Víctor de Currea-Lugo | 30 de diciembre de 2015
Si el deseo de paz es real, suspender la guerra y aparcar la soberbia es la mejor de las pruebas de voluntad de negociar de verdad
Todo proceso de negociación de un conflicto armado avanza en respuestas y, paradójicamente, a cada paso surgen nuevas preguntas; sobre esa realidad se debe pensar el proceso colombiano y no sobre procesos ideales, lejanos de la realidad humana.
Ahora, se anuncia una posible tregua bilateral con las FARC y, al tiempo, el inminente comienzo del proceso formal con el ELN, mientras se discute cómo articular las dos mesas en un solo proceso. Estos tres elementos alimentan un sueño: ahorrarnos más muertos. Pero, es necesario tener en cuenta que ninguna tregua es ideal y la negociación no implica automáticamente el cese de hostilidades.
No existe una fórmula mágica para negociar un conflicto armado, afortunadamente. Las negociaciones las determinan más las dinámicas políticas y la fuerza de las partes en la mesa, que los manuales de negociación, por más que vengan de universidades prestigiosas. Como nos decía un líder en Medellín: “si nos inventamos una guerra como nos dio la gana ¿cómo no vamos a inventarnos una paz tal como la necesitamos?”.
Por ejemplo, en materia de reconocimiento de víctimas, el proceso colombiano con las FARC hoy es muy superior al de Ruanda y de Sudáfrica, casos hasta ahora emblemáticos a nivel internacional, pero muy criticados dentro de los dos países. Así mismo, la propuesta de participación de la sociedad que hace el ELN va más allá de las experiencias de Guatemala y Filipinas, y podría ser tan innovadora como queramos.
En la percepción social sobre el proceso con las FARC sigue pesando las acciones militares y en la preliminar con el ELN, la desconfianza mutua de las partes. La negociación sufre además el desgaste natural de todo proceso humano y se impone la búsqueda de una mayor legitimidad de los dos procesos ante la opinión pública. El ELN ha sugerido una tregua bilateral y, por su naturaleza, es poco probable que acepten empezar con una tregua unilateral en medio de la negociación.
Una propuesta sencilla y viable (en la medida que se escuche sin arrogancias ni prejuicios) es que a la tregua con las FARC, se sume el ELN. Negociar en medio del conflicto es una opción posible (las FARC lo ha demostrado) pero sujeta al desgaste de tratar de hacer al tiempo la guerra y la paz; por eso, cuando esta fórmula se desgasta, el cese bilateral de hostilidades es la opción. La tregua tiene sentido sí hay un alto grado de voluntad política que la garantice.
Otras voces hablan de una “tregua” con el movimiento social, subrayando que continúan las detenciones arbitrarias, los falsos positivos judiciales, la criminalización de la protesta social, los ataques del paramilitarismo, etc. Como decía un campesino “se habla del cese al fuego, pero a los campesinos nos siguen dando plomo”.
Además, hay que tener en cuenta que la implementación de una tregua FARC-Gobierno se verá, inevitablemente, afectada por la continuidad de la confrontación entre el ELN y las Fuerzas Armadas, complejizando los mecanismos de supervisión. Además, una tregua bilateral articularía la negociación, no desde la mesa hacia los territorios, sino de los territorios hacia la mesa.
Es cierto que una tregua envenenada le haría más daño a un proceso de paz que una negociación en medio del conflicto, sin duda, pero hay muertos que las guerras pueden ahorrarse, combatientes que pueden regresar a casa, familias que quieren envejecer juntas, personas que merecen ser tenidas en cuenta.
No existe un formato de la negociación que obligue a aplazar una tregua hasta la última fase, la tregua se firma cuando se necesita y hoy el país: la necesita. A esta altura del proceso de La Habana y en la antesala de la mesa formal con el ELN, no le sirve a nadie que mueran más soldados, policías y guerrilleros, en nombre de una guerra que todos quieren terminar (pero no de cualquier manera).
Si el deseo de paz es real, entonces suspender la guerra y aparcar la soberbia es la mejor de las pruebas de voluntad de negociar de verdad. Una tregua bilateral obliga tanto al ELN como al gobierno a mostrar, muy rápido y de manera eficaz, si ese proceso va en serio. Esto además, da legitimidad al proceso, construye confianza y alimenta la esperanza entre las víctimas y la sociedad, tres cosas muy necesarias ya en el proceso con el ELN.
La mesa con las FARC ha sido duramente atacada por la extrema derecha, sin reconocer su agenda; es de esperar que hagan lo mismo con la eventual mesa con el ELN. Del otro lado, ni la insurgencia ni el gobierno Santos, han logrado articular un mecanismo eficaz para hablarle y explicarle al país los logros del proceso. Una tregua bilateral con los elenos serviría a esa necesidad de legitimidad, confianza y esperanza. ¿Es mucho pedir?
Publicada originalmente en Las 2 Orillas