Víctor de Currea-Lugo | 14 de junio de 2016
En un bar de Orlando fueron asesinadas por lo menos 50 personas por un neoyorquino, descendiente de afganos, que invocó al Estado Islámico, el Daesh. Minutos antes, el asesino advirtió a las autoridades de su intención y procedió, en solitario, a efectuar la masacre. Uno de los motores del múltiple crimen es la homofobia, en un país en el que las libertades civiles siguen siendo un asunto pendiente; esto podría haberse alimentado de la condena a la homosexualidad que hace el islam, una condena no menos radical y letal que la que hacen el cristianismo y el judaísmo.
El asesino usó un fusil AR-15 que, como tantas otras armas, es de fácil acceso, bajo la enmienda constitucional que permite su porte, en una sociedad paranoica y con un Partido Republicano en campaña.
Estos hechos fortalecen la existencia (dicho así, de manera pedagógica) de dos Estados Islámicos. El primero, el que combate en Siria, Irak, Líbano y Libia, con un control territorial real y una estructura militar. El segundo es un Daesh simbólico, pero que tiene consecuencias reales; una organización que se vuelve referente para células durmientes de islamistas, para lobos solitarios y hasta para enfermos mentales.
La información fragmentada sobre el atacante muestra que era maltratador, homófobo, antijudío, racista, misógino y altamente agresivo. Nada de eso se explica necesariamente por su origen afgano ni por su cercanía al islam; aunque esto no disminuya la crueldad del hecho.
El Estado Islámico corrió a reivindicar el acto, aunque todo hace pensar que ni en la preparación, la logística y la realización del ataque cometido por Omar Mateen necesitó de algún apoyo directo desde Oriente Medio. El triunfo del Daesh radica en que su invitación a la violencia contra los infieles, sean o no homosexuales, tiene eco, mediante una publicidad que no presenta razones sino que presenta frustraciones.
En este caso concreto, estamos ante la instrumentalización de un discurso religioso por parte de un homófono armado y desequilibrado, antes que la acción de un musulmán persiguiendo infieles. Para el padre de Omar, se trata de un acto de homofobia y no uno basado en la religión. Por esto, la guerra contra el Estado Islámico no se resuelve bombardeando Siria e Irak, persiguiendo migrantes, cerrando fronteras ni armando a los civiles. Sólo cuando se entienda la multicausalidad del radicalismo islamista podrá avanzarse en esa guerra.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/opinion/el-radical-solitario-columna-637562