Víctor de Currea-Lugo | 31 de octubre de 2023
Este martes 31 de octubre, seis bombas fabricadas en los Estados Unidos de América y cada una de una tonelada, cayeron sobre un campamento de refugiados en Gaza, me imagino que arrojadas por un piloto que acababa de repetir algunas frases de la Torá.
Jabalia es el más grande campamento de refugiados dentro de Palestina, uno de los territorios más poblados de la ya hacinada Gaza. En menos de 1,5 kilómetros cuadrados hay más de 120.000 palestinos. Ese fue el sitio elegido por Israel para dejar caer media docena de bombas de tal tamaño que dejaron un hueco inmenso, una fosa común.
Ese campamento alberga refugiados desde 1948, cuando Israel expulsó a por lo menos 700.000 personas de la Palestina Histórica. Allí nació, en 1987, la primera intifada luego de otro de los incontables ataques contra los palestinos. La lista de muertos en Jabalia es inmensa.
Allí, el 28 de febrero de 2008, cuatro niños que desayunaban fueron asesinados por Israel. En ese momento, dijeron que era un misil de Hamas y después aceptaron su responsabilidad. Allí mismo, en 2014, Israel bombardeó una escuela de UNRWA, una de las agencias de las Naciones Unidas; una agencia de la que ya, en este año, han sido asesinados 67 trabajadores por Israel.
El 9 de octubre pasado, en un solo ataque Israel ya había dejado más de 50 palestinos asesinados. Ahora repiten la masacre. Y esta masacre no puede entenderse sin ponerla en el marco de 75 años de ocupación a la que ahora, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se suma una inminente catástrofe de salud pública.
¿Ya salieron los “periodistas” y los “académicos” a sugerir que fue un avión de Hamas? Qué perversión informar cada masacre y poner al lado la palabra “Hamas” sesgando siempre las noticias a favor de los victimarios.
Urge todo, desde la ayuda humanitaria hasta las presiones políticas. Urge el boicot (como se hizo contra el régimen de Apartheid en Sudáfrica) contra las empresas israelíes que financian el genocidio. Vale desde la donación de medicamentos hasta el grito en la calle. Y lo peor que podemos hacer los que apoyamos a Palestina es dividirnos por oportunismos ridículos.
El siguiente paso de Israel es obvio: la incursión militar a Gaza, no para “detener a Hamas”, sino para producir una nueva diáspora de palestinos. Israel busca echar a los palestinos al desierto del Sinaí, repetir las expulsiones de 1948 y 1967, agrandar Israel por medio de la violencia anexando territorio palestino, ante el silencio de la mal llamada “comunidad internacional”.
¿Cuántos muertos más necesitamos para entender que es un genocidio? ¿Cuántos heridos más para hacer conciencia de que estamos viendo una matazón televisada? ¿Cuántas bombas más deben caer sobre Gaza para que Estados Unidos asuma su responsabilidad? ¿Qué cita bíblica nos permite justificar de nuevo otra masacre hecha por el pueblo elegido?
Urge una tregua humanitaria, pero eso no es la solución que debería ser el fin de la ocupación y la aplicación del derecho internacional. Ante un genocidio estamos con las víctimas o con los victimarios. Y los que no se deciden, así como los que no se decidieron durante el Holocausto, ayudan con su silencio cómplice al genocida. Para esos tibios, ya lo saben, hay un lugar especial esperándolos en el infierno.