Víctor de Currea-Lugo | 27 de agosto de 2018
Dice el refrán popular que no hay que angustiarse porque por encima de las nubes el cielo sigue siendo azul. Eso es bonito para una esquela, pero no para la realidad política. Si la política responde al aquí y al ahora, si la política tiene que ver con lo posible, entonces perdimos este esfuerzo contra la corrupción.
Eso de que mañana saldrá el sol y la idea de las nubes está muy bien a largo plazo, pero analizar todo en un historicismo milenario para sugerir que no perdimos, es un consuelo de tontos. Al que está sufriendo el aguacero, poco le beneficia que encima de las nubes el cielo siga azul, cuando él está precisamente debajo del agua.
Se mojó. A partir de esa verdad evidente e incontestable podemos hablar del ayer, del mañana y hasta del lugar encima de las nubes. Dicho de otra manera: perdimos. O aún peor: volvimos a perder. Perdimos un plebiscito en que se le preguntó a la gente por la paz y la gente dijo no. Ya sé que no toda, que llovió en la costa, que algunos se arrepintieron, pero la realidad fue que perdimos. Y los cambios hechos al acuerdo de paz, que el uribismo no reconoce como realmente realizados, han causado problemas, como es el caso de la política de cultivos de uso ilícito.
Volvimos a perder hacer poco cuando Colombia prefirió elegir a un desconocido, solo y únicamente porque un señor de apellido Uribe lo ungió. Así somos. Ya sé que sacamos más de 8 millones y que bajo el lema de resistencia trataremos de enfrentar en las calles lo que se viene, pero ya el mal está hecho: vienen más impuestos, se mantienen las componendas y los empresarios (ya no a través de terceros, sino de manera directa) se apoderaron del poder.
Y ahora volvimos a perder. Y esto sí que es más doloroso. No existía el mito de que se le iba a entregar el país a las FARC (que explica, solo en parte, la primera derrota); ni que nos íbamos a volver como Venezuela (lo que explica, solo en parte, la segunda derrota), sino porque millones de potenciales votantes no salieron a votar.
La abstención en departamentos como Chocó, La Guajira y Córdoba, tres de las regiones más afectadas por la corrupción son un reflejo de un país que está mal. Aquí no hay ciudadanos sino clientelas. Es curioso que, en algunas regiones, vote más gente por líderes políticos corruptos que por la propuesta anticorrupción. Nuestra cultura es más de votar por personas que por propuestas, y así nos va.
Jurídicamente arañamos un mandato claro y concreto, políticamente millones rechazamos la corrupción y éticamente estamos dando pasos hacia una nueva ciudadanía, pero ninguna de las tres cosas constituye un triunfo como el que necesitamos.
Sí. En términos electorales, somos más de 11 millones activos contra la corrupción, más de 8 millones en la Colombia Humana, y más de 6 millones que votamos por la paz; pero eso no es un consuelo. De nada sirve meter 4 goles al contrario, si éste mete 5, o logra que nos anulen nuestros goles. Ya sé que esos millones no estábamos comprados, ni seducidos por un tamal, pero ese argumento no deja de ser parcial.
Es ridículo preguntarle a una sociedad si rechaza la corrupción, pero también lo era preguntarle si prefiere la guerra o la paz. Aquí debemos hacerlo porque este es el país real que nos tocó. No se trata de cambiar el umbral, sino de tener una cultura política diferente.
Finalmente vale decir que hay un vaso comunicante entre muchos de los que votaron contra la paz, los que votaron por Duque y no votaron frente a la corrupción. Este vaso es parte de un espíritu gregario, del pensamiento clientelar-mafioso que nos embarga y del fascismo que avanza. La cultura política que reina es la del culto a la guerra, el miedo al cambio y la complacencia con la corrupción. Con esa realidad, la del aguacero y no la del cielo azul por encima de las nubes, es que tenemos que construir país.
Publicado originalmente en Pacifista