La contradicción cristiana: apoyar al sionismo y negar los evangelios

Víctor de Currea-Lugo | 25 de mayo de 2025

Existen judíos sionistas y judíos antisionistas. Hay antisionistas de muchas religiones y gente que no sabe qué es el sionismo. Pero lo más desconcertante sigue siendo el cristiano sionista, lo que llamo la contradicción cristiana (claro, no todos los cristianos son sionistas, algunos son abiertamente luchadores contra el genocidio palestino).

Empecemos en orden: ser sionista es propender por la creación de un Estado judío en el territorio de la histórica Palestina. Es un proyecto político y no religioso. Ser antisionista es estar en desacuerdo con la formación de una teocracia judía y la expulsión de los palestinos de sus tierras. Por ello, puede haber sionistas y antisionistas sin tener que ser judío, ni de ninguna otra religión.

Aunque en sentido estricto ‘semita’ se refiere a hablantes de lenguas como el hebreo o el árabe, hoy el término se usa casi exclusivamente en relación con el antisemitismo contra judíos.

Según la Biblia, semita sería la descendencia de Sem, uno de los hijos de Noé, pero eso implica aceptar la Biblia. La pregunta es ¿qué tan semitas son los judíos llegados a Palestina? El judío y fundador del sionismo Theodor Herlz dice en su libro “El Estado judío” lo siguiente, sobre la comunidad que él dirigía y con la que se propuso crear Israel:

«Quizás alguien piense en la dificultad que significa el que tengamos más de un idioma común. Sin embargo, no podemos hablar hebreo entre nosotros. ¿Quién de nosotros lo sabe (el hebreo) lo bastante como para pedir un boleto de tren? No hay quien pueda hacerlo»

Pero dejemos de lado este debate sobre lo semítico de los migrantes judíos que llegaron a ocupar Palestina desde finales del siglo XIX y centrémonos en el debate: ¿Puede haber cristianos sionistas?

Lo humano nos dice que toda combinación es posible, lo que no quiere decir que sea coherente. Hay cristianas feministas, hay antiabortistas que aprueban la pena de muerte, hay pacifistas que invocan el DIH.

Dos preguntas de las que parto, y con las que he concluido, en mis debates con los cristianos sionistas son: Primero, ¿Por qué considerar el sionismo como proyecto religioso y apoyarlo desde los evangelios, si los judíos no aceptan los evangelios? Nótese que los evangelios serían la piedra angular de la fe de los que llamamos evangélicos.

Y la segunda pregunta es: ¿cómo se explica la defensa de que los judíos son «el pueblo elegido» determinante en el fin de los tiempos, si al fin de los tiempos regresaría el mesías de los cristianos (Cristo) pero los judíos no aceptan que Jesús sea un mesías? Todavía no he obtenido respuestas.

Ya sé que el desafío es tratar de dar explicaciones lógicas a la fe, lo que es un contrasentido, pues como decía la frase latina “Credo quia absurdum” (creo porque es absurdo). Si fuera racional no se necesitaría la fe, sino la comprobación. Pero esto no nos impide la reflexión.

Los ejemplos del antiguo testamento

Cansado de que me digan que todo es culpa del libro sagrado, la Biblia, decidí retomarlo y releerlo, pensando que a lo mejor no lo había leído con cuidado y me encontré con algunas cosas esclarecedoras.

Lo primero, aunque parezca una obviedad, es que la Biblia tiene dos partes: una de un mensaje de guerra y de un pueblo elegido, y otra parte de paz y perdón. La segunda es la que deberían seguir los evangélicos, pero estos (a pesar de su nombre) se basan en la primera parte.

La palabra “exterminio” es recurrente en el antiguo testamento, cuando se trata de órdenes dadas al ejército de Israel. Vale decir que, como decía Nietzsche, “la unidad del nombre no garantiza la unidad de la cosa”. Y es imposible convencer a un evangélico que el llamado Israel de la biblia no es sinónimo del Estado de Israel.

Numerosos pasajes del Antiguo Testamento relatan el exterminio de pueblos enteros por mandato divino. En Josué 11:21-22, por ejemplo, los anaquitas son borrados del territorio: “Josué hizo una campaña contra los anaquitas… y no quedó un solo en territorio de Israel”. En Josué 23:12-13, se ordena evitar cualquier mezcla con otros pueblos para preservar la identidad exclusiva de Israel.

En Jueces 9:45, Avimelec arrasa una ciudad, mata a toda la población y esparce sal sobre sus ruinas. Sansón, en Jueces 15:4-5, incendia los sembrados filisteos con chacales y fuego. Más adelante, en Jueces 21:11, se ordena exterminar a todos los varones y a las mujeres no vírgenes tras una guerra interna.

En 1 Samuel 15:3, 7-8, se describe la orden divina de exterminar a los amalecitas: “Mata a hombres y mujeres, niños y pequeños, vacas y ovejas, camellos y asnos”. Y David, en 1 Samuel 27:10-11, no deja testigos vivos “no vaya a ser que nos denuncien, diciendo lo que ha hecho David”.

Estos relatos de limpieza étnica no son meras referencias antiguas: hoy, el Estado de Israel nombra muchas de sus operaciones militares con títulos bíblicos, como si su política actual fuera la continuación legítima de aquellos episodios de conquista, buscando así legitimar sus acciones y fortalecer la moral nacional.

La “Operación Carros de Gedeón”, en mayo de 2025, hace referencia a un juez israelí que luchó contra un ejército mucho mayor. Benjamín Netanyahu mencionó la narrativa de Amalec al referirse a los enemigos de Israel.

Esa referencia a los amalecitas, enemigos históricos del pueblo de Israel que, según la Biblia, atacaron a los israelitas durante su éxodo de Egipto. El texto bíblico ordena “borrar el recuerdo de Amalec de debajo del cielo”.

La pregunta es: ¿se puede ser cristiano y hablar del amor al prójimo y al mismo tiempo defender los crímenes narrados en el antiguo testamento? Parece que sí.

De la promesa cristiana al dogmatismo

Los dogmas tienen muchos elementos en común: la convicción de poseer la verdad, de tener el libro sagrado correcto y de interpretarlo de manera adecuada. Umberto Eco identificó catorce características del fascismo, aceptando que la presencia de al menos una de ellas sería suficiente para crear “una nebulosa fascista”, yo diría o una nebulosa dogmática.

Como señala Eco, los dogmas suelen compartir el culto a la tradición, rechazo al disenso, desprecio por los débiles y machismo, entre otros. Esta lógica está presente tanto en el sionismo como en el fundamentalismo evangélico.

Por estas concurrencias es que decimos que el sionismo se entronca con el fascismo. Y ese sionismo, en boca de Netanyahu, ha dejado claro que “los evangélicos no tienen mejor amigo que Israel e Israel no tiene mejor amigo que los evangélicos”.

Los evangélicos son más de 600 millones, un 8% de la humanidad y 14% de la población de Estados Unidos. Y en sus ceremonias aparece la bandera de Israel, con la convicción de que Israel de hoy es el mismo del pasado y que son el pueblo elegido.

Decíamos que el sionismo comparte en su desarrollo muchas cosas con el fascismo, aunque es previo. Y podríamos concluir que la fusión de las iglesias evangélicas con el sionismo se debe más a su identidad dentro de las categorías del fascismo (dogmatismo, rechazo a la evidencia, etc.), que a sus identidades religiosas.

De nada sirven las pruebas de la persecución a cristianos en Israel o de la limpieza étnica de palestinos desde 1948; los evangélicos no se sienten comparables con los palestinos cristianos que sí comparten su fe, sino con los judíos que no aceptan ni sus evangelios ni a su mesías. Los palestinos cristianos simplemente no se mencionan, no cuentan.

Y lo anterior es posible porque los evangélicos rechazan precisamente guiarse por sus evangelios y prefieren leer el antiguo testamento. De cristianos les queda solo el nombre. La gran ruptura ideológica que hace Jesús con el pasado no es asumida por los evangélicos.

Por eso, Israel y Estados Unidos financian a las iglesias evangélicas de muchas partes del mundo; por eso los tours donde invitan a líderes religiosos, académicos colombianos (y académicas) para que luego hablen de la maravilla que es Israel; claro, sin que les permitan pisar los territorios ocupados.

Los líderes evangélicos no se preguntan por la democracia ni por los derechos humanos, porque el antiguo testamento (no los evangelios) tiene todas las respuestas, sobra la ciencia, la historia y hasta la realidad.

Por eso es eficaz retorcer la Biblia e idealizar al asesino que fue el rey David. No les interesa la relación secular entre el Estado y sus ciudadanos, sino entre las teocracias (como Israel) y sus creyentes.

Mientras el cristianismo y el islam son propuestas para toda la humanidad, el nudo gordiano es que el judaísmo es una propuesta solo para unos elegidos y, por tanto, esto genera una tensión no resuelta con el principio de igualdad de los derechos humanos. Es la tensión entre el universalismo teológico, frente al particularismo del judaísmo clásico.

El reino de los cielos

El reino de los cielos de los evangélicos no pasa por el amor al prójimo, ni por las bienaventuranzas, sino por el Armagedón: por una batalla donde el pueblo de Israel vence. Para ellos, el pueblo de Netanyahu. Los evangélicos temen a un potencial apocalipsis, pero no son capaces de ver el apocalipsis de Gaza.

Con ellos no es posible un diálogo racional sobre premisas irracionales. Si los israelíes son los buenos y son los elegidos, los demás pueden ser asesinados (incluso, deben ser asesinados) tal como relata el antiguo testamento. No espacio para la compasión cristiana, ni ninguna de las otras enseñanzas de Jesús.

Su interpretación de las profecías es tan acomodada y sesgada que olvidan todas las alusiones al falso judío: “Lo exterior no hace a nadie judío, ni consiste la circuncisión en una señal en el cuerpo. El verdadero judío lo es interiormente; y la circuncisión es la del corazón, la que realiza el Espíritu, no el mandamiento escrito. Al que es judío así, lo alaba Dios y no la gente”. (Romanos 2:28-29).

Y tampoco son capaces de aceptar que la Jerusalén de los cielos no es la misma que yace en la Palestina histórica, sino que es una metáfora. Y no aceptan esto, aunque la biblia sea tan explícita: la Nueva Jerusalén descenderá de los cielos (Apocalipsis 21:2).

Por lo anterior, está bien que Israel se apropie a sangre y fuego de Jerusalén y la reivindique como su capital «indivisible y eterna». No hay opción al diálogo. Por lo mismo, un evangélico no criticará a los colonos israelíes que se apropian de Palestina: es un mandato divino.

Europa no está con la razón, ni con las evidencias históricas y actuales. Europa apostó por proteger un dogma, una sociedad dogmática, con un mandato absolutamente opuesto a lo que Europa clama representar.

Y esos evangélicos son la base electoral de Trump, de las propuestas más radicales de los republicanos en Estados Unidos y de los partidos de extrema derecha, por ejemplo, de América Latina. Ellos defienden, perversamente, que antisionismo es lo mismo que antisemitismo.

Si la agenda fundamental de la ocupación de Palestina es: los refugiados, el territorio, Jerusalén y los asentamientos, a la luz de la lectura evangélica los refugiados son enemigos del pueblo elegido, el territorio y Jerusalén pertenecen a Israel y los asentamientos son también voluntad del creador.

¿Puede entonces un dogmático evangélico -lo que es casi un pleonasmo- importarle la vida de un niño de Gaza? ¿Puede un cristiano sionista decir algo sobre el genocidio palestino que sea aceptable desde el punto de vista realmente cristiano? No. No se puede invocar a Cristo para justificar a Caín. El cristiano sionista no sigue a Jesús, sigue es a la espada.