Víctor de Currea-Lugo | 21 de mayo de 2025
No hay novedad en los muertos de Gaza, ni en los bombardeos indiscriminados, ni en el avance del sionismo; sino que ahora, repentinamente, parece que Reino Unido, Francia, Canadá y otros países de Europa, incluyendo la pseudopacifista Suecia, han decidido presionar a Israel para que pare el genocidio.
La pregunta es, ¿de verdad ustedes no sabían que esto está pasando así desde el 7 de octubre de 2023 e incluso desde mucho antes?
¿De verdad hasta ahora se enteraron de que Israel ha ido apropiándose de manera ilegal del territorio palestino, por lo menos desde 1948?
No me digan que tan solo ahora los suecos se enteraron de que la demolición de casas es parte del sistema jurídico israelí para castigar a los sospechosos, sin respetar el debido proceso ni la presunción de inocencia.
Me resulta extraño que pensar que el Reino Unido, el mismo que dividió el territorio palestino, hasta ahora se enteró de las violaciones de derechos humanos y las masacres de civiles por parte de Israel.
Es curioso pensar que Francia, la que persigue las manifestaciones propalestinas, recién se dio cuenta de que el problema central es que las políticas de Israel estructuralmente están orientadas hacia el exterminio del pueblo palestino.
Vale agregar que Francia ahora dice que va a reconocer a Palestina como Estado, mientras permitió que Benjamín Netanyahu usara su espacio aéreo, a pesar de la orden de captura en su contra emitida por la Corte Penal Internacional, de la que Francia hace parte.
No, no se trata de que se le fue la mano un poquito al sionismo, no se trata de que Netanyahu es radical; se trata de que esencialmente la propuesta política (que no tiene nada que ver con la religión) llamada sionismo busca crear un hogar judío en el territorio palestino y eso implica por lo menos dos cosas: la apropiación del territorio y la expulsión de los millones de palestinos que allí viven.
Por tanto, el problema no tiene que ver con la intensidad solamente, sino con una política deliberada que Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido, entre otros países, han apoyado por décadas.
Que ahora pareciera que se les sale de las manos, que la prensa está haciendo más bulla de lo normal y que las sociedades están saliendo a las calles para denunciarlo, no hace de ninguna manera menos irresponsable la actitud oportunista por parte de Europa.
De hecho, el antiguo responsable de las relaciones internacionales de la Unión Europea, Joseph Borrell, muy informado de que Israel tiene una política de exterminio, pareciera que apenas se diera cuenta de que Israel está cometiendo crímenes de guerra.
Los servicios diplomáticos de estos países con sede en Tel Aviv, los servicios de inteligencia y los centros de estudio europeos han documentado hasta la saciedad el ataque a hospitales, el asesinato de civiles, la detención de menores, las restricciones al acceso a la movilización en el territorio palestino, la construcción de asentamientos, la violencia de los colonos, el uso de armas prohibidas y una larga lista de hechos.
Todo esto lo han denunciado por años no solamente de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, sino las principales organizaciones de derechos humanos de Israel. Por tanto, venir ahora a darse golpes de pecho no es más que un oportunismo.
Europa y el mundo lo saben
Nada de la actitud criminal israelí ha cambiado desde 1948: desde el robo de tierras, la apropiación de Jerusalén, la construcción de sus ilegales asentamientos y el rechazo a que los palestinos refugiados regresen a casa.
Un ejemplo de ese doble estándar y de dar migajas a los palestinos es la actitud española de querer boicotear Eurovisión, pero de haberse resistido por meses a las presiones para que deje de venderle armas a Israel y de facilitar el cruce de armas hacia el sionismo.
Lo mismo pasa con países como Reino Unido donde han venido persiguiendo de manera indiscriminada cualquier símbolo palestino o cualquier manifestación contra el genocidio y ahora entonces, repentinamente, parecen caer en cuenta de que la humanidad es lo que está en juego.
Ni qué decir de Alemania, que suministra más del 30% de las armas que importa Israel y cuyo mercado se ha disparado precisamente desde octubre de 2023. Alemania ahora exige a quien aplique a su nacionalidad el reconocimiento explícito de Israel.
La Corte Internacional de Justicia ha hecho varias declaraciones jurídicas que no han afectado para nada la realidad. Las cientos de resoluciones de las Naciones Unidas tampoco han alterado la ecuación en Gaza. ¿Cómo lo hará Europa?
Permítanme no creer ni un ápice en la sinceridad de la actitud europea más allá de su oportunismo. No sé qué medidas piensa tomar, pero un genocidio no se resuelve ni con decretos ni con performance. Ojalá me desmientan y me tenga que tragar mis palabras.
Reducir la crisis a la falta de harina es miope, no se trata de que maten a los palestinos con el estómago lleno, sino de que no los maten. Es más, la agenda real se llama ‘ocupación’. Sin solucionar esta condición, las demás medidas solo aplazarán una nueva crisis, tal como lo ha demostrado la historia reciente.
El pasado 21 de mayo, el ejército israelí abrió fuego contra una delegación diplomática de más de 25 personas, muchas de ellas europeas, que visitaban la ciudad palestina de Jenín. Israel hace eso porque sabe que no pagará ningún costo. Y Europa lo sabe.
Desde la resolución 181 de la ONU en 1947, Europa ha sido protagonista del trazado de una geografía impuesta que desató décadas de conflicto y parece que Europa no quiere recordar su responsabilidad.
En este contexto, Europa no es un actor neutral ni humanitario: es parte del problema. Por eso, sus gestos tardíos y simbólicos no son esperanza, sino cinismo decorado. Y los medios de comunicación europeos no han sido menos cómplices: durante meses, minimizaron los crímenes israelíes, cubriéndolos con eufemismos como la “legítima defensa” israelí.
Lo cierto es que la historia ha demostrado que, en casos como en el genocidio del holocausto nazi, como en Camboya y como en Ruanda, el uso de la fuerza funciona y no otra cosa. También funcionan las presiones económicas reales, culturales, políticas y académicas, como el caso de Sudáfrica. Lo demás, incluyendo este artículo, son papelitos.