Víctor de Currea-Lugo | 26 de mayo de 2016
Mis contradicciones con Salud Hernández-Mora son públicas, como lo son sus posiciones de derecha y hasta el prólogo que hizo al libro de Carlos Castaño. Pero, más allá de sus lógicas políticas de justificar unas violencias y condenar otras, espero su pronto regreso. Sus posturas más que de periodista, son de propagandista; lo que no necesariamente es malo: yo paso buena parte de mi tiempo haciendo propaganda a favor de la paz.
Salud fue voluntariamente a la región e incluso hasta Filogringo (sitio de paso de todos los actores armados de la zona y hacia todas las direcciones). Eso implica un riesgo que conozco personalmente porque lo he vivido, entrevistando al ELN en Colombia y a grupos armados en Oriente Medio. Si me viera envuelto en una situación similar en una zona de paramilitares, es posible que algunos dirían “para qué se metió por allá” resucitando el debate sobre las condiciones en que fue detenida Ingrid Betancur.
Pero nada de esto resta responsabilidad a los que estén con ella y, más aún, si han forzado su permanencia. Si fuera un secuestro, que no lo creo ni lo espero, el grupo que la tenga debe pronunciarse prontamente y sin olvidar que cualquier cosa que le suceda es su entera responsabilidad.
El problema no es solo un eventual secuestro, obviamente condenable, sino la instrumentalización que se ha hecho de esa posibilidad por parte de muchos. Su dignidad no puede depender de que sea española (yo también lo soy), que sea conocida ni de que sea de derecha. Ahí radica un debate real: si el país que se conmueve por una posible injusticia contra ella, también lo haría contra periodistas anónimos, colombianos y de prensa de izquierda. Si no, no estamos ante un reclamo de justicia sino frente a un puro oportunismo político.
Sus amigos (y muchos otros uribistas) salen a pedir un rescate militar de un secuestro que no está comprobado. Martha Lucía Ramírez, por ejemplo, pide más guerra en el Catatumbo, lo que significa aumentar los riesgos de un desenlace no deseado. El despliegue militar no es garantía de nada más que el aumento de las tensiones en la región, que no son pocas, días antes de la realización de un paro campesino.
Esto aumenta la satanización del Catatumbo, región que conozco y que también he cubierto para este diario. El Catatumbo renace de su olvido, no por la presencia de paramilitares, ni por ladejadez del Estado, ni por las tentaciones de las trasnacionales, sino por un caso lamentable pero no menos grave que el acumulado de injusticias de la región: como desplazamientos, masacres y abandono.
El oportunismo del momento, que va desde el afán por romper el proceso con el ELN hasta remilitarizar Catatumbo, no puede llevarnos a evitar el debate de cómo se informa en Colombia: haciendo más propaganda que periodismo. El periódico El Mundo, de España, afirmó el secuestro por parte del ELN citando al ejército, cuando ninguna fuente oficial lo había hecho (curiosamente, la nota se acompaña de una foto de Salud rodeada de paramilitares). Y así lo habían hecho otras fuentes colombianas: hablar de secuestro al primer momento, desconociendo que ella misma hizo saber que estaría incomunicada.
Comparto en la defensa innegociable de la libertad de prensa, pero no solo la de ella, sino la de todos; defiendo la libre movilización de las personas, pero sin reparar en condiciones privilegiadas. Salud, ojalá cuando puedas leer esta columna, veas que tus amigos no son tales; que tus contradictores no somos enemigos y que la defensa de la libertad de prensa, innegociable, no debe tampoco depender del color del pasaporte.