Víctor de Currea-Lugo | 21 de agosto de 2011
Los rebeldes ya llegaron a la capital de Libia. Pasados los primeros días del levantamiento contra Muamar Gadafi, éstos empezaron a ser un «ejército». Ya no podía ir cualquiera al frente de lucha, sino sólo quien tuviera armas y capacidad militar. Dejaron de estar encabezados por profesionales, para dar paso a antiguos socios de Gadafi en rebeldía que se erigían como líderes militares de la revuelta. Los rebeldes a veces daban un paso adelante y dos atrás. Algunas zonas que caían en sus manos, luego eran tomadas de nuevo por los hombres de Gadafi.
Pero la balanza se movió de una manera relevante con la acción militar de las Naciones Unidas. La presencia de armas europeas en manos rebeldes, los bombardeos de las Naciones Unidas, la deserción de hombres muy cercanos a Gadafi, una mejor formación del improvisado ejército, la inteligencia de la CIA al servicio de Bengasi (capital temporal de la oposición a Gadafi) y las presiones diplomáticas hicieron posible el avance.
A esto hay que sumar el progresivo reconocimiento político que fue ganando el gobierno rebelde, incluyendo la Unión Europea en pleno, con lo cual el papel de Gadafi, como jefe de un gobierno legítimo y representante del pueblo libio, se resquebraja. Gadafi ya ha quemado las naves: atacó a civiles, rechazó las ofertas de paz, persiguió opositores y ordenó crímenes de guerra. Sus antiguos socios europeos le dieron la espalda y difícilmente conseguirá irse a Arabia Saudita, refugio de dictadores (desde Idi Amín hasta Ben-Alí).
Lo más importante es ver quién lo reemplazará, si la vieja guardia que se “volvió” rebelde en un puro gesto de oportunismo político o los “originales” miembros del embrión de gobierno rebelde de Bengasi, los que inicialmente no supieron ser ejército, pero sin duda sí sabrían ser gobierno, por lo menos mejor que el que está a punto de dejar el dictador.