Hace 11 años, seis semanas después de la ocupación de Estados Unidos a Irak, el presidente George W. Bush declaró desde un portaaviones que la guerra había terminado. Según él, había caído un patrocinador de Al Qaeda que además tenía armas de destrucción masiva. Estas excusas trataban de ocultar la razón real de la guerra: el petróleo iraquí.
El desmantelamiento del ejército iraquí hizo más difícil el control del país por parte de los ocupantes. La guerra siguió por años entre las tropas de ocupación y decenas de grupos de resistencia de muy variados perfiles: suníes, chiitas, comunistas, kurdos, laicos, etc.
Los civiles no contaron. El uso de armas químicas (napalm, fósforo blanco, uranio empobrecido) aumentó el odio contra Estados Unidos y sus aliados, tanto locales como extranjeros. Un estudio de la Universidad Johns Hopkins habla de más de 600.000 muertos en los primeros años de la guerra.
La estrategia de Estados Unidos fue imponer un gobierno bajo la tutela del llamado “virrey” Paul Bremer y reprimir civiles como en la cárcel de Abu Ghraib, recordada por las torturas sistemáticas fotografiadas por los propios militares. Ni la administración ni la represión funcionaron. Incluso, las milicias chiitas de Moqtada al Sadr forzaron a Estados Unidos a optar por negociaciones.
Ante el fracaso de la imposición de la democracia por las armas, el gobierno de Obama optó por salir por la puerta trasera, cediendo la seguridad a un nuevo ejército iraquí mal armado y peor entrenado. Estados Unidos no construyó ni democracia ni servicios, sino odio y rencor, de la mano de unas élites locales que ni siquiera por imagen propia lograron conquistar a su pueblo.
El gobierno local, en el poder desde 2006, no ha hecho mucho por incluir a los suníes, lo que ha generado su resentimiento y ha servido de asidero para grupos rebeldes tanto en el occidente como en el norte del país. El ISIS ya pelea a 60 kilómetros de la capital, luego de sólo 12 días de ofensiva, y la tarea para detenerlo no se hará sólo con helicópteros y drones, que parece ser el plan de Obama.
Recapitulemos. Allí fracasó todo: la teoría de la mal llamada “guerra preventiva”, la noción de la guerra contra el terror, las mentiras de las armas químicas, el intento de un protectorado de facto, el gobierno títere que olvidó a los suníes, un falso posconflicto, la imposición de la democracia a tiros, la reconstrucción del ejército iraquí, la política social y la justicia para con las víctimas. Con todos esos fracasos, ¿qué haría pensar que el modelo iraquí pudiera triunfar hoy ante una arremetida de radicales atrincherados en tanto descontento y antiamericanismo?
Ahora Obama no descarta ninguna acción para recuperar el control de Irak. Ya ha anunciado el envío de armas, como hizo inútilmente en Somalia por años. La salida podría estar en el lado iraní: le queda como baza el temor que despiertan las milicias radicales de ISIS en Turquía e Irán. Esto uniría (por lo menos en agendas) a Irán y Estados Unidos, pero no resolvería el problema de Obama: tener una política de retazos para la zona más convulsionada del mundo.
Irán ya ofreció apoyar a Irak. Eso le permitiría a Estados Unidos no meterse de lleno en otra guerra, e Irán consolidaría su posición regional, a lo que se suma su influencia en Líbano. Ceder tal protagonismo a Irán molestará en menor medida a Turquía y mucho a Israel y Arabia Saudita.
La solución a largo plazo podría estar en modelos incluyentes para la región. Eso implica volver a preguntarse por los kurdos (lo que no gustaría a Turquía), por quién financia grupos en la región (lo que no gustaría a Arabia Saudita), por el conflicto de Siria (lo que no gustaría a Irán), por la tensión suní-chiita y, en últimas, por la forma en que se reformuló Oriente Medio después de la Primera Guerra Mundial (lo que no gustaría a Israel).
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/irak-una-cadena-de-errores-articulo-498987