Víctor de Currea-Lugo | 22 de noviembre de 2011
En Siria hay tantas agendas como actores. Decir que las presiones contra el régimen sirio son sólo de los Estados Unidos o del ex-colonizador francés es algo difícil de creer. Turquía ha arremetido desde junio contra Al-Asad, cuando el ejército atacó Jisr al Shughur; Arabia Saudita y Túnez retiraron a sus embajadores de Damasco como parte de las recomendaciones de la Liga Árabe, al tiempo que varias sedes diplomáticas de países árabes que han pedido moderación a Al-Asad han sido atacadas, como la de Marruecos; la esperanza de Al-Asad es Irán, pero hasta éste, su aliado, rechazó los asesinatos y pidió a Siria que abra las puertas al diálogo.
Sin embargo no todos los que presionan a Siria tienen la misma agenda: Arabia Saudita buscaría posicionar suníes en el gobierno (enfrentando la élite alawí contra la mayoría suní); Turquía perseguiría consolidar su liderazgo regional, y los Estados Unidos trataría de aislar a Irán y atacar los vínculos entre Irán y Hizbollah. A pesar de estas diferencias, Siria mete a todos los que le critican en el mismo saco. El argumento de que Siria es parte del “eje de resistencia” frente a los Estados Unidos e Israel no puede ya justificar la represión interna, en parte porque los rebeldes no son menos anti-sionistas que el gobierno.
La Unión Europea ya estableció medidas contra Siria incluyendo un embargo a su poco petróleo, pero ni Rusia ni China comparten dichas decisiones que no resultan lesivas para Siria, ya acostumbrada a medidas que han sido aplicadas por años en su contra. Por otro lado, a diferencia de Libia, una eventual zona de exclusión aérea no sería tan significativa pues la represión de la población no se hace desde aeronaves sino a través del ejército de tierra.
Recientemente, la Liga Árabe le pidió al presidente Al-Asad que accediera a una Hoja de Ruta que consta de cuatro puntos: la retirada del ejército de ciudades, liberación de los detenidos, ingreso de medios de comunicación y diálogo entre la oposición siria y el régimen. Siria aceptó, pero luego incumplió la propuesta, alegando que “grupos terroristas” le impedían cumplir con sus compromisos.
Por esto el 16 de noviembre Siria fue suspendida de la Liga Árabe al tiempo que el conteo de muertos llegaba a 3.500. Tratando de ganar un respiro, Walid al-Moualem, el Ministro de Relaciones Exteriores sirio, envió una contrapropuesta basada en el plan de la Liga Árabe, reduciendo el movimiento de los 500 observadores internacionales propuestos y alegando salvaguardas a la soberanía, pero estas enmiendas fueron rechazadas. Siria se está quedando sola.
Al-Asad sigue enviando mensajes contradictorios: en junio hablaba de empezar reformas y al tiempo decía que no las habría bajo presión; en agosto legalizó por decreto los partidos políticos y promulgó una ley para dar paso a elecciones pluralistas, al tiempo que seguía con las operaciones militares; a la Liga Árabe le prometió en octubre el cese de la violencia en los días previos a un aumento del número de muertos; aceptó conformar un espacio de diálogo nacional y luego dijo que no gastaría tiempo con la oposición. Una vez vencido el segundo plazo dado por la Liga Árabe, afirmó que no se doblegará ante la presión internacional y prometió continuar con su ofensiva.
La medidas de Al-Asad han sido fragmentadas y tardías. Acciones como la liberación de algunos prisioneros, concesión de ciudadanía a kurdos, cambios en el gabinete ministerial y el levantamiento de la ley de emergencia, etc., tienen poco impacto mientras los tanques de guerra sigan atacando civiles.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/el-rompecabezas-de-siria