Gonzalo Domínguez Loeda |
El periodista colombiano Víctor De Currea-Lugo es una «rara avis»: a mitad de camino entre su actividad académica y el oficio más bonito del mundo ha recorrido el mundo contando para varios diarios guerras propias y ajenas, una labor a la que aplica la máxima de ser honesto, no objetivo.
«Como periodista soy honesto, digo ‘entrevisté a mengano y a zutano’; no juego a ponerme por encima de la especie humana y decir ‘yo desde la altura del periodista objetivo les voy a decir la verdad revelada'», dijo De Currea a Efe.
Buena parte de sus crónicas han quedado plasmadas en su más reciente libro, «Y la sangre llegó al Nilo» (Editorial Aguilar).
En él, aparecen algunas de las historias que se encontró en Oriente Medio, entre los combatientes y sobrevivientes del grupo terrorista Estado Islámico, en el norte de África o el sureste asiático. Todas ellas fueron publicadas en el diario El Espectador en una obra que también incluye dos inéditas.
La mirada de De Currea no es la del periodista habitual y en buena medida lo define su ecléctica carrera: profesor de conflictos armados en la Universidad Nacional de Colombia, se formó como médico; de ahí pasó a hacer un máster en Estudios Latinoamericanos y en ese campo hizo su doctorado.
«Los periodistas me acusan de ser muy académico y los académicos de ser muy periodista», dice con una sonrisa un hombre que entrelaza citas de comunicadores de prestigio como Miguel Ángel Bastenier con las del economista John Maynard Keynes o incluso las de Groucho Marx o el «Che» Guevara.
Por eso sus crónicas tienen mucho de analítico, igual que las opiniones de un hombre que ha conocido lo peor de la condición humana en esas zonas de conflicto.
«Los conflictos, las guerras, sacan lo peor de los seres humanos, pero también lo más hermoso en términos de solidaridad. El ser humano no es tan malo como cree (el filósofo Thomas) Hobbes, ni tan bueno como creen algunos: es una mezcla de cosas», subraya.
Para él, los conflictos «desnudan a la gente y, de la misma manera que lo hace el poder, la guerra también da la posibilidad de mostrar ternura o temor».
A un colombiano que ha estudiado el conflicto armado interno de su país, le da temor ver la radicalización, «como la gente pierde la perspectiva» en esos contextos.
«Eso me asusta mucho en una sociedad tan polarizada como la colombiana, la venezolana o la siria, donde no hay capacidad de dar un paso atrás y mirarse en uno mismo y ver que por ahí no es», explica.
Es en esos contextos donde cree imposible que el periodista no se involucre y tenga simpatías hacia uno u otro lado y es ahí donde emerge su idea de que, pese a todo ello debe ser honesto, no objetivo, lo que considera que se percibe en las crónicas recogidas en «Y la sangre llegó al Nilo».
«No estoy mintiendo frente a mi postura. Soy propalestino o contrario al régimen de (el mandatario sirio, Bachar) Al Asad, y lo manifiesto: ahora, no filtro las fuentes, soy cuidadoso», señala De Currea.
Sobre ese tema, el de las fuentes que cada vez son más accesibles para el gran público y ha generado el fenómeno de la «posverdad», De Currea se moja sin miedo y considera que es necesario trabajar para eliminar las mentiras que, esencialmente a través de las redes sociales, llegan a la opinión pública.
«El problema es el tiempo que uno gasta desmintiendo para poder construir. Cuando tienes muchos escombros, para poder colocar una piedra en firme tienes que limpiar el terreno», asegura.
Por ello, se acaba gastando «tanto tiempo limpiando el terreno de toda la mierda que botan allí que al final es casi inútil», destaca De Currea.
Además apuntala la idea de esos rumores convertidos en «posverdad» que acechan en las redes y cree que hay un grave problema puesto que «las sociedades dogmáticas creen al líder».
«Es, como decía Groucho Marx, ¿a quién va a creer usted, a mí o a sus ojos? Esa frase la puede acuñar Álvaro Uribe, el presidente de Filipinas (Rodrigo Duterte), Marine Le Pen o Donald Trump, porque son discursos en que te dan la verdad, no tienes que ir a mirar», apunta.
De Currea cree que para que esos «sinrazón» tengan éxito hace falta «un público bastante estúpido y un líder bastante mentiroso».
¿Y la labor de desmentirles es estéril? «El problema es que no podemos hacer otra cosa (…). Yo ya opté por un modelo de vida que es esto, amo escribir y eso implica ese ejercicio, es posible que lo que estamos haciendo sea inútil, pero como diría Keynes ‘todo es temporal'».