Víctor de Currea-Lugo | 11 de julio de 2023, desde Bosnia-Herzegovina
Srebrenica es un símbolo de una población literalmente sometida a limpieza étnica. La ciudad quedó envuelta en la guerra de Bosnia desde 1992.
En 1993, fue declarada por la ONU “zona segura”, lo que favoreció la tendencia de los musulmanes de buscar refugio allí, bajo la convicción de que la llamada comunidad internacional no los abandonaría. Había tropas de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas, UNPROFOR.
Pero no hubo un despliegue militar internacional para hacer efectiva la promesa de protección para los civiles. Más de 20.000 personas llegaron a la sede de los “cascos azules” holandeses en Potocari (6 kilómetros al noroeste de la ciudad) esperando protección. Lo que se observó fue que cada vez era más difícil el acceso a la ayuda humanitaria por parte de una población sitiada que sumaba más de 60.000 personas.
La ONU se redujo a la gestión de una agenda humanitaria que tampoco fluía e insistió en una desmilitarización que cumplieron los bosnios, pero no los serbios. Así se llegó a julio de 1995. La OTAN no respondió de manera efectiva al llamado de intervenir ante la ofensiva serbia que fue tomando la ciudad y con ella, las bases de las fuerzas de UNPROFOR.
Los países con tropas en Bosnia priorizaron sus soldados sobre el mandato de proteger a los civiles. El esperado ataque aéreo de la OTAN contra el avance serbio contra Srebrenica no sucedió. El mandato del Consejo de Seguridad se enredó en trámites burocráticos y se disolvió en debates semánticos. Al final, las tropas de la ONU se fueron rindiendo ante el avance serbio, mientras la diplomacia internacional se quedó en papeles y golpes de pecho.
A los civiles les prometieron un traslado en buses, del que se excluyó a los hombres. Más de 40.000 mujeres, ancianos y niños musulmanes bosnios fueron deportados. Luego vino el horror durante más de una semana: pilas de muertos, masacres, violaciones, incendio de viviendas. Los hombres fueron capturados antes de subir a los buses o bajados de ellos. Más de 8.000 fueron asesinados.
Los que lograron huir, lo hicieron en pésimas condiciones y muchos pensaron en mejor entregarse. Algunos soldados serbios, con uniformes de la ONU, contribuyeron a la rendición de los que huían que, además, en su camino fueron atacados y masacrados. Así, en julio de 1995, bajo el argumento de que por fin los serbios derrotaban a los otomanos (en referencias a guerras sucedidas 624 años antes) se produjo un genocidio.
Detrás de todo esto estuvo una limpieza étnica bajo la narrativa de la “Gran Serbia” dirigida por Radovan Karadžić y Ratko Mladić (llamado “el carnicero de Srebrenica”), ambos juzgados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.
Los pocos sobrevivientes escaparon por el bosque de las tropas serbias, y llegaron a ciudades como Tuzla, ubicada a 100 kilómetros de Srebrenica. La ONU había fallado como cuando prometió ayudar a los refugiados palestinos en el Líbano, en 1982, o cuando se esperaba que interviniera frente al genocidio de Ruanda de 1994. La ONU en Srebrenica se portó como la ONU.
En los bosques cercanos quedaron muchos cadáveres sin identificar. El famoso “nunca más” levantado como línea roja a raíz de los campos nazis de la Segunda Guerra Mundial otra vez fue incumplido. La base de las fuerzas de la ONU, en Potocari, se convirtió en el cementerio de miles de víctimas que crece cada 11 de julio, cuando se abren nuevas tumbas para los que hayan sido identificados en el último año. Después de 28 años, el horror se mantiene.
El hecho de que ya las Naciones Unidas habían reconocido el Gobierno del recientemente declarado Estado de Bosnia-Herzegovina, no impidió para nada el asedio a la ciudad por años. Es decir, la disociación entre los papeles y la realidad de nuevo se expresó en toda su magnitud.
Los Acuerdos de Dayton, después de 200.000 muertos, marcaron el fin de esa segunda guerra y legalizaron las dos entidades políticas en que quedó dividida Bosnia y un distrito especial de administración conjunta. Es decir, el Acuerdo ratifica el fracaso de cualquier reconciliación.
De hecho, la presidencia colegiada de tres miembros quedó integrada por un bosnio, un croata y un serbio. La etnia le ganó a la noción de ciudadanía o, en palabras de Taibo: “Dayton determinó la configuración de instituciones de clara vocación monoétnica”.