Hace 18 años Barranca vivió una noche de terror en la brutal masacre paramilitar de la cual hoy dan conmovedor testimonio varios sobrevivientes.
Hace 18 años, Barranca fue atacada por los paramilitares con la abierta complicidad de las Fuerzas Armadas y de Ecopetrol; así lo dicen los sobrevivientes, testigos directos de esa noche en que el suroriente del puerto se llenó de paracos, la gente se llenó de miedo, el país de noticias y las víctimas de impotencia. Desde por lo menos dos años antes, los grupos paramilitares venían asesinando barranqueños, varios de ellos ordenados por el Panadero.
A las 9.30 de la noche llegaron los asesinos, en varios camiones. Algunos iban con pasamontañas y otros con la cara descubierta; entraron por el barrio María Eugenia y siguieron al barrio 9 de abril. Un vecino del barrio El Campín me dice que “antes de la masacre, horas antes, la fuerza pública hizo un barrido por estos barrios, a mí me consta; tenían retenes, tanquetas. Ese día fue un operativo bravo durante el día”. Una mujer me confirma que “durante todo el día estuvieron patrullando las tanquetas de la policía y del Ejército”.
Otro vecino me cuenta el momento del inicio de la masacre: “cuando los paramilitares ingresaron, yo estaba en la tienda del finado Mario y vi como los paramilitares empezaron a saltar armados de los carros”. Venían vestidos de negro, “una camioneta negra se estacionó al lado del billar”.
Minutos antes las Fuerzas Armadas habían levantado el retén a la entrada de esa zona. Los paramilitares llegaron primero al Bar La Tora y siguieron al bazar que había organizado la comunidad del barrio El Campín; allí pararon la fiesta, escogieron a sus víctimas dentro de la gente y las fueron subiendo a sus carros. Algunos fueron señalados por los encapuchados.
Una mujer me cuenta que “a mi hermano se lo llevaron del barrio 9 de abril, lo sacaron de un billar; uno de los que se los llevaron tenía un distintivo del DAS; lo sacaron hacia donde hicieron el retén, de ahí para abajo lo llevaron golpeándolo, con la culata del fusil; cayó al piso, lo levantaron de una patada y lo trataron de guerrillero”.
Una de las primeras víctimas fue una mujer embarazada, como se rehusó a subirse a los carros, le abrieron el vientre a machete. Otros que también se rehusaron fueron asesinados allí mismo: siete personas, me cuentan.
La gente después corría por todos lados, otro sobreviviente me cuenta: “yo me fui para la casa y fui encontrando muertos en la carretera; impresionante ver cómo fueron subiendo amigos a las camionetas; dicen que se los llevaron ante Camilo Morantes”.
Se llevaron en total 25, de los cuales 17 siguen sin aparecer. Salieron por la misma ruta por la que entraron, sin que las autoridades reaccionaran, con dirección a San Rafael de Lebrija donde, precisamente, aparecieron 8 cuerpos tiempo después. Algunos de la comunidad me repiten una versión muy difundida: sus familiares fueron arrojados a los cocodrilos; mientras otros dicen que fueron “incinerados y arrojados al río”.
La masacre no solo destruyó la paz de esos barrios y rompió al movimiento social sino que, según me dice un líder comunitario, hizo más fácil el ingreso de las trasnacionales al no haber un movimiento dispuesto a defender a Ecopetrol, como patrimonio nacional.
“La participación de la policía y del ejército abrieron camino y despejaron el área para los paramilitares; había una base militar como a 3 kilómetros y no reaccionaron”, me dice un obrero. Era una zona muy militarizada y era imposible moverse sin que las Fuerzas Armadas lo supieran. Y una mujer, con lágrimas en los ojos me repite lo que le dijo la policía cuando fue a preguntar por su hermano: “mañana hay carne fresca en la funeraria”.
18 años después los sobrevivientes celebran una misa en memoria de los suyos, ponen unas velas que forman la palabra paz, cantan en coro, muestran las fotos de las víctimas, rezan y esperan. Allí, uno de los asistentes me dice “lo más trascendental, como familia petrolera, fue el apoyo en logística de Ecopetrol; una de las personas que participó en la masacre dijo que la empresa, mediante el jefe de seguridad, facilitó reuniones dentro de sus instalaciones, para cuadrar la masacre. Participaron el coronel Correa de la policía, el comandante del ejército, el comandante del DAS y funcionarios de Ecopetrol”.
Los paramilitares responsables de la masacre, me dicen “ya están libres y están viviendo en Bucaramanga”. Las víctimas encienden velas, esperan la paz y lloran a sus muertos.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas