Víctor de Currea-Lugo | 10 de junio de 2016
Es difícil decir dónde el Paro Agrario pone más corazón, pero sin duda Cauca está en la primera línea. A una hora de Cali, está Santander de Quilichao, de allí seguimos hacia Caldono, pasando tierras de las comunidades negras e indígenas. Ellas son el dolor de cabeza de las élites caucanas, tan parecidas en su racismo a las élites nacionales.
Vemos grupos de manifestantes apostados a lado y lado de la vía. Desconfían de nosotros y tienen demasiadas razones para hacerlo; me preocuparía si no lo hicieran. Pero una vez presentados, nos permiten tomar fotos y nos cuentan su cotidianidad.
Cruzamos varios puntos de bloqueo de la vía; no se ven carros, pero vimos equipos de salud en varios puntos de la carretera. En territorio de Caldono llegamos a Satama, un punto de concentración donde, me dicen, puede haber 1.500 personas. Un joven afirma que están allí “en defensa del territorio, que es la defensa de la vida”.
Allí coincidimos con varias delegaciones de comunidades indígenas nacionales y de otros países, que saludaron a la Minga en sus idiomas y luego en español. Estaban con nosotros mapuches de Argentina, guanpis de Perú, guaraníes de Paraguay y emberas de Panamá. De Colombia había sicuanis, emberas y uvas: una suma de pueblos.
Una mujer dirigente habla de un número de acuerdos incumplidos que me sorprende y que luego me ratifican: hay más de 1.300 actas firmadas por el gobierno con la comunidad y que han sido incumplidas. Po eso, un acta más no significa nada. Para el delegado de paz de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, “lo que queremos es sencillo, que el gobierno cumpla lo que dice la Constitución Política de 1991”.
En La vía Panamericana, solo en la zona cercana a Satama, habría unas 3.500 personas, me informan los líderes de la Minga. Uno de los viejos que está allí dice: “el Gobierno nos pide dizque gestos humanitarios y abrir la vía, pero por años nunca han tenido esos gestos con nosotros”.
Las amenazas de un acto de fuerza contra la Minga están en el aire. La primera noches después de las advertencias del Estado, los manifestantes durmieron “con la ropa puesta y la maleta cerquita”, esperando una arremetida de la Fuerza Pública. “El gobierno solo habla de la vía, nosotros hablamos de la vida, que no es lo mismo”. Al día siguiente, en la tarde, alguien bromeaba muy cerca de la cocina: “este gobierno es tan pero tan incumplido que no cumple ni con las amenazas de desalojarnos de la carretera”. El jueves, de manera unilateral, la Minga decidió abrir de manera provisional un carril de la vía Paramericana.
El gobierno sigue rechazando la negociación, dice que no habrá negociación si no se levanta el bloqueo de la vía Panamericana, pero la gente dice que esa es su única arma, sin bloqueo el gobierno no escucha al Cauca ni al resto del país. Mientras tanto, los delegados gubernamentales tratan de dividir al movimiento, generando acuerdos por aparte con el Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC.
Dejando el Cauca recuerdo un grafiti que vi hace ya tiempo en las paredes de Popayán: “vanas gentes éstas, dadas además a la mentira”. Y la frase, inevitablemente, me lleva a pensar en los tantos negociadores del gobierno ante tantas protestas del Cauca: una viceministra del Interior aceptó que firman presionados pero que “ellos, las comunidades, saben que los que firmemos no lo vamos a cumplir”.
En la última charla con los indígenas, uno de los líderes resume su accionar así: “la palabra sin la acción es vacía, la acción sin la palabra es ciega, y la palabra y la acción sin el espíritu de la comunidad es la muerte”. Ahí está la clave del futuro del paro.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas