Víctor de Currea-Lugo | 15 de marzo de 2024
Cuando era trabajador humanitario, se usaba una expresión entre descriptiva y despectiva: repartir ayuda «a lo africano». Era ese botar comida desde el aire, lo que es reprochable, no tanto por el método en sí, sino por “el tonito”. En Gaza, lo que cae del cielo no es maná, sino bombas.
La solidaridad, decíamos, se da entre iguales; pero ese arrojar de comida olía a falsa caridad y a superioridad moral. En esos años nos bastaba que una persona fuera persona para defender sus derechos, sin guetos ni ismos.
Pero esa forma de distribución servía a los indicadores de gestión, bajo el modelo neoliberal que inundó la cooperación internacional, espacio en que la factura y el informe le quitaron el protagonismo a los civiles.
Ahora en Gaza se repite eso cuestionado por años: la distribución de ayuda a los palestinos arrojándola desde el cielo, porque contribuye a la idea de que no son humanos. Repito, es un método que podría ser extremo, pero justificable en otros contextos, aquí no.
Los países árabes y potencias mundiales dan ayuda desde el aire a los palestinos. Y esos mismos países colaboran de una u otra manera con Israel, ya sea porque le dan armas, porque le venden comida o porque la omisión es su zona de confort. Para ellos es mejor seguir botando comida como el que alimenta marranos, mientras hacen negocios con los responsables de un genocidio.
Esos países podrían financiar mejor a UNRWA, que ya suma 165 muertos desde octubre por los ataques de Israel; podrían presionar a Israel que no ha respetado el derecho internacional desde antes de su creación; o podrían apoyar un corredor humanitario en la frontera entre Gaza y Egipto.
Pero no se la juegan por los palestinos, sino solo en apariencias. También podrían, lo que sería ideal, tomar medidas, si de neoliberalismo se trata, más efectivas. ¿Qué tal, por ejemplo, no apoyar militar ni económicamente un genocidio?
Mirar al cielo de Gaza y esperar algo más que bombas
Hacer que los palestinos busquen en el cielo la ayuda que no le dan en la tierra y que se disputen unas latas de comida, no es solidario, es miserable porque hay otros métodos más «humanos» y efectivos para ayudarlos.
Esos países juegan a competir sin necesidad con los dioses (los que sean) al colocarse por encima y dejar claro quiénes están debajo: los palestinos. Hacer que los palestinos se esperancen, así sea por un segundo, de que lo que viene del cielo, porque no es una bomba sino una caja de comida, es infame.
Israel lo permite con sorna, sabe lo que significa: agregar a la humillación de la matanza y del hambre, la humillación de la ayuda. Y luego esos países dicen «¡Qué buenos hemos sido!», por enviar dos cajas de tres pesos desde un avión por demás parecido a los que arrojan miles de bombas de cientos de miles de dólares.
El titular de los últimos días se repite: los gazatíes que buscan ayuda humanitaria y, una vez están reunidos a la espera de comida para no morir de hambre, son asesinados en masa por Israel. Es como si lo humanitario fuera el anzuelo para seguir la matanza, ya sea en la ciudad de Gaza o en el sur, en Rafah.
Siempre he defendido la ayuda humanitaria, la de verdad, la que piensa en las personas antes que en las agendas externas. Por lo mismo, me resulta imposible hablar de “bombardeos humanitarios”. Y por eso, rechazo las falacias a nombre de la ayuda.
Pensando en esas farsas, se me ocurre una figura bíblica: Pilatos lavándose las manos en sangre y diciendo que es agua. Y se me ocurre otra que es dolorosa: los humanitarios repartiendo mantas y un plato caliente a los que están en la fila para entrar a una cámara de gas.