Víctor de Currea-Lugo | 1 de octubre de 2022
Muchas personas pensarán, si solo leen el título, que estoy en contra de la Paz Total, lo que no es cierto. Un título busca provocar, sugerir, desafiar o enaltecer y no necesariamente es el resumen de un artículo. La Paz Total, como propuesta en construcción, es una audacia política a la que le falta consolidar cosas, pero que no se reduce simplemente al titular.
La primera trampa, muy colombiana por demás, es caer en la discusión semántica sobre si la noción “Paz Total” corresponde filosóficamente a aquello que buscamos. Y alargamos esa discusión a si es “acogimiento o sometimiento”. Así que, una vez más, nos encontramos con la torpeza de querer destruir un mundo para salvar un verso.
La paz que se busca no está en el cielo de las ideas sino en la cotidianidad de las masacres y de los combates. Tiene que ver con el relativo fracaso de las paces pequeñas. No porque tales paces sean reprobables o censurables, sino porque fueron incompletas.
La Paz Total que entiendo es un punto de partida y no un punto de llegada. Guardando proporciones, es igual que en el caso de la agenda con el ELN: el problema está en esperar un informe final de ejecución y no una propuesta para la acción.
Tal vez en cuatro años escriba un libro sobre la Paz Total, pero no ahora. Mejor dicho, me parecería sospechoso que quienes hablan de Paz Total ya tuvieran todas las respuestas; entonces, no faltarían los opositores a decir que no quieren escuchar a la sociedad en la construcción de dicho concepto.
Nadie sabía exactamente lo que iba a ser la paz del expresidente Santos cuando el anuncio el 7 de agosto de 2010, así que me parece irresponsable condenar una propuesta que apenas está empezando a andar.
Las partes
La idea es más simple de lo que sus contradictores plantean: buscar una fórmula que permita sacar la violencia de la política con todos los actores armados que se pueda. Esto es posible con un modelo de diferentes velocidades, diferentes marcos jurídicos y diferentes mesas.
Nadie con dos dedos de frente puede meter en un mismo saco todos los actores armados ni negar sus diferencias. Esa Paz Total que nos plantean no es un capricho sino una necesidad. No es un camino más sino, tal vez, la única opción que tenemos para dar el paso hacia delante.
El paramilitarismo es real, tiene capacidad militar, tiene control territorial y tiene cierto apoyo popular. Esta afirmación puede rechazarse, pero ese rechazo no garantiza que los paramilitares se diluyan; siguen estando ahí. No se trata de entrar en otro debate semántico sobre “reconocimiento político” o “beligerancia”, se trata de la realidad. Si el Estado no puede (o no quiere) someterlos ¿Qué hacemos?
Con el ELN se reabre el proceso. Negar su condición político-militar y su historia es también mentir. No se debe equiparar a todos los grupos en su naturaleza, pero sí entender que se necesita la suma de todos los grupos para garantizar la Paz Total. Además de todo lo que se sabe de ese proceso, hoy se suman dos elementos: tratar de caracterizar al ELN como un “grupo multicrimen” y no reconocer el delito político.
Y las disidencias están ahí: no por amor a la botánica, ni fruto de un “pataleo de adolescentes”. Parte de su existencia se explica por el narcotráfico, pero también por los vacíos de cumplimiento del Gobierno y por entrampamientos.
Hay quienes dicen que las disidencias “ya tuvieron su oportunidad”; pero, como abogado del diablo, podría decir que “el Estado también tuvo la oportunidad de implementar”. No se trata de darle una nueva oportunidad a las disidencias, sino de darle la oportunidad al país.
La idea de Petro, desde su primer discurso como presidente electo, es la paz: con justicia social, con paz ambiental; es decir, paz total. Por eso, se atrevió a los llamados Diálogos Regionales Vinculantes para formular el Plan Nacional de Desarrollo. La paz total es la sumatoria de toda la propuesta política de Petro y el proceso con los armados es, en rigor, solo una parte de esa Paz Total. Por eso votó la gente.
Sin duda, un tema cada vez más y más mencionado en la paz con los actores armados es el del narcotráfico. Eso nos lleva a otros debates mayores: el peso del tema en la agenda internacional, la implementación del acuerdo sobre cultivos ilícitos, el reto de la sustitución de cultivos (aunque más preciso sería la sustitución de economías), etc.
La herencia de La Habana
Ya sabemos que se negoció con las FARC, que ese proceso dejó aciertos y desaciertos, pero no es ni el comienzo ni el fin de la búsqueda de la paz en Colombia. Y esa negociación debe ser un marco de referencia, pero no un dogma.
Fruto de la negociación con el M-19 se hizo una Constitución Política; sería bastante limitado decir que como ya había una Constitución, entonces la negociación de la década pasada con las FARC debía ser solo en términos de sometimiento o que era la negación de la Constitución. Dicho de otra manera, negociar hoy en día con las disidencias no significa de ninguna manera negar lo que se hizo con las FARC sino entenderlo como un escalón más.
Hay un cierto halo de superioridad moral en la cual se construyen unas disidencias más cercanas a un pataleo de adolescencia, por miedo a reconocer que efectivamente hubo un entrampamiento vulgar como el que le hicieron a Jesús Santrich. La disidencias no son un asunto aislado fuera de contexto, sino que hay unas explicaciones (válidas o no) que empujaron a la gente a volver al monte.
¿Acaso al gobierno de Santos no le cabe absolutamente ninguna responsabilidad en el escenario actual por no haber querido incorporar al ELN a la mesa con las FARC? ¿Por qué de todos los puntos de La Habana los únicos temas que tuvieron fecha propia fueron la concentración de tropas y la entrega de armas? ¿Por qué la narrativa de la paz nos redujo el proceso en el análisis de las dolorosas consecuencias (léase crímenes de guerra), pero se sigue dejando de lado el debate de las causas?
La Paz Total es, para mí, también resucitar los temas puestos por el proceso de La Habana en los llamados “Congeladores”. Su no inclusión en la paz pasada es precisamente parte de la explicación de que sigamos enredados en un conflicto armado. La Paz Total sería un complemento a la paz de La Habana, no su negación.
El Acuerdo de La Habana es una parte del largo camino por la paz en Colombia, no el alfa y el omega. La Paz Total es la implementación de lo firmado, no su idealización. Repetir el mismo camino no nos llevará a un resultado diferente. Hacer la paz solo con el retrovisor no es una buena idea.
Claro, la herencia de ese proceso no se puede desconocer, los ejercicios de la Comisión de la Verdad y de la Justicia Especial para Paz (JEP), son grandes desafíos, pero no deben ser palos en la rueda.
Sobre la Paz Total
Contra la Paz Total se alegan dos limitaciones: unas jurídicas y otras éticas. Los jurídico deviene de una tradición que, en el fondo, se parece a la lógica de “paz con legalidad” de Duque. La paz no es un asunto académico (me decía un comandante del ELN en una entrevista), a lo que yo agrego que tampoco es un asunto jurídico sino un asunto político. Vale añadir que (casi) todo es negociable (y no lo digo en términos financieros). Donald Trump negoció con los talibán y aquí nos aterra negociar.
Sobre la segunda limitación, asociada a los debates éticos, creo que es más ético ceder y salvar unas vidas que continuar en una guerra sin posibilidades de triunfo a corto plazo. Eso es lo que se llama “empate negativo”. Claro que sé que hay contraargumentos, pero el de salvar vidas no puede verse como un argumento menor.
El Gobierno empieza en un clima de declaraciones de ceses al fuego desde varias trincheras. Un cese al fuego no es una concesión al enemigo, ni una muestra de debilidad, contrario a los que solo ven la paz como un producto de una relación entre guerreros, sino un acto de audacia política.
Y más audaz aún es entender (de una vez por todas) que la garantía del Estado social de derecho no es un favor a la guerrilla, no, es el cumplimiento del deber ser. Necesitamos un Estado que cumpla, luego de décadas de tradición de voceros estatales, la palabra empeñada.
Es curioso el entrampamiento (para usar una palabra de moda) de los estudiosos de la paz que no quieren mirar la posibilidad de un proceso de paz con diferentes actores, como se hizo en el oriente de Indonesia, en los acuerdos tras la Guerra Civil de Líbano y los intentos de negociación en Filipinas. Mirarse tanto el ombligo lleva a convencerse de que nuestra paz es única y nuestra guerra es incomparable. Yo creo que somos muy pasajeros y nos repetimos mucho más de lo que aceptamos.
¿Hay errores e imprecisiones en la Paz Total? Sí, como en todo proceso, pero hay una voluntad política que no se puede dejar de subrayar: la más grande en la historia de Colombia. Lo peor que pueden hacer las personas que dirigen la política de paz de Petro es querer quedar bien con todo el mundo.
A mí, como ciudadano de a pie, que no hace parte del Gobierno ni ha hecho parte de los equipos negociadores, la verdad me da igual que lo llamen Paz Piñata o Paz Multicolor, si eso nos saca del problema y nos permite ahorrarnos unos muertos.
Así que no nos dejemos engañar por un título como el de este artículo, sino que tratemos de ir al contenido y si quieren llamen a la Paz Total un embeleco, pero yo sigo creyendo que es de los mejores embelecos que hay sobre la mesa para salir del atolladero en que estamos.