La “analogía doméstica” o el conflicto armado pensado desde una pelea de vecinos

Víctor de Currea-Lugo | 11 de agosto de 2020

En el bienintencionado pero peligroso intento por explicar un proceso de negociación, algunas personas, desde la academia, caen en la metáfora del divorcio o de una pelea de vecinos, como escenarios en los cuales puede explicarse la solución de un conflicto armado. Eso Michael Walzer lo describe como “analogía doméstica”. Y es un problema porque hace creer que es posible resolver el conflicto armado (casi que) por fuera del contexto en que sucede.

Por más que se estire una relación de pareja o una disputa de vecinos, nunca podrá alcanzar el grado de complejidad y de particularidad que tiene un conflicto armado. De la misma manera, no se puede reducir un conflicto armado hasta el punto de explicarlo solo y únicamente a través la metáfora del divorcio o de la pelea por una cerca entre vecinos.

En el mismo sentido (esto sí aplica para ambos casos), tratar de resolver un problema solo a través de un ramo de rosas o de una cena elegante, no toca el fondo de la discusión (aunque algunos podrían decir que abre la puerta para el diálogo). Por lo mismo, tampoco es posible resolver un conflicto armado solo a través de gestos simbólicos.

Alguien podría decir que sí hay elementos comunes entre un divorcio y un conflicto armado y citar una lista de elementos, pero también hay una gran similitud entre la información genética de un chimpancé y el de un ser humano. Es más, la diferencia es solo del 1% Y basta mirar que no es un problema cuantitativo sino cualitativo lo que determina la diferencia.

Recuerdo que en los años ochenta, el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancur, hizo campañas en las cuales se pintaban palomas de la paz en las paredes y se hacían desfiles de los colegios (paradójicamente presididos por la banda de guerra de la policía o del ejército) para llamar a la paz. Repito, todo eso es plausible, el problema es cuando creemos que la marcha por la paz remplaza la construcción de la paz.

Es muy loable, tal como se observa en algunos ejercicios de reconciliación, que víctimas y victimarios se sienten en la misma mesa, y esto más que posible es necesario; sin embargo el problema está en creer que las acciones pequeñas bastan para construir la paz de todo un país. En rigor, no son acciones “pequeñas”, pero no se puede salvar un país solo con gestos puntuales.

Claro que “algo es mejor que nada” dice el refrán, pero también es cierto que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. En ese afán por mostrar un algo en vez de nada, se corre el riesgo de ensalzar el grafiti, aplaudir acríticamente el Twitter, divinizar el abrazo y santificar la marcha por la paz. Es como si estos gestos fueran suficientes, en una ceremonia con olor a incienso, para exorcizar el conflicto armado.

Estas cosas parten de dos premisas a ser discutidas. La primera es: si estamos frente a un conflicto armado o frente a un conflicto social y armado. Si es únicamente un conflicto armado, estamos negando todas las variables socioeconómicas de la guerra, especialmente en el caso de conflictos armados internos.

Todo recae en dejar las armas y reconciliar los guerreros. Es más, todas las respuestas a la complejidad estarían dadas en el Derecho Internacional Humanitario y poco más. Pero lo cierto es que las guerras civiles o conflictos internos, no se reducen a unos actos militares entre partes enfrentadas, sino que conlleva una gran complejidad de actores, causas históricas, marginación, exclusión del poder, diferencias de clases, tensiones étnicas, problemas religiosos y un largo etcétera. Muchas de estas tensiones no aparecen en la inmensa mayoría de peleas conyugales.

Y la segunda promesa es: si el Estado está determinado por el individuo o si el individuo está determinado por el Estado. Parte de una creciente narrativa plantea que son las pequeñas acciones de las personas las que determinan el fin de la guerra; por tanto basta con ser tolerante con el vecino y hablar en un tono cadencioso, para contribuir sustancialmente a la paz, pues la paz comienza (subrayo: comienza) en el corazón de las personas.

 

La trampa estatal de la analogía doméstica

Yo, honestamente, estoy convencido que el Estado (es unidad de poder) termina por moldear a la sociedad, la sociedad por definir el tipo de familia que necesita para garantizar la producción, y la familia por determinar buena parte de lo que es el individuo. En este orden de ideas no es pues en el individuo, sino en la sociedad y en el Estado mismo en quien recae la construcción de la paz.

Por eso es que algunos experimentos que he visto en Oriente Medio, donde se plantea por ejemplo la solución de conflictos armados sobre la base de reuniones mutuas y abrazos compartidos entre comunidades confrontadas, no dan los resultados esperados, y no los van a dar porque no se plantea la solución a la agenda real, de fondo, que dio origen y ha mantenido durante décadas el conflicto.

Una de las razones fundamentales de esa diferencia, entre lo personal y lo colectivo, es que no se puede comparar el comportamiento y la dinámica de un colectivo al de una sola persona. Primero porque los colectivos no se portar como una persona, esa caracterización que fue típica de la socio-biología y del nazismo. Es más, uno puede tener diferentes ideas, pero es muy difícil que una persona en un proceso de divorcio tenga una disidencia de sí mismo lo que sí es un elemento común dentro del conflicto armado interno.

Y aún más complejo pensar que las diferentes tensiones de un proceso de negociación, que se dan dentro de las facciones y tendencias de un grupo armado, se dan de la misma manera dentro de un individuo. Incluso, la idea del amigo-enemigo tiene una formulación diferente si se trata de una disputa entre personas, que de una disputa entre dos partes de la sociedad.

Es cierto que hay unas relaciones de poder dentro de una pareja y que esa relación de poder también se observa en un conflicto armado; sin embargo, no hay una institucionalidad de poder en que se diferencien fundamentalmente a los involucrados.

El marco legal, el eventual reconocimiento internacional, un reclamado monopolio de la fuerza, y otras tantas variables, hacen que la institucionalidad del Estado sea esencialmente diferente a la de los grupos armados organizados. Por tanto, colocarlos a un mismo nivel, como si se tratara de una pareja, niega por completo la asimetría del conflicto. Con esto no se está negando la asimetría real que puede haber dentro de las personas, pero lo que no se puede asumir es que esa asimetría es un requisito obligatorio en toda relación.

De la misma manera se demanda, desde el Derecho Internacional Humanitario y desde los Derechos Humanos, una serie de compromisos para los actores enfrentados en una guerra, mientras que en el caso de las personas, estas dependen de un mismo nivel, por lo menos en teoría, ante la ley. Reconociendo que hay sesgos en los sistemas de justicia, por lo menos la pretensión inicial de igualdad ante la ley se mantiene, lo que no ocurre con las partes de un conflicto, a pesar de algunos principios del Derecho Internacional Humanitario, que así lo plantean.

Es cierto también que puede haber una diferencia de capacidad económica entre las personas de una relación, pero es forzado deducir de allí una metáfora de la lucha de clases, de la exclusión económica social y política, de la disputa por el poder político y económico; las diferencias entre una parte de la población y unas élites empoderadas, no siempre corresponde a las brechas entre dos vecinos.

Incluso hay otros elementos que ponen el debate más allá de un pleito de vecinos, como la distinción entre combatientes y civiles, el papel dinamizador de la búsqueda de la paz por parte de la sociedad civil, la competencia de la comunidad internacional y, muy importante, la responsabilidad de la sociedad por asumir un papel “cómplice” con crímenes de guerra como en los caso de la Alemania Nazi o de Ruanda.

Un elemento común podría ser el principio de legítima defensa, que aplica tanto para los conflictos armados como para las relaciones personales. Sin embargo, la violencia política colectiva tiene una justificación que podría darse (resistencia ante el fascismo, sobrevivencia a un genocidio, etc.) y que no aplica necesariamente como argumento para el uso de la violencia entre personas, de manera individual y sin agendas políticas.

¿Para qué todo este alegato? Para evitar la tendencia a reducir la paz a un problema de actitudes personales descontextualizadas; para renunciar e invitar a la renuncia de que la paz es una construcción que nace y muere en los abrazos; para entender que los procesos de negociación no son reuniones angelicales desprovistas de agendas ocultas; para hacer consciencia que debemos estudiar a las partes del conflicto que son y  no las que queremos que sean, fruto de una edulcoración-

La solución de un conflicto social y armado no es simplemente una reconciliación entre partes que algún día decidieron hacer un negocio o vivir juntos bajo el mismo techo, es el fruto de unas tensiones que sobrepasan el problema del desacuerdo puntual frente a una realidad cotidiana. Por eso el uso de la analogía domestica de Michel Walzer no funciona. Sería tan irresponsable como seguir a Paul Collier cuando trata de explicar los conflictos principalmente a través de la avaricia; o cuando Mery Kaldor piensa que todo es un aspecto cultural.

Preocupante entonces cuando se habla de un corpus de la negociación, que requeriría no un proceso creativo cercano al arte, sino un proceso mecánico cercano a una cirugía ya establecida por décadas de práctica. Eso nos lleva entonces a una tecnocracia de la paz, personas que despolitizan el conflicto social y piensan en términos de un marco lógico, y de unos indicadores, la solución de un conflicto profundamente humano.

A algunos podrá parecerles un alegato insignificante pero, como en el nacimiento de los ríos, las orillas tan cercanas no hacen la diferencia y pueden ser saltadas de un lado al otro sin ningún reparo; pero en la medida que avanza el río y va anchando su cauce ya no es tan fácil saltarlo, ni cruzarlo. La construcción de paz en un país como el nuestro requiere que miremos seriamente desde dónde estamos partiendo, no solo en lo que entendemos por paz, no solo en la metodología de negociación, sino también en la caracterización del conflicto social y armado.