La ejecución de 47 opositores en Arabia Saudita generó una serie de protestas que, en el caso de Irán, terminaron en el ataque a la embajada saudita y a uno de sus consulados.
Esta fue la razón y excusa para que la casa saudita decidiera romper relaciones diplomáticas con Irán, decisión a la que se sumó Baréin y Sudán (y parcialmente Emiratos Árabes Unidos) en un enrarecido ambiente en el que casi todos se aprestaron a tomar posiciones: unos condenando las ejecuciones (caso de Yemen y Pakistán) y otros defendiendo a los sauditas en su supuesta guerra contra el terror, como hizo la Liga Árabe y los países del Consejo de Cooperación de Golfo.
Arabia Saudita echó mano de viejos ataques a sedes diplomáticas en territorio iraní, como la de Estados Unidos en 1979 y la de Reino Unido en 2011, para definir a Irán como un país que no respeta las reglas mínimas de las relaciones internacionales; paradójicamente, los sauditas continúan practicando la pena de muerte, a pesar de ser el país presidente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Como en tensiones anteriores (por ejemplo durante la guerra Irak-Irán) el libreto saudita es llamar a la conformación de una especie de falso “frente árabe-suní” contra un imaginario enemigo “persa-chií”, simplificando agendas y tratando de sumar aliados. Los sauditas tienen vocación de pandilleros y así buscan actuar en la región. En el caso de Irán, este es consciente de sus limitaciones en la arena política regional pero también de su probada capacidad militar, como factor de disuasión.
Lo cierto es que la ruptura de relaciones diplomáticas más que un nuevo juego es apenas una destapada de cartas, por demás claramente marcadas, un mostrar de dientes que no implica pasar a mayores. La Liga Árabe que se mostró en 2011 cierta complacencia con las revueltas árabes, hoy simplemente ratifica su empatía por los regímenes autoritarios de la región.
Estados Unidos estará sin duda del lado saudita, a pesar de sus llamados a la calma; mientras que China y Rusia mirarán con simpatía a Irán, con quien vienen fortaleciendo lazos económicos. Israel es el gran espectador: así como lo hizo frente a las revueltas árabes y lo hace (parcialmente) en la guerra de Siria.
Los reacomodos diplomáticos refuerzan las posiciones políticas y militares que ya se expresan en la región y que aprovecharán este momento para ahondar sus acciones. La paz está cada vez más lejos.