Hace trece años criticábamos lo mismo en el caso afgano: la imposibilidad de ver a los varones de un conflicto como civiles. En ese entonces, Pakistán abrió sus fronteras con Afganistán para el ingreso de refugiados que fueran mujeres y niños. Por su parte, la oficina española de Acnur hacía algo similar en su publicidad: llamaba a ayudar a mujeres y a niños. La perversión en ambos casos es la misma: asumir que todo varón es combatiente.
Ahora vemos la misma negación del derecho internacional humanitario y de derechos humanos en el caso de Siria. Se acepta, con muchos recelos y pésima implementación, un tipo de acuerdo humanitario entre las partes del conflicto para proteger a la población civil.
En el caso afgano de hace años, escandalizaba que Pakistán, un país miembro de Naciones Unidas violara principios internacionales. Más aún, que una agencia de la ONU hiciera lo mismo en su publicidad. Pero ahora, en el caso sirio, es la propia ONU a través de su enviado especial para Siria, Lakhdar Brahimi, la que acepta de hecho que eso está bien. Así se viola claramente lo dispuesto en el Estatuto de los Refugiados.
El gobierno de Bashar al Asad decidió autorizar la evacuación de niños, mayores de 55 años de edad y mujeres de Homs, sin contar que hay varones heridos y/o discapacitados o simplemente hombres que no han tomado las armas. No niego el dolor de mujeres y niños en las guerras, rechazo una medida que no apunta a priorizar a las víctimas por sus necesidades sino a excluir a seres humanos de cualquier ayuda.
Todo hace pensar que será la misma lógica a implementar en futuros acuerdos humanitarios, de darse, para otras ciudades, porque la guerra sigue y los ataques indiscriminados son una constante. Y si ese es el mayor logro de las conversaciones de Ginebra II, la esperanza que puede colocar la población civil siria en la comunidad internacional es mínima, especialmente porque ya ha fracasado desde 2011.
La relativización del derecho internacional, herencia de la llamada “guerra contra el terror” sigue vigente. Desde Guantánamo hasta las modificaciones de muchos regímenes jurídicos para aumentar la acción policial contra potenciales “terroristas”; desde las incursiones militares en Chechenia y Palestina, hasta las campañas de islamofobia en Holanda y Francia. El derecho pasó por el filtro de la seguridad, como bien absoluto, con lo cual quedó descafeinado.
Además, esta medida es sexista: asume que toda mujer es víctima sólo por el hecho de ser mujer, la asume débil, necesitada de protección y, por tanto, automáticamente sujeto de acción humanitaria, lo que es una postura profundamente machista, estereotipada, investida de humanitaria. Ante ese panorama, los varones civiles de Homs tienen dos opciones: entregarse al régimen y ser potenciales víctimas de torturas y ejecuciones, o tomar las armas y dejar de ser civiles. En ambos casos el derecho humanitario sería un fracaso.
Publicado originalmente en El Espectador