Víctor de Currea-Lugo | 16 de febrero de 2018
Algunos grupos armados han ganado en la guerra (Cuba, Nicaragua), otros en elecciones tras un proceso de paz (Nepal) y varios han terminado atrapados en las consecuencias de decisiones políticas que los alejaron de sus ideales originales y de cualquier posibilidad de triunfo. Ejemplos los hay a lo largo y ancho del mundo, y en casi todos los continentes. Veamos.
Los talibán, por ejemplo, prohibieron el cultivo de amapola y combatieron su producción, reduciendo los cultivos a menos de 8.000 hectáreas a comienzos de 2001, pero tras la ocupación por parte de Estados Unidos de Afganistán, los talibán saltaron a una economía basada en el opio, lo que les permitió remontar en lo militar pero retroceder en sus banderas originales (nada plausibles, por demás). La droga no solo los desvió sino que, como dirían los marxistas, los lumpenizó.
En El Salvador, las guerrillas fueron combatidas duramente. El Estado usó la violencia generalizada y la guerrilla respondió con la misma moneda, lo que significó una pérdida del apoyo popular en aquellas zonas donde, a nombre de la revolución, los civiles fueron masacrados.
En Perú, Sendero Luminoso, siempre jugó a ser una guerrilla más pura. Muchos fueron los líderes sociales asesinados por este grupo maoísta que los acusaba de ser traidores o demasiados blandos frente al “enemigo de clase”. De hecho, la otra organización allí presente, el MRTA, aclaraba casi en todos sus comunicados que ellos no eran Sendero Luminoso.
La milicia libanesa de Hizbollah, altamente valorada en el mundo árabe por su guerra contra Israel, en 2006, perdió buena parte de sus simpatías por meterse en una guerra del país vecino, defendiendo el gobierno de Siria: una causa políticamente desacertada en la que se embarcó debido al apoyo militar que le debía.
En España, la terquedad de ETA llevó a que al final fueran sus propias bases sociales las que lo arrinconaran, y se diluyó sin pena ni gloria. ETA no es ya ni una amenaza militar ni la realidad política que hubiera podido ser de haber leído correctamente el momento político.
Los Tigres Tamil en Sri Lanka lograron el control del 40% del país y ha sido la única guerrilla con fuerza aérea, pero el gobierno no dudó en lanzar una ofensiva matando miles de civiles para detenerlos. Y lo logró. En parte, el error de los rebeldes fue verse más grandes y fuertes de lo que realmente eran.
Valdría la pena preguntarse, si la pérdida del plebiscito en Guatemala, para validar los acuerdos de paz, estuvo mediada en parte por los errores de las mismas organizaciones armadas contra la población civil. Y también, qué parte de la derrota del Che en Bolivia, se debió al apoyo de Estados Unidos y al ejército boliviano más el abandono sufrido por el Partido Comunista, y qué parte a su incapacidad de conectar con el campesinado.
Los Estados también han cometido graves errores: en Siria se asumió que todos los grupos armados eran iguales y, de no ser por Rusia e Irán, esa lógica hubiera facilitado la derrota del gobierno. En Filipinas, el incumplimiento de los acuerdos de paz estimuló la creación de nuevos grupos armados en la región de Mindanao.
En cambio hay dos derrotas militares que se convirtieron en triunfos políticos. En 1956, Egipto perdió la guerra en lo militar, pero salió triunfante en lo político, conservando el canal de Suez. El golpe militar de Chávez de 1992, fue un estrepitoso fracaso que, bien usado, le permitió luego ganar el poder por la vía electoral.
Dice el refrán que cuando uno solo tiene un martillo, todo le parece un clavo. Así, a los grupos armados cualquier causa puede parecerles buena para hacer uso de sus armas, pero corren el riesgo de quedarse con el fusil como su único argumento. O como bien decía Jaime Bateman: “el problema no es que nos maten a todos, es que no sepamos hacer política”.