Víctor de Currea-Lugo | 23 de mayo de 2020
La política colombiana hacia Venezuela está determinada por Washington de la misma manera que ha estado la posición frente a Cuba. Con los cambios de hace 20 años en la dirección del Gobierno venezolano, se incrementó una serie de hostilidades y una narrativa en contra de cualquier asomo de cambio en Venezuela.
Pero la situación se ha agravado por tres componentes. Primero, por la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos, lo que significa un alejamiento a los pasos dados por Obama en las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos. Segundo: la llegada al poder en Colombia de Duque, enemigo de la paz, que recogiendo el pensamiento de la derecha colombiana ve la paja en el ojo venezolano, pero no la viga en el ojo propio. Y tercero, por la gran migración que ha ido llegando desde Venezuela por razones económicas a Colombia. Se podría agregar un cuarto elemento: el retroceso de toda la izquierda en América Latina.
Colombia y Venezuela comparten una característica: sus sociedades están altamente polarizadas, lo que permite la construcción de narrativas alejadas de la verdad o por lo menos que solo dan cuenta de una parte de ella. La crisis venezolana se reduce a los problemas de gestión internos, reales e innegables, que han tenido los gobiernos chavistas, pero desconoce las medidas económicas establecidas por Estados Unidos, llevando a un cierre del comercio internacional para Venezuela.
En épocas de vacas gordas, cuando el precio del petróleo estaba elevado, la figura mediática de Chávez era favorable y había asomos de prosperidad, los argumentos contra Venezuela no tenían los apoyos que tienen hoy. Pero a partir de la crisis de los precios del petróleo, la muerte de Chávez, el proceso de hiperinflación inducida, más los problemas de gestión del gobierno de Maduro que ya mencionamos, se abre una estela de agendas para atacar a Venezuela, por ejemplo, con la creación de una red latinoamericana de opositores al Gobierno de Maduro bajo el nombre de Grupo de Lima.
Una vez reducida la complejidad venezolana a un solo aspecto haciendo creer que todos los problemas se deben única y exclusivamente a la gestión del gobierno que haya hecho el chavismo, se vuelve fácil utilizarlo en las campañas políticas bajo la consigna de que si ganaba algún sector progresista en Colombia nos volveríamos como Venezuela. Una vez hecho esto, se pasó a cerrar los canales diplomáticos. Duque, por ejemplo, corrió a reconocer a Guaidó como el presidente legítimo, lo que no deja de ser un chiste.
Pero la ofensiva no solamente ha sido económica, dirigida por Estados Unidos, o política por el Grupo de Lima, sino también militar. En días pasados mercenarios estadounidenses desde Colombia dirigieron operaciones militares contra Venezuela; se ha promovido el asesinato de Maduro o un alzamiento militar.
Y unas lanchas colombianas artilladas colombianas terminaron en las costas venezolanas, lo que fue explicado por la Armada Nacional como que las lanchas se habían desamarrado tomando rumbo propio, lo que no deja de ser otro exabrupto para esconder las intenciones del Gobierno colombiano de contribuir a la salida de Maduro por medio de la violencia.
Hay otro elemento central: la frontera compartida de más de 2200 kilómetros, que nadie puede controlar ya que a su paso hay ríos, montañas y zonas selváticas, con un gran número de pasos irregulares. Esos pasos son controlados por actores armados, ya sean disidencias de FARC, el ELN, paramilitares, “pranes” venezolanos o contrabandistas. El contrabando está fortaleciendo una economía trasnacional ilegal de muchos recursos, con el beneplácito de las autoridades judiciales de los dos lados. Esto nos muestra que hay una gran red local de corrupción que facilita y se alimenta del contrabando.
Es incorrecto explicar la violencia fronteriza desde un plan macabro elaborado en Caracas que regula la relación entre los diferentes grupos armados. Mi conclusión preliminar, después de recorrer una parte de la frontera, es que las dinámicas de poder son eminentemente locales. Eso explica porque en algunas regiones hay confrontaciones militares entre, por ejemplo, la Guardia Nacional y el ELN mientras que en otras no las hay. Son pequeños poderes locales temporales, los que determinan la dinámica de poder.
Las operaciones militares realizadas contra Venezuela parecen buscar medir la potencial respuesta del Gobierno de Maduro. Nada nos permite concluir que efectivamente se vaya a producir un ataque por parte de Estados Unidos a Venezuela, pero tampoco hay evidencias certeras que puedan descartarlo. Lo cierto es que una confrontación colombo-venezolana incendiaría la región.
Las voces que en Colombia apoyan una acción militar contra Maduro parecen no darse cuenta de que Venezuela tendría el derecho a la legítima defensa con lo cual Colombia podría ser militarmente atacada. Estados Unidos estaría del lado colombiano y Rusia buscaría hacer sentir su apoyo al Gobierno de Maduro. Después de las confrontaciones de Rusia y Estados Unidos en Osetia del Sur, Ucrania y Siria, podría darse un nuevo escenario, esta vez en América Latina.
publicado en: El comején