Víctor de Currea-Lugo
Las noticias que llegan de Quito no son muy optimistas. Mejor dicho, están como cuando “la tierra está dura, el azadón dañado y el trabajador perezoso”. Y el enredo en que están no es una crisis puntual sino un reflejo de la lógica como se ha planteado la negociación. Miremos tres cosas encadenadas: la propuesta de paz, la agenda y la tregua.
La propuesta de paz sigue siendo un elemento de tensión. Subyace un viejo debate: la paz como desarme o la paz como transformaciones. La Mesa de Quito trata, en lo teórico, de acercar las dos posiciones, pero la tensión está ahí.
Sobre la agenda. El énfasis en el punto 5-F (acciones y dinámicas humanitarias), llevó a que este fuera adelantado por las partes, de común acuerdo, para pasar a ser una especie de nuevo punto 1-B. La idea es que fueran dos temas paralelos: la participación y lo humanitario, pero la verdad es que el gobierno ha vuelto de lo humanitario casi el único tema y la única prioridad. Paradójicamente, el gobierno evade discutir sobre el asesinato de líderes sociales, como si esto no fuera una cuestión humanitaria.
Sobre la tregua. El gobierno y el ELN han entendido que es necesario para el país y para el diálogo contar con una tregua, que incluya no solamente el cese de acciones entre los armados sino también con medidas para proteger a la población civil. El ELN presentó en los medios los llamados: alivios humanitarios. El gobierno, por su parte, incluye temas como el secuestro y la infraestructura petrolera. Ahí está la puja que tiene detrás la sombra del modelo de paz.
Debemos tener presente que no hay que confundir el deseo de construir realidades de paz mediante una tregua temporal prorrogable, con el punto 5-G: la tregua que anteceda al fin del conflicto armado. Igualmente, debemos tener en cuenta que no hay un solo modelo de tregua, ni una lista oficial de lo que debe tener o no; depende de las partes.
Y las partes deben tener en cuenta que no se trata solamente de un acto de terquedad para “medirse el aceite”, ni tampoco porque venga el Papa. Se trata de avanzar en crear realidades de paz que le permitan a la Mesa avanzar y, lo más importante, que desatasque el tema de la participación, el real punto 1-A de la agenda y de la construcción de paz.
No hay una fórmula mágica para hacer la guerra, no sé por qué algunos insisten en que debe haber una única forma de hacer la paz o de diseñar una tregua. Insistir, en tan temprana fase, en la concentración de tropas del ELN es, en el fondo, patear la Mesa. Lo mejor sería, en esta fase, aceptar que son una realidad regional. Negar su control territorial tendría como efectos la imposibilidad, entonces, de exigirle aplicar el Protocolo II de los Convenios de Ginebra, lo que sería un retroceso.
Llamo desde esta columna a que tanto Juan Camilo Restrepo como Pablo Beltrán entiendan la oportunidad que tenemos, de que una visita papal sea algo más que una misa y una foto, para que sea, más bien, un llamado eficaz a la paz, una paz en la que las dos delegaciones creen pero desde propuestas diferentes.