali, Millonarios y Nacional.
Comenzaron a llamarse primera línea, a escoger delegados y a nombrar vocerías. Uno de los grandes apoyos llegó también de la comunidad. Precisamente, cuando el Esmad empezó a atacar en las zonas residenciales, los vecinos se vuelcan con más fuerza a favor de los muchachos.
Los vecinos les llevaron comida: “Nos traían almuerzos preparados y alimentos para preparar”, me contó Mauricio, uno de los muchachos de primera línea. “Todo lo apuntábamos y registrábamos para que las cosas fueran claras”. Y otro me explicó: “Cuando teníamos combates con la Policía, había gente que llegada con el six pack de leche para protegernos de los gases lacrimógenos”. También algunos de la primera línea me dijeron que había quienes insisten en la manifestación simplemente como una forma de desahogar la rabia y la frustración.
En Cartago, hubo impedimentos para que pasaran ambulancias en el sitio de bloqueo y uno de ellos lo matiza diciéndome que eso fue “un gran error, así la Policía las haya usado para pasar munición». Se mueven entre “la indignación y el miedo”.
Me hablaron de un muerto y de tres personas con lesiones en los ojos; empezaron a preocuparse más cuando vieron que la Policía estaba esperando a los heridos en los hospitales para detenerlos. Uno de estos jóvenes hizo una pregunta retórica: “¿Usted cree que si yo tuviera un ojo herido por la Policía me voy a ir a un hospital, donde en la puerta me están esperando la Policía?”.
Con el apoyo de una señora, un día hicieron una chocolatada con pan, allí llegaron habitantes de calle y otras personas de la comunidad. Empezó un proceso de socialización, que, según como me lo cuentan, parecía un espejo donde ellos se podían reflejar y hacer consciencia como colectivo.
La comunidad también les dio algunos escudos, se los regalaron desde los talleres de soldadura, y una vez un señor donó cinco canecas que bien partidas dieron origen a 10 escudos más.
Otro de los jóvenes en la reunión me contó de un muchacho que iba religiosamente todos los días a la protesta y le preguntaron por qué lo hacía. Entonces, dijo: «Yo vengo todos los días porque aquí tengo más comida que la que tengo en mi casa».
Pero la protesta se desgastó y eso llevó a algunos pocos a recurrir a la violencia sin sentido, al retiro de las barras bravas que no se sentían cómodas y otras situaciones de tensión. Esto coincidió en el tiempo con la propuesta de diálogo de la Alcaldía.
Los primeros pasos
El alcalde entendió rápido que el paro no era contra él, pero como representante local del Estado tampoco podía desentenderse. Se reunió con los jóvenes de barrios que no están representados ni en el Comité de Paro, en los movimientos sociales, ni mucho menos en el movimiento estudiantil.
La primera reunión la hicieron en el Club del Río, donde estaba el acalde y la primera línea, sin medios de comunicación y sin policías. Allí comenzó el diálogo, un proceso que uno de los muchachos describió como “bueno, bacano y transparente”.
En ese encuentro la confianza era bastante improbable, me dice el secretario de gobierno local. Por eso, el alcalde echó mano de personas que tuvieran experiencia en los movimientos sociales para acercarse.
El alcalde reconoció, cuando conversaba conmigo, su compromiso de mantener al Esmad fuera de los barrios aunque no lo descartaba ante la violencia; sin embargo, es una tarea difícil en buena parte por los mensajes del Gobierno nacional criminalizando la protesta.
Cuando le pregunté al alcalde cuál es la clave para generar confianza, me dijo: “Hablar de frente y desnudar la realidad”. Las primeras reuniones fueron confusas, la gente no tenía muy claro qué pedir y no entendía las limitaciones que tiene una Alcaldía, por ejemplo, para desmontar los peajes o para modificar el sistema nacional de salud.
Un sector del empresariado quería apoyar al Esmad para la represión; sin embargo, luego se dieron cuenta de que el problema social no se resolvería con la Policía. El mismo alcalde en reuniones con los empresarios les explicó que se podía pasar de un escenario de pérdidas parciales a totales, si la protesta se prolongaba, que lo mejor como empresarios era asumir más responsabilidad con la sociedad.
Las propuestas que hacían se enfrentaban al problema de un presupuesto limitado y de los trámites burocráticos, ya que los proyectos pueden esperar meses para ser aprobados; mientras la gente en la mesa pedía soluciones más o menos rápidas en medio de los bloqueos.
El alcalde le dijo a los muchachos: Yo no puede modificar el sistema de salud, pero si puedo facilitar el acceso; yo también puedo facilitar los subsidios, pero el modelo Sisben no es más que una recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la que el poder local no tiene mucho que hacer.
Los «pañitos de agua tibia» y sus resultados
El alcalde habló con los jóvenes, con la certeza de que solo podía, según sus propias palabras, “poner algunos pañitos de agua tibia”. Pero esos pañitos significaban mucho: asumir las posibilidades locales de atender la crisis, resolver algunas situaciones concretas y reconocer que la gran agenda nacional no era de su competencia.
Ya se instaló un plan piloto de distribución de comida mediante comedores comunitarios. Este es un símbolo de frutos concretos y es un espacio de triunfo de la primera línea, que también actúa como veeduría informal de este nuevo programa.
El alcalde está preocupado porque los comedores comunitarios suelen ser supervisados de manera obsesiva por la Procuraduría y por otros actores políticos: “Parece que fuera un delito darle de comer a la gente”, afirmó. Por eso, resolvió mantenerlos mediante colectas de las empresas locales, del sector privado, para evitar investigaciones injustificadas.
Hay muchachos que piden educación, salud y trabajo, y se encuentran con barreras elementales como que no tienen los documentos necesarios para una contratación, porque han perdido la cédula o porque no han sacado la libreta militar. Eso se puede resolver de una manera simple: la Alcaldía se comunicó con la Registraduría para agilizar esos trámites y se comprometió a contribuir con esos gastos.
“Un pañito de agua tibia” termina siendo esencial para que un muchacho pueda ser contratado y pueda obtener acceso a la educación. Esta es una muestra más de que el poder local no puede resolverlo todo, pero tampoco puede escudarse en eso para no hacer nada y, simplemente, enviar el Esmad.
Parte del proceso local también ha involucrado la ampliación de espacios deportivos, de acuerdo con lo que la gente pide. Resulta curioso, porque rompe el paradigma de que los muchachos solo juegan futbol, que ellos pidieron instrumentos para jugar tenis. Uno de los referentes en este deporte, como Jhonny Pérez, nacido en esta ciudad y entrenador de la selección Colombia juvenil de tenis, quien ha apoyado a los jóvenes de primera línea.
En términos educativos ha habido ya reuniones con universidades públicas y privadas, así como instituciones técnicas, con el fin de abrir espacios, no solamente a los muchachos de primera línea, sino a la comunidad local más abandonada.
Por la voluntad política se empieza
En todo caso resulta triste que los muchachos hayan aprendido que el bloqueo de una calle es lo que ha permitido que sean escuchados. Queda demostrado con la experiencia de Cartago: primero, que sí es posible llegar a un diálogo directo, como lo calificó el alcalde local, donde en una mesa estén representantes de la comunidad y autoridades locales a hablar sobre lo que es posible, sin tanta leguleyada ni formalismos.
Segundo, queda claro que esa supuesta descentralización administrativa que nos habían prometido a finales de los años 80 fue una mentira. Lo que hay es una desconcentración de problemas. Las leyes de salud, de educación, las regalías del petróleo y muchas otras cosas no dependen de la voluntad política del gobierno local, sino que están concentradas en el poder nacional. Por eso, la mal llamada “paz territorial” es un invento.
A pesar de eso, el gobierno de Cartago entendió que sí podía desarrollar algunas acciones y fortalecer una agenda de los problemas sociales en torno a temas posibles de abordar. Además de eso, logró involucrar a las empresas, imponer algunas de las decisiones a la Policía y generar un espacio de interlocución. Eso no es más ni menos de lo que pueden hacer todos los mandatarios locales en el medio del paro nacional, si tuvieran la voluntad para hacerlo.
Después de revisar con los muchachos y las autoridades de Cartago las propuestas de negociación, piensa uno que esas promesas de descentralización se quedaron durmiendo el sueño de los justos. Le pregunté al alcalde, como mandatario local, lejos del centralismo y vocero de un municipio apartado, qué opina de la descentralización, y me respondió con cuatro palabras: “Eso es pura carreta”.
Ahora el paro, o más exactamente la protesta social, se ha desplazado a otros espacios: plantones, marchas, jornadas de salud y actividades deportivas, con resultados concretos; ha logrado ganar espacios de participación y de diálogo.
El Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), por ejemplo, se levantó de la mesa de negociación y decidió no seguir colaborando. Entonces, la gente hizo un plantón frente a la sede de esta institución nacional y, de manera pacífica, pidieron una sola cosa: “Que nos escuchen”. Al siguiente día, gracias a eso, el Sena volvió a la mesa y se sumó a la elaboración de alternativas.
Claro que durante el paro hubo gente que solo quería dañar. No pedían nada, parece que solo querían devolver el daño que les han hecho como sociedad más allá de razones y de pliegos. Entender ese simple afán destructivo también merece un esfuerzo, no es justo quedarse en la simple condena.
En un país de narcos, de traquetos, de arribismo, de clientelismo y de desconfianza, las marchas no pueden ser ajenas a reflejar esas dinámicas. Y en un país de engaños, de incumplimientos, de diálogos fallidos, Cartago muestra por lo menos una luz de esperanza.
En esta ciudad han entendido que es posible concertar siempre y cuando se entienda que el poder local sí representa al Estado, que el paro es contra Iván Duque y que los mandatarios locales no pueden desconocer eso; que la gente que está llegando a la marcha, al bloqueo o a la mesa de negociación comparte unos problemas que el país conoce, otra cosa es que los quiera resolver. Fin del comunicado.